Gastón Ramírez Cuevas.- Primera corrida de la temporada en la Plaza México con toros mal presentadois de Xajay y de mal juego. Estuvo bien Silveti y Ponce dio un mal espectáculo.

Domingo 28 de octubre del 2012. Primera corrida de la temporada de la Plaza de Toros México
Toros: Siete de Xajay (Ponce regaló uno). Salvo el segundo, mal presentados y faltos de raza y fuerza. El de regalo no tuvo el más mínimo trapío.
Toreros: Enrique Ponce, al que abrió plaza lo mató de buena estocada a toro parado: silencio. Al cuarto lo pinchó hasta en cinco ocasiones antes de dejar una entera baja: aviso y división de opiniones. En el séptimo se prodigó en un verdadero festival de pinchazos y golpes de verduguillo: bronca y dos benévolos avisos.
Fermín Spínola: Al segundo de la tarde lo despachó de tres pinchazos y bajonazo: silencio tras un aviso. Al quinto le pegó una buena estocada entera: silencio.
Diego Silveti: Al tercero de la tarde le atizó una media desprendida y caída, y dos golpes de descabello: vuelta al ruedo. Al que hizo sexto le propinó una estocada entera y caída: aviso y salida al tercio.

El público de la Plaza México es bueno, entusiasta y tiene la memoria muy corta. Para esta corrida inaugural unas treinta mil personas se dieron cita en el embudo de Insurgentes, con muchas ganas de ver a los toreros anunciados, especialmente al primer espada y al hijo del Rey David. Poco les importó que los toros procediesen de Xajay, una ganadería que in illo tempore era dura de pelar y tenía bravura, pero que hace ya muchos años ha cifrado su honra en criar bestias bobas y débiles.
 

Todo comenzó bien y con un acto muy emotivo: el matador de toros Juan Luis Silis, acompañado de las cuadrillas, dio la vuelta al ruedo portando las cenizas del gran Mariano Ramos, quien murió el pasado 5 de octubre. Puedo decirle que la ovación más importante de la tarde se la llevó el poderoso torero de La Viga.

Luego salió el primero, un simpático animal gordito sin un ápice de fuerza. Ponce lanceó elegantemente con el capote y quitó por ajustadas chicuelinas que remató con media larga cordobesa. Luego logró sacarle al toro tres o cuatro muletazos templados y pare usted de contar, pues el de Xajay tenía la movilidad de un sofá.

A Fermín Spínola le correspondió el único toro relativamente bravo del encierro, el segundo, y la verdad no supo qué hacer con él. Al cornúpeta había que arrimársele y aguantarlo mucho, pues en la distancia corta era codicioso y repetía. Fermín lo entendió ya muy tarde y sólo logró una muy buena tanda por el pitón derecho. Como la gente se puso de uñas y ni siquiera le agradeció las manoletinas finales, Spínola citó a recibir y se llevó una paliza tremebunda, salvándose milagrosamente de una cornada grave.

Diego Silveti estuvo muy bien en su primer toro. Se lució con el capote tanto en los lances de recibo como en las chicuelinas andantes y el quite por ajustadísimas gaoneras. Con la muleta toreó con gran empaque y temple, sobre todo por derechas (que es como los revisteros antiguos llamaban al derechazo). Este bicho se fue apagando a gran velocidad, perdiendo transmisión y mostrando una sosería preocupante. Por lo tanto Diego se echó la muleta a la espalda y le pegó las joselillinas más escalofriantes del mundo, especialmente por el perfil izquierdo.

Tristemente no mató bien, y conste que cada vez se tira mejor, pero algo no le funciona a la hora de la verdad. La vuelta al ruedo marcó el punto más glorioso del festejo, exceptuando –como ya lo dije- el homenaje póstumo al torero charro, pues lo demás fue ya bastante gris.

Ponce se las hubo con un cuarto ejemplar realmente vomitivo, por manso y rajado. Lo curioso fue que el remedo de toro se llamaba “Siempre Alegre”. Curioso también fue el ver cómo el maestro don Enrique ponía caras de estupor ante el desempeño de la res, pues conoce de sobra el comportamiento de esta vacada.

Spínola, muy disminuido pero muy pundonoroso lidió al quinto. Nadie le tomó en cuenta ni la fregolina, ni las gaoneras, ni los tres excelentes pares que le clavó al morito. Con la muleta no pudo hacer absolutamente nada debido a lo soso del pupilo de Sordo Madaleno. Tarde aciaga sin duda para el diestro capitalino.
Mientras el toro que debía haber cerrado plaza tuvo un poco de gas, Diego lució mucho. Con el capotillo toreó por mandiles y quitó por saltilleras, pasándose muy cerca al astado. Con la sarga le echó sentimiento al asunto pero ya se sabe que sin toro es imposible hacer algo trascendente.

Ponce tuvo la peregrina idea de verse generoso y regaló un séptimo. Ese fue su Waterloo. La gente, harta ya de tanto toro manso y feo, no toleró a “Tapabocas”, un verdadero adefesio. Los cojines inundaron el ruedo desde que salió el toro hasta que Ponce abandonó la plaza y el abucheo fue incesante. Para colmo, el otrora ídolo de las multitudes perdió los papeles con el estoque y el descabello. Esta bronca de épicas proporciones debe hacer reflexionar al valenciano. Ya lo dijo Gaona: “Me voy antes de que me echen.” Aunque, al parecer, a Ponce el respetable ya lo echó de la plaza más grande del mundo.

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