Lección de inteligencia de Enrique Ponce en la corrida de Málaga, mientras que Salvador Vega no aprovechó un buen toro y Manzanares no estuvo muy fino.

Seis toros de Juan Pedro Domecq, muy justos de presencia y algunos casi impresentables, justos de raza y fuerzas. Casi todos rajados, especialmente el quinto. Los mejores, segundo y cuarto.

Enrique Ponce: estocada caída (una oreja) y estocada (dos orejas).
Salvador Vega: dos pinchazos (saludos tras dos avisos) y dos pinchazos, estocada corta y cuatro descabellos (silencio tras aviso).
José María Manzanares: estocada caída (saludos) y estocada trasera (silencio).

Plaza de Málaga, 11ª de Feria. Casi lleno. Saludaron en banderillas Antonio Tejero, Curro Javier y José María Tejero. Enrique Ponce salió a hombros.

Carlos Crivell.- Málaga

Enrique Ponce cuajó una gran tarde en La Malagueta, una de sus plazas preferidas, sobre todo porque hizo una demostración de inteligencia y buen gusto en la faena al nobilísimo jabonero que salió en cuarto lugar. Ponce elevó a la categoría de buen toro lo que en otras manos, posiblemente, hubiera sido un toro de escasa vitalidad. A pesar de este triunfo de Ponce, incuestionable y legítimo, hay que dejar claro desde el principio que la corrida de Juan Pedro no puede ser nunca el modelo del toro que se debe lidiar en esta plaza, porque la presentación fue mínima, incluso muy por debajo de lo que debe exigirse en plaza de primera. En este sentido, la autoridad dejó pasar un toro con escasas defensas y hechuras anovilladas. Al final, zurrapa para el palco.

Pero decíamos que Ponce estuvo magistral ayer en Málaga. Había estado bien a secas con el manso lidiado en primer lugar, un toro noble y rajado al que toreó en distintos tercios con limpieza y algunos efectos especiales. En los últimos tiempos, Ponce abusa de los gestos hacia el público. La faena ganó en esos muletazos que ahora se llaman “poncinas” en los que el torero instrumenta circulares citando con una pierna flexionada. La eficacia de la estocada dio paso a una oreja menor.

Todo lo sucedido en el cuarto fue diferente. El jabonero fue lanceado con pulcritud de salida y no hubo quites. Se picó bien por parte de Manolo Quinta, que administró bien el castigo. El valenciano hizo una demostración de inteligencia torera. Acertó a medir al toro, justo de fuerzas, para que respondiera a los cites sin exigirle más de lo debido. Así, el toreo con la derecha en las primeras tandas fue elegante y algo distanciado. Le exigió más al de Juan Pedro de mitad de faena en adelante, dejando la muleta colocada para ligar, ahora en muletazos de breve recorrido por la izquierda. El clamor llegó al final con Ponce seguro y confiado en circularse templados, ya enhiesto, ya con la rodilla genuflexa, El toque justo para tirar del animal, la brillantez de un temple privilegiado, la estética de un espada afianzado en su superioridad técnica, todo ello fue definitivo para que la plaza estallara jubilosa, a pesar de las rajadas del toro ya al final del trasteo. Fue una labor creciente, de menos a más, perfectamente administrada por una mente clarividente. Buena estocada y dos orejas justas. Málaga y Ponce siguen mancomunados. Qué pena no verlo junto a otros toreros de máximo interés, por ejemplo José Tomás.

A Salvador Vega se le fue la tarde en blanco por su única culpa. No se le puede objetar nada por lo realizado ante el quinto, que fue el típico manso amoruchado que suelta Juan Pedro con frecuencia. El problema es que se le fue vivo el segundo de la tarde, animal noble y claro, con el que estuvo bien a secas sin la rotundidad que en su situación debería haber tenido su labor. Salvador toreó con elegancia en tandas de muy pocos pases. Es uno de los problemas del toreo moderno: dos o tres muletazos y el de pecho. Así fue pasando su oportunidad dorada que acabó de tirar por tierra con la espada. Mal asunto, Tal vez pensaba que el quinto le permitiría remontar su tarde, pero ese toro fue muy manso y Salvador dio mala imagen, tanto con la muleta como con la espada.

El tercero fue un toro sin vida ni alma; a saber si tenía corazón. La especie embestía a cámara lenta, como desganado y casi muerto. Con semejante oponente, José Maria Manzanares toreó a gusto, como de salón, en una labor carente de interés. Es como toreara al viento. Y esta Fiesta se basa en la emoción. No es que los otros de Juan Pedro fueran muy emotivos, pero en ocasiones son los toreros los que deben poner ese punto de empuje, como hizo Ponce, capaz de estar delante de un borrego y que pueda parecer a todos un toro. El toreo al viento de Manzanares fue mejor con la izquierda. Fue un entrenamiento perfecto.

El sexto fue mansito y algo violento. Manzanares toreó con la derecha, otra vez con pases de trazo rápido y tandas muy cortas. El animal comenzó a buscar lo que se dejaba atrás y el alicantino se vio en apuros. Decían algunos que la de Juan Pedro se había tapado con el segundo y el cuarto, pero está comprobado que esta ganadería no tiene un día completo. Toreó con la izquierda a un animal y sin entrega, que se le quedó muchas veces debajo, y ya sólo le quedó dejar de manifiesto su profesionalidad.

La plaza salió encantada con la tarde de Ponce, un prodigio de facilidad, inteligencia y buen gusto. En su segunda cita malagueña hizo un ejercicio de capacidad torera que le reivindica en su condición de gran figura.

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