Ponce y Manzanares desataron la euforia popular en la séptima de la Feria de Málaga, donde una dulce corrida de Juan Pedro facilitó un triunfo premiado en exceso de ambos, mientras Conde se quedó en tierra de nadie.

Juan Pedro Domecq / Enrique Ponce, Javier Conde y Manzanares

Plaza de Málaga, 7ª de Feria. Casi lleno. Cinco toros de Juan Pedro Domecq y uno de Luis Algarra. Los de Domecq, justos de presencia, nobles y justos de raza. El de Algarra, bien presentado, flojo y descastado. Ponce y Manzanares salieron a hombros.
Enrique Ponce, tabaco y oro, media caída (saludos). En el cuarto, estocada (dos orejas).
Javier Conde, verde y oro, estocada atravesada y descabello (saludos tras aviso). En el quinto, pinchazo y estocada atravesada (pitos).
José María Manzanares, pizarra y oro, estocada contraria (dos orejas). En el sexto, estocada (saludos).

Carlos Crivell.- Málaga

Se desató la euforia en esta Feria malagueña, algo que por sí mismo no es malo si es bueno para la fiesta. Sólo ocurre que se llega a la conclusión de que este tipo de toros, justos de todo, sólo se admiten para las figuras. Y las orejas que se conceden no son propias de plazas de primera.

La polémica desatada en la primera tarde de Manzanares, cuando el presidente se negó a concederle una segunda oreja, ha durado menos que un azucarillo en un café. Nada. El mismo presidente ha dejado claro que no quiere problemas y se ha puesto a dar orejas a diestro y siniestro, sobre todo porque otorgó dos trofeos por trasteos que sólo merecían uno, todo ello para evitarse problemas. Para presidir así, admitiendo toros terciados y dando orejas sin pudor, mejor no subir al palco.

Dicho todo lo cual, en esta corrida la plaza se lo ha pasado fenomenal. Si lo que le gusta a la gente son las orejas y la música, han salido más que satisfechas porque han tenido una buena ración en este festejo.

Para que una corrida resulte tan triunfalista es necesario que salten al ruedo toros potables. La de Juan Pedro Domecq ha respondido a los ideales del toro moderno que el extinto ganadero contribuyó a crear con el nombre de toro artista. Toros con embestidas dulces, nobles, pastueñas, carentes de chispa y que pasaron por el caballo de forma simbólica.

Enrique Ponce no puso estirarse con el primero de Algarra, demasiado soso y sin suficiente raza. Ponce estuvo afanoso sin ajustarse mucho.

En la lidia del cuarto resurgió en buen Ponce de toda la vida. Fue muy brillante la manera de torear con el capote a la verónica, un ramillete de buenos lances ganando terreno hasta el centro del ruedo. El toro arrolló a Alejandro Escobar en la lidia y, aunque se temió lo peor, sólo resultó con una fuerte conmoción.

Ponce realizó una brillante faena a un toro dulce y boyante. Los doblones del comienzo recordaron al buen toreo que lleva dentro. La faena se cimentó en la derecha con tantas muy templadas que remató de forma admirable con los de pecho. Lástima que muchos de los pases los rematara afuera, es un defecto común de la torería andante, o incluso que abusara del pico de la muleta al citar. Con la izquierda no pudo torear con la misma limpieza. Añadió algunos circulares y acabó con los muletazos ayudados por bajo con la rodilla en tierra. Todo el conjunto resultó airoso, aunque quedó la impresión de que el toro mereció un toreo más profundo. La plaza malagueña, muy partidaria del torero valenciano, le pidió las orejas que el palco concedió. Se las había dado a Manzanares poco antes en otro exceso de generosidad y de incongruencia, de forma que no iba a someterse al juicio popular con bronca incluida.

Manzanares está de moda y se lo ha ganado a pulso. Los públicos reciben todo lo que hace el de Alicante como si de algo excelso se tratara. Es algo que no se consigue con facilidad, para ello hay que labrar una leyenda corrida a corrida, y Manzanares convierte en fervor y júbilo todo lo que hace.

La dieron dos orejas en el tercero por una faena de trazos y pasajes muy hermosos. No fue el mejor Manzanares, pero su tremenda estética puede con todo. Hubiera sido más rematado que no hubiera abusado del pico con la derecha o que se hubiera ajustado más en los muletazos. Con la izquierda mejoró los resultados en algunas tandas más arrebujadas. Donde conquistó a la plaza fue en recursos como algunos circulares con la derecha, un cambio de manos bellísimo o las trincherillas del final. Como mata de forma fulminante, la plaza se desató en una euforia triunfalista y pidió sendas orejas que el presidente concedió de forma rotunda al sacar ambos pañuelos al mismo tiempo, como si se quisiera justificar por haberle negado la segunda al mismo torero en su tarde anterior. Abierta la espita de las orejas, ya no pudo frenar el desenfreno pedigüeño del público que ya sabemos que sólo disfruta con los trofeos.

El sexto no era una perita en dulce. Le costaba humillar por su propia anatomía. Manzanares se lo llevó al centro trató de someterlo, pero el animal claudicó más de la cuenta. Aún así, algunos naturales tuvieron largura y belleza, pero el toro perdió recorrido lo mismo que la faena y la propia tarde.

Javier Conde cumplió una tarde simple y sin mucho compromiso. El primero que lidió fue dulce y soso. Le dio pases a media altura con algún gusto pero no logró hilvanar una faena maciza. Peor le fue con el alto jabonero quinto, al que le planteó una labor sin cruzarse y por tanto no pudo torear bien. El público se lo recriminó con ostensible enfado.

Se fueron a hombros Ponce y Manzanares. Si ello ayuda a esta alicaída fiesta, bienvenidas sean, pero se espera que esa Puerta se abra por motivos mayores, algo que ayer no hubo en La Malagueta. Rachas de buen toreo no es lo mismo que toreo profundo e intenso.

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