Gastón Ramírez Cuevas (México)

Toros: Seis de Santa María de Xalpa, bien armados, desiguales de hechuras pero faltos de casta buena. Fueron pitados en el arrastre el segundo el tercero, el cuarto y el quinto. Al sexto no le pitó la gente porque le urgía irse a casa.

Humberto Flores, estoconazo y una oreja en su primero. Al cuarto lo despachó de una entera trasera de la que salió corneado de gravedad.

Uriel Moreno "El Zapata", estocada caída a toro parado en el segundo de la tarde para salir al tercio. En el quinto cortó una oreja por la manera en que mató.

Miguel Abellán, dos pinchazos y tres cuartos al tercero, silencio. Estocada entera pero defectuosa y descabello aguantando al que cerró plaza, palmas. Domingo 11 de enero del 2009.

Décimotercera corrida de la temporada de la Plaza México.

El nuevo año presagiaba acontecimientos taurinos enormes. Venía una seria corrida de Santa María de Xalpa que en las fotos demostraba finas hechuras e hizo esperanzarse a los más de diez mil paganos que se dieron cita en la monumental de Insurgentes. Para lidiarlos estuvieron en la plaza tres toreros con honor que no piden más que una pizca de bravura de parte de sus enemigos. El valor y el oficio, por no hablar de la entrega y la clase, son el sello de Humberto Flores, de Uriel Moreno y del madrileño Abellán. No obstante, el destino taurino es inescrutable y así, los toros dieron fiera batalla a los de luces. Se cortaron dos orejas, pero no porque los toros se hayan dejado, sino porque a un par de ellos se les mató a ley.

Para el público mexicano el encaste Domecq es todavía un misterio. Todos los toros fueron inciertos y peligrosos. Uno hubiera podido pensar que estábamos en una máquina del tiempo y que habíamos vuelto a los tiempos de los toros decimonónicos, esos que no se podían torear en redondo y que cambiaban de lidia a cada instante. No se puede decir que nos aburrimos, no, pero el resultado artístico no hizo la felicidad de la mayoría. Imagínese usted, toros que a veces se arrancaban de largo, a veces no; que a veces repetían y a veces se frenaban o huían; que a veces humillaban y a veces derrotaban, etc.

Todos fueron un crucigrama que los toreros trataron de resolver con mayor o menor éxito. Ahora, emoción y peligro ¡ni hablar! No tendríamos más que preguntarle a los banderilleros -como Christian Sánchez que fue zarandeado- o al matador Humberto Flores a quien su segundo enemigo esperó a la hora de matar y le propinó un tabaco serio en el muslo. ¿Cómo se dieron las cosas? Pues así: Flores recibió al que abrió plaza con lances a pies juntos ajustándose de verdad. El banderillero Raúl Bacelis fue sacado al tercio por dos pares de valía.

En la faena de muleta sobraron pasitos y en un descuido el toro tumbó al diestro jalisciense. Siempre queda el entregarse al matar y Humberto cobró un estoconazo de libro para cortar una oreja muy meritoria. El segundo, que correspondió a El Zapata, se quedó después de meter los riñones en el caballo. Uriel lo banderilleó con valor -sobresaliendo el tercer par por dentro- y luego trató de muletearlo con clase, pero ahí no había nada qué hacer.

El buen público de La México, que ha soportado a tanto figurín de alfeñique, de esos que sólo le hacen fiestas al toro bobo, le aplaudió con fuerza a este torero macho e inteligente y le sacó al tercio. Miguel Abellán venía a comerse el mundo y lo evidenció en un quite por chicuelinas al tercero de la tarde en el que tragó en serio. El pase cambiado por la espalda con el que inició la faena de muleta dejó patidifuso a más de un escéptico. Echándole tipo, Miguel consiguió muletazos grandes acompañando con todo. Desgraciadamente, el bicho salia suelto. No estuvo fino con la toledana y el público guardó un respetuoso silencio. Vino el segundo de Flores, un toro aborregado pero con enormes astas. No vimos nada con el capotillo. En el segundo tercio el banderillero triunfador, Christian Sánchez, puso un tercer par al relance en terrenos inverosímiles: salió volando y con un puntazo. Los entendidos le tocaron las palmas a Bacelis, quien le hizo el quite de la providencia.

Humberto intentó todo, incluso llevó siempre la muleta retrasada y aguantó horrores, pero la labor era titánica, el bicho no dejaba estar y tenía el famoso peligro sordo. El de Ocotlán se tiró a por uvas como -me imagino- lo hacía Machaquito, y el toro se cobró en serio. La cornada es, hasta este momento, de pronóstico reservado. Con el ambiente de corrida dura, de tiempos idos, salió El Zapata a demostrar de qué están hechos los toreros tlaxcaltecas. Le endilgó al castaño un quite por chicuelinas de gran exposición y arte. Volvió a tomar los palos y a base de esquivar los hachazos salió airoso del trance. Con la sarga se enfrentó a un burel que nunca obedecía al toque, a un toraco que -como sus hermanos- era incierto y peligroso. Con la cabeza fría y el oficio elegante, Uriel hizo todo lo humanamente posible para ligar los muletazos, llegando fuerte al tendido. Dando todas las ventajas al toro se tiró a matar e hizo rodar al socio como pelota. No me explico por qué algunos trasnochados le protestaron el apéndice. En otros tiempos esa labor valía mucho, pero quiero suponer que en días pasados la gente se fijaba más en las características del toro y no exigía siempre tandas y tandas de dulces derechazos.

A Abellán le tocó el menos pesado del encierro, tan sólo 459 kilos, pero era agalgado y tenía una percha de Dios guarde la hora. El animalito salió débil, rebrincado y no negó la cruz de su parroquia: no había distancia posible para torearle. Miguel porfió, porfió, y toreó largo y templado, siempre que el toro se decidió a dejar de buscarlo. Los parroquianos de sol medio lo entendieron y le aplaudieron mientras le dirigían insultos al ganadero. ¡Caprichos de la nueva afición! Si no hay toro a modo, si no se puede pedir el indulto, la plebe se inconforma. El viejo Herodoto, aquel historiador griego que nos noveló a Egipto y sus pirámides, decía: " Este es el dolor más amargo de los seres humanos, el saber mucho y no controlar nada." Eso vimos hoy, a tres toreros sapientes y a seis toros sin muchas ganas de dejarse manejar.

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