Gastón Ramírez Cuevas.- Corrida complicada y valeroso Manzanares que logró cortar una oreja en su actuación del domingo en la plaza Monumental de México.
Toros: tres de San José, primero, segundo y sexto. Bien presentados en conjunto, dejándose más el primero de Angelino. El primero del lote de José Mauricio fue un enigma y su segundo un galimatías.
Tres de Barralva, tercero, cuarto y quinto. Desiguales de presentación y poco colaboradores sin bravura, excepto el tercero.
Uno de regalo de Los Ébanos para José Luis Angelino. Parecía un novillote que no tuvo por donde lo pillara el diablo.
Toreros: José Luis Angelino, pinchazo y entera en el que abrió plaza: leves pitos y gritos de ¡Toro, toro! En el cuarto mató de entera a toro parado y un golpe de descabello: silencio. Al de regalo lo pasaportó de pinchazo, entera y dos descabellos: palmitas.
José Mari Manzanares, estoconazo que hizo al tercero rodar patas arriba: oreja. En el quinto mató de tres pinchazos, tres cuartos de espada y un golpe de verduguillo para escuchar un aviso y salir al tercio.
José Mauricio, un pinchazo en lo alto y una entera baja para ser injustamente pitado en su primero. Al segundo de su lote se lo quitó de enfrente con media caída tendida y dos descabellos: aviso y palmas.
Domingo 24 de enero del 2010
Duodécima corrida de la temporada de la Plaza de toros México
Tarde de toros cuyo cartel merecía más afluencia del público. No fue así, los tendidos de La México estaban salpicados con sólo –benévolamente- unos cuatro mil espectadores. Salió el primero, un toro con trapío de San José, encaste de Joaquín Buendía. El bicho fue bastante bravo y Angelino pareció entenderlo en los dos primeros tercios. El de Tlaxcala lanceó por buenísimas verónicas y recorte, soltando una punta del capotillo. Quitó por magistrales chicuelinas y tomó los palos.
Sin la ayuda de su padre, don Joaquín, no hubiera salido ileso del primer embroque. El mejor par fue el tercero, uno clásico y por dentro. Hubo ovación para el torero y salida al tercio para su progenitor. Todavía podemos presumir de que sobrevive gente enterada y sensible en la plaza más grande del mundo.
José Luis inició el trasteo muleteril con un cambiado por la espalda de torero grande. Sin embargo, no pudo someter a un toro que fue codicioso y repetidor en los primeros quince muletazos.
A Manzanares le tocó en primer sitio un animal respondón y que tiraba cornadas a la mandíbula, auténticos uppercuts. El hijo del Maestro alicantino remató su quite con una media de tal suavidad que hasta el morito se sorprendió. La faena fue de oficio y poder, ante un toro que se colaba y tiraba tornillazos. En un pase natural el de San José tumbó aparatosamente al diestro. A base de mucho aguante, José Mari logró enormes muletazos templados por ambos pitones. La estocada fue enorme y la oreja cayó de inmediato.
El tercero, primero de José Mauricio, fue un bicho grande, acucharado y bizco, bronco, quedado, y muy difícil. El coleta capitalino no pudo hacer nada con el percal, pero inició la faena con un cambiado por la espalda que dejó al respetable sin aliento. Estuvo torerísimo y más valiente que nada hasta que el bicho se frenó y se negó a humillar. Nadie en su sano juicio puede discutir la emoción de lo hecho. No obstante, algunos trasnochados querían ver un toro noble donde no lo había. Recuerdo ahora los lasernistas impasibles y de clase con los que trató de dominar –pues se les puede a los toros no sólo por bajo- al de Barralva.
Nos consta que una buena estocada hubiera calado en el ánimo de los parroquianos, pero el toro derrotaba que era un contento. La labor de José Mauricio fue incomprendida, pero no por eso menos meritoria. Ya después la corrida tomó un rumbo gris y aburrido.
Angelino recibió al cuarto con chicuelinas en los medios, quitó por saltilleras cambiadas, puso los garapullos y luego la cosa se fue el anticlímax . Faltaron después la geometría y la armonía, cosas indispensables para la respuesta del público. Otra vez será.
En el famoso quinto, Manzanares porfió y logró dominar, pero no hubo arte más que en un cambio de manos por delante y un natural grande. Al entrar a matar el toro le tiró un gañafonazo en el pecho y cosa rara en él, pinchó.
A José Mauricio le tocó en último lugar el peor, el menos fumable de todos. Con ese toro soso, rebrincado y que nunca bajó la cabeza, pese a la técnica del matador, el torero se entregó, acabando su esforzada faena con doblones por bajo que no fueron aquilatados. Si alguien no aprecia el aguantar a pie firme los hachazos al pecho y a la cara que regalaba el de San José, estamos –como siempre- perdidos.
Vino el de regalo de Angelino, bastante innecesario. La falta de trapío fue muy pitada, y ya lo que trató de hacer el de Apizaco careció de importancia. Podríamos rescatar un par al sesgo por dentro y pare usted de contar.
¿Dónde está el toro bien presentado y bravo? ¿Dónde está? Llevamos doce corridas y quizá ha salido una con ribetes de bravura: la de Santa María de Xalpa. Lo demás, para el olvido. Y lo que nos falta… De los toreros no puede quejarse nadie, pero ¿por qué no quieren vérselas con toros de casta? Y eso es aquí y allá: la globalización, que le dicen.
Como detalle chusco y muy mexicano/surrealista, hay que apuntar que durante la lidia del segundo de Manzanares, una rata de enormes proporciones (¿será eso el trapío?) sembró el pánico en los tendidos bajos de sol. Uno no sabe si ese roedor fue capturado por la empresa y está ya en los chiqueros para echárselo a las figuras en los festejos de Aniversario. Por lo menos, se notó –por los gritos de desasosiego y pavor- que la rata tenía bravura.