Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Seis de Ordaz, serios, complicados, con edad y bien armados. El quinto salió al ruedo con el pitón derecho roto desde la cepa y fue sustituido por uno de Villa Carmela, un mozo fuerte e imponente. El primero y el sexto fueron ovacionados de salida.
Toreros: Juan Bautista, al primero lo mató de casi entera tendida: silencio. Al cuarto lo pasaportó de entera trasera y caída: tibias palmas al torero y aplausos al toro.
Alberto Espinoza “El Cuate”, al segundo de la tarde le recetó un pinchazo y seis descabellos, oyó dos avisos y le sacaron al tercio por una faena valentona. En el quinto mató de pinchazo y entera caídita: lo volvieron a hacer saludar en el tercio.
Fermín Rivera: entera trasera y gran golpe de descabello en el tercero: silencio entre la lluvia. Al sexto le dio una estocada traserísima y lo descabelló al tercer intento: palmas.
México, 6 de febrero de 2011. Décimonoveno festejo de la temporada.
Esta ha sido una tarde un tanto extraña. Hubo toros, eso sí, y toreros, algunos más dispuestos que otros; llovió, hizo mucho aire y hasta granizó un instante. Los tres mil variopintos parroquianos aguantaron a pie firme una corrida en la que en el fondo pasaron pocas cosas memorables.
Nadie se aburrió, pues los toros tuvieron más presencia que los de Vista Alegre en Madrid y brindaron cierta emoción. Ninguno de los de Ordaz fue apto para el toreo moderno, ese que se basa en ligarle muletazos anodinos y empalagosos a bichos moribundos y nobilísimos. Desgraciadamente, el escaso público no valoró detalles de torería añeja y de exposición.
Juan Bautista Jalabert se enfrentó en primer lugar a un toro muy grande y muy gordo. Nos quedamos con los pases de pecho y una trincherilla de cartel. El bicho no tenía ni mucha fuerza, ni mucho son. Juanito remató el trasteo con ceñidas manoletinas y con joselillinas sin ayudarse con la espá. Si lo hubiera matado con mejor fortuna, le aseguro que le hubieran dado una oreja.
El cuarto fue un toro en serio, prueba fehaciente de que cuando se han ido Ponces, Pereras y Castellas, sale el Tío Barbas. El torero francés lanceó con gusto a la verónica y remató con sabrosa media. Inició la faena de muleta de rodillas, haciendo las cosas con valentía y clase. Luego faltó reposo, y también lamentamos que el de Arles no soltara la muñeca en las tandas. Digamos que faltó acoplamiento entre el de luces y el de Ordaz.
El Cuate Espinoza, hermano de Enrique, anduvo protegido por varios ángeles de la guarda. Se le notan su falta de sitio y sus ganas de agradar, pero el toreo verdad es otra cosa. Al segundo de la tarde, un toro soso, pero colaborador, le hizo cosas encomiables con el percal, como el gran quite por chicuelinas modernas, espaldina y revolera. Con la muleta aguantó mucho, pero se atravesaba que era un contento. El cornúpeto se lo echó a los lomos en un pase de pecho bastante absurdo y Juan Bautista le hizo al neoleonés un quite providencial. La gente agradeció la entrega y se puso de su lado, pensando que en el quinto el ya no muy joven espada (cumplió 35 años en febrero) se iba a justificar con creces.
No fue así, el de Villa Carmela (quinto bis) exigía que le lidiaran a la distancia correcta para lucirse. Alberto demostró que una cosa es el poco rodaje y otra el ser un costal de mañas. Se puso siempre al pitón natural ahogando al toro, cosa que engañó al respetable, pero fue una faena de mentirijillas.
El más torero de hoy fue el nieto de don Fermín Rivera, sobrino del gran Francisco Martín Rivera Agüero. Este muchacho tiene todo: buenas maneras, elegancia, conocimiento y valor. Hoy porfió contra viento y lluvia, contra bichos inciertos, quedados y probones: lo que a veces da la edad en el toro de lidia.
Fermín –nombre torero si los hay- se lució con la capa en sus dos toros, pegando sobrias verónicas de verdad, mandiles, chicuelinas y revoleras. Con trazo largo y mandón intentó ligar los muletazos, pero sus enemigos no tuvieron ni ritmo ni la capacidad de embestir dos veces de igual manera. ¡Qué ganas de verlo un día con un toro bravo!
Aquí en México se suele hablar mucho de los toreros olvidados, de los malogrados, de los que no tienen suerte. Fermín Rivera es un torero que tiene clase para dar y prestar y que no se arruga nunca. No debe jamás ir a parar en el trastero del olvido. Ojalá las empresas y algún apoderado con afición y de peso lo vean así.