Gastón Ramírez Cuevas.- México.- Toros: Seis de Xajay, manejables en conjunto, justos de presencia. Los dos primeros recibieron el arrastre lento y merecido. El quinto fue ovacionado al llevárselo las mulillas y el sexto fue pitado con fuerza.

Federico Pizarro, un aviso en su primero después de un pinchazo, un chalecazo, estocada caída y descabello; pitos. Al cuarto se lo quitó de encima con un bajonazo espantoso; pitos.

Fernando Ochoa, oreja después de gran estocada a dos tiempos en el segundo de la tarde. Al quinto le cortó otra oreja, con división, matándolo de entera caída.

José María Manzanares, aviso en el tercero después de dos pinchazos, entera y un par de descabellos; silencio. Se hizo acreedor a otro aviso en el que cerró plaza, al que despachó de pinchazo, estocada caída y tres golpes de verduguillo; silencio.

Domingo primero de febrero del 2009 Décimosexta corrida de la temporada de la Plaza de Toros México

Hay momentos en que la memoria es terrible. Por lo tanto, estas dos orejas de Ochoa saben a poco si recordamos las gestas de José Tomás, del Zapata, de José Mauricio y de Miguel Ángel Perera. Hoy Xajay se reivindicó, mandando cuatro toros de cuerda, de nobleza impresionante. Es más, el quinto hasta fue bravo y apretó a peones y montados.

El público llenó apenas un tercio de numerado, digamos unos ocho mil taurinos, los únicos que quedan vivos en el país. Si no hubiera sido “puente”, si no hubiérase jugado hoy el Super Bowl (otra herencia gringa y nefaria), a lo mejor más paisanos se hubieran retratado en las taquillas. En este orden de ideas, Manzanares pechó con un lote malo y no pudo estar. La gente no dejaba de animarle y hasta exigía un toro de regalo. Pero los sueños bonitos son contados. Hubo por ahí algún muletazo clásico, templado y mandón, pero la cosa no rompió a más. Sobraron pasos, faltaron distancias y el vendaval echó todo a perder. Ni modo, no todos los toreros andan bien todas las tardes; además dependen del sorteo.

Pizarro no fue ni la sombra del que vimos hace casi tres meses. A este torero le salieron dos animales de la ilusión. Sin embargo, abusó del toreo perfilero y sin entrega. Los aficionados gritaron fuerte: ¡Toro, toro! Y tenían razón. Lidió a sus dos enemigos (?) como si hubieran sido el Barrabás y eran unas hermanitas de la caridad. Para ahorrarle vista, le digo que en su segundo se armó de valor para recibirlo a porta gayola, quizá para que el respetable no protestara las orejas casi más largas que los pitones. A continuación, demostró lo que es ser un torero birlongo y zaragatero. ¡Lástima! Ya que desperdició casi cien embestidas claras y bobas de sus dos torillos. A Pizarro le recomendaríamos poner sus barbas a remojar. Hay, hoy por hoy, muchos coletas que se quedan quietos y quieren torear.

Eso hizo Ochoa. Este torero moreliano se gustó y se ajustó logrando momentos importantes en cada uno de sus turnos. Creo que torea al natural como pocos cuando se sienta en los riñones y corre la mano. Sus estocadas tuvieron el mérito de la honradez y el aguante. Si me pongo exigente, diría que podía haber cortado más orejas, pero esas son necedades de aficionado viejo. Fernando llevaba en su cuadrilla a un torero de plata inconmensurable: Armando Ramírez, el “Bam-Bam”. Este muchacho corrió a los toros a una mano y además salió andando de los pares de banderillas en lo alto. El ver a este peón en la plaza hace sonreír de gusto al aficionado más amargo. Se desmonteró con gracia y quizá protagonizó los momentos más gitanos de la tarde.

Volviendo a Manzanares, yo le digo que nos quedó a deber. De este extraordinario torero uno espera -como dice Antonio Caballero-, que nos suprima durante un momento la incredulidad. Es decir, que nos lleve a las epifanías o aunque sea, al milagro. Hoy no fue, y lo que hizo Ochoa, aunque encomiable y digno de aplausos, es poco. El toreo grande pasa por la barriga y exprime las condiciones del bicho, levanta a la gente del asiento y se lleva en el corazón para siempre. Así recuerdo al Bam -Bam, torero de verdad, transparente y alegre.

No podemos cerrar esta crónica sin apuntar que Miguel Ángel Perera fue a la corrida, y que a la salida se llevó la ovación de muchos de los que asistieron a la plaza: abrazos, fotos, autógrafos, propuestas de matrimonio y preguntas en el túnel. Probablemente, el extremeño arrancó más aplausos que el triunfador de la tarde. Lo mismo de siempre, hay faenas que se recuerdan y otras que no.

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