Gastón Ramírez Cuevas

Toros: cuatro de San Marcos, primero, tercero, cuarto y quinto. Bien presentados, pero sin bravura y débiles. Fueron aplaudidos en el arrastre el segundo, el tercero y el cuarto.
Cuatro de Carranco, feos y anovillados, por no hablar de su falta de casta. Todos fueron pitados al llevárselos los percherones.

Toreros: Jesús Martínez Barrios “Morenito de Aranda” confirmó la alternativa. En el que abrió plaza, ovación por la estocada y palmas al retirarse al burladero. En el octavo, entera trasera y tendida y dos descabellos, bronca inmerecida por la falta de trapío del supuesto toro.
Humberto Flores, al tercio en le segundo después de buena entera. En quinto fue prendido por el toro al entrar a matar por primera vez. Volvió a la cara con la cornada y lo despachó de espadazo con decisión. Se retiró a la enfermería entre el fervor popular.
Pedro Gutiérrez Lorenzo, “El Capea”, en el tercero, dos pinchazos, entera a medio lomo, descabello y palmas. En el sexto mató de entera baja y perpendicular. El juez Eduardo Delgado le dio una oreja que paseó entre pitos y palmas.
Guillermo Martínez, le metió una entera con travesía al cuarto y después se entretuvo en descabellar ad infinitum; dos avisos y silencio. Al séptimo le recetó un metisaca, media desprendida, un pinchazo en los bajos y cuatro golpes de verduguillo; pitos.

México 27 de diciembre de 2998.  Octava corrida de la temporada.

Ya lo decían los libros viejos en esta anécdota sacada del Diccionario de Términos Taurinos de Luis Nieto: “Dos aficionados duchos dicen, leyendo el programa : -¡Que haya ocho toros me escama! -¡Y por qué!- Porque son muchos”. Y si hubieran sido buenos, y si los lotes hubieran caído en otras manos… Pero, eso es filosofía barata. La cosa es que no pasó nada memorable en una tarde donde, extrañamente, tomando en cuenta la fecha decembrina, unos cuatro mil incautos aficionados se metieron al embudo de Insurgentes.

Está claro que Jesús Martínez Barrios, “Morenito de Aranda”, es un torero digno de mejores gestas. Hoy no se le pudo ver merced a los remedos de toros bravos que le echaron empresa y ganaderos. El de la confirmación se llamó “Setenta Años” y pesó 496 kilos. El torero burgalés hizo todo frente a un burel que no valía un centavo partido por la mitad: era soso, manso y sin clase. Los naturales en los medios fueron muy toreros, al igual que la estocada. Poco, poco para quien quería más en la plaza que antes daba y quitaba.

Tuvo la muy mala suerte de sortear en último lugar a un adefesio de Carranco; a una sabandija que no hubiera pasado en San Pantaleón de las Tuzas. La sabandija era anovillada, escurrida y con “pitones” de vaca. La bronca continua y fuerte al juez Delgado y al popular (?) empresario, demuestra por qué la gente no va o no regresa a las plazas. ¡Pobre Morenito! Ojalá le echen toros bravos en otro sitio.

Humberto Flores, uno de esos diestros pundonorosos que tienen siempre -¡y con razón!- al público de su parte, estuvo hoy un tanto intermitente y falto de sitio. En su primer enemigo, un bicho largo y esmirriado de Carranco, intentó torear decentemente a un moribundo. Desde que rodó bajo las pezuñas del caballo, aquello no presagiaba nada especial. Señalemos que, al entrar a matar, Humberto no vació en lo más mínimo y cobró la estocada ileso por obra y gracia de Dios.

Le tocó un quinto de San Marcos que era cortito de pitones y derrotaba. El torero jalisciense quitó instrumentando unas chicuelinas antiguas horrorosas, él, que es tan fino con el capotillo. Brindó a Capea padre y se embarulló con la muleta en trapacerías y pechugazos. El torero de clase y conocimiento no estaba presente, y cuando se asentó, el morito ya había dado las veinte embestidas que traía dentro. La gente que le apoyaba tanto se le volteó y comenzó a gritar ¡toro! Volvió a tirarse a matar encunadito y quedándose en la cara un tiempo de sobra. Por lo tanto, el toro le cogió en la región inguinal de la pierna derecha. Humberto está acostumbrado a regar con sangre torera el ruedo de La México, y se quedó para matar al toro con un segundo viaje y un descabello. Los parroquianos aplaudieron el valor, pero se olvidaron de pedir aunque fuera una vuelta al ruedo de la cuadrilla, cuando el matador se fue rengueando y herido a la enfermería.

Perico Gutiérrez es harina de otro costal. El mal llamado “Capeíta” estuvo a todo vapor en su primero. Recibió de hinojos a su primero -de San Marcos- con un farol y una media larga. Inició bien, muy bien la faena doblándose, pero después de una tanda buena con la derecha empezó a desdibujarse. El toro era bueno, mas empezó a embestir mejor, cosa que no convino al torero. Fuera de cacho y sin argumentos, Capea chico aprovechó la gloria de su padre y cosechó sentidos e inmerecidos ¡olés!
Ya con la toledana las aguas volvieron a su cauce.

No pasaría lo mismo en el sexto. En su segundo de Carranco, otro bicho que se dejaba, Capeíta toreó a la gente, parando al toro cuando éste quería repetir y dando pasitos para atrás, pegando muletazos sueltos por aquí y por allá, intercalando desplantes absurdos. No sé, a este niño Dios no le tocó con la vara de la estética taurina… Cuando después de un espadazo bajo y perpendicular los malinchistas lograron que el juez bipolar le diera una orejita, Gutiérrez Lorenzo dio una vuelta entre aplausos y manifestaciones de repudio. Bueno, él debe estar contento.

Guillermo Martínez, otro buen torero de Guadalajara, se entregó en su primero, un toro de San Marcos sin chispa ni bravura. Le logró endilgar naturales de excelente trazo y aguante. Recordaremos una espléndida dosantina, un derechazo en redondo, uno de trinchera y el de pecho. Lástima que no anda nada fino con los aceros. Uno, desde el tendido, supone que los coletas saben que el golpe de descabello es de cerca y perpendicular, no a dos metros y paralelo al lomo.

En el ya fatigoso séptimo, Martínez volvió a tratar de hacer el toreo bueno frente a un toro que doblaba las manos, se defendía y no pasaba nunca. La gente ya había agotado su cuota de paciencia y pitó fuerte a Guillermo cuando volvió a verse fatal con la espada larga y con la corta.

Reflexión final: Espero que un día, parafrasenado al recientemente fallecido Juan Posada (matador de toros y cronista), los que se visten de luces sepan que: “ Lo que falta es pensar como un torero auténtico, no como un ser humano.” Morenito de Aranda y algunos otros lo firmarían, pero falta que haya toros de lidia dignos de ese nombre para triunfar de verdad.

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