Gastón Ramírez Cuevas (México)

Toros: Seis de Teófilo Gómez, salvo el primero y el tercero que se dejaron meter mano, los demás fueron un compendio de falta de raza y malas ideas. Fueron fuertemente pitados en el arrastre el segundo, el quinto y el sexto.

José Tomás, estocada entera entregándose para cortar una oreja en su primero; y media excelente para tumbarle otro apéndice a su segundo.

Arturo Macías, mató al tercero de un pinchazo, un pinchazo hondo y un buen descabello, al tercio. Al quinto lo despenó de entera caída y cortó una oreja que fue protestada.

Octavio García “El Payo¨, Confirmó la alternativa. En el que abrió plaza salió al tercio después de cuatro pinchazos y entera tendida. Al que cerró plaza lo volvió a pinchar cuatro veces antes de dejar una entera caída y delantera, silencio.

Domingo 18 de enero del 2009 Décimocuarta corrida de la temporada de la Plaza de toros México.

La plaza México registró un entradón, no cabía un alfiler en numerado. Todo por ver a Jose Tomás, el torero que hoy por hoy mueve masas. Desgraciadamente, los toros de Teófilo Gómez cumplieron con las expectativas, es decir, salieron muy malos. Se salvaron de la quema el noble y bobo primero y el tercero, que quizá no fue aprovechado cabalmente por Macías. Ese torito llamado “Mi Querido Amigo” (¿a quién se le ocurren nombres tan cursis y poco taurinos?) tuvo una pizca de bravura y mucha nobleza. Ojalá le hubiera tocado en el sorteo al de Galapagar.

Sin embargo, el milagroso José Tomás está más allá de la suerte y más allá de querer toros a modo. Esta gran figura del toreo hace maravillas con lo que le salga por chiqueros. Con el segundo de la tarde toreó muy bien a la verónica sin importarle el vendaval y remató con una media larga antológica. Macías instrumentó un quite por gaoneras muy aplaudidas aun sabiendo que el bicho tenía las embestidas contadas. El de Teófilo era muy blando, volteaba contrario, se quedaba, derrotaba, etc. ¡Aquí no pasa nada! dijo José Tomás, y le pegó unos estatuarios asombrosos para iniciar la faena de muleta; ahí la gente rugió en los olés. Continuó toreando al natural sin poder lucir por las condiciones del astado. Pero, vinieron los trincherazos suaves y mandones, los cambiados por la espalda en distancias inverósimiles y las manoletinas. En una de esas el toro se lo echó a los lomos sólo para ver como este majestuoso espada volvía a la cara para pegarle otras manoletinas más ceñidas todavía.

Es formidable ver -como dice Antonio Lorca- a José Tomás templar y mandar en esos pases tan anodinos en otros toreros. El señor Román Martín montó la espada y se fue por derecho para cobrar una estocada con el sello de la casa. La oreja fue indiscutible.

Su segundo fue un toro huidizo al que pasó con un piquetito. Lo brindó al cónclave y ahí vimos el poder tremendo del más grande de estos tiempos. El toro se quedaba y le buscaba una y otra vez, llegando inclusive a cogerlo de fea manera al pegar un natural. José Tomás no se movia, sólo templaba con esa muñeca prodigiosa. Esa labor de entrega y conocimiento tuvo como resultado largas tandas de derechazos enormes, recompensados con el ¡Olé! más profundo que pueden tributar más de treinta mil gargantas en la Plaza México. La gente aplaudía de pie y le gritaba ¡Torero! a su ídolo. Con el ambiente al rojo vivo José Tomás montó la espada y se tiró sobre el morrillo para cobrar una media que Lagartijo hubiera celebrado. Vino la segunda oreja de la tarde pedida por unanimidad. Los aficionados recordarán por mucho tiempo la cátedra tomasista, ese torear en un palmo y esos toques finísimos y suaves para, aguantando horrores, sacar muletazos hondísimos de donde no los había. Aquí hago un paréntesis para establecer una gran diferencia entre el Monstruo de Galapagar y todos los otros toreros cuando se tiran a matar. He leído que el gran Rafael Molina, el primer Califa de Córdoba, cuando ya estaba entrado en años, se aliviaba dando pasitos atrás al perfilarse. Decía Lagartijo que esa era su “melesina” (medicina) y que se la tenía que aplicar para poder estoquear con cierta ventaja. Pues bien, José Tomás se perfila y da todavía pasos para adelante, no como sus alternantes de hoy, quienes son más bien de la secta lagartijera.

Hablemos ahora de Arturo Macías. Sus dos trasteos se basaron en el valor y en su capacidad de conectar con el tendido. En su primer enemigo hubo muletazos sueltos de muchos quilates, sobre todo con la zocata. Nos quedamos con un cambio de manos por delante y los forzados largos y templados.

En el quinto instrumentó un quite por tafalleras muy encomiable, llegando a pegar una en redondo, cosa que yo no había visto nunca. Brindó a José Tomás y se pegó un arrimón meritorio. Al tirarse a por uvas salió encunado de manera espeluznante, lo que provocó que la gente pidiera la oreja. Cierto sector del público no comulgó con la decisión del juez y le pitó el trofeo. ¿Será porque las comparaciones son odiosas y una cosa es el teatro y otra el toreo? ¡Vaya a saber!

El Payo estuvo muy bien. Lástima que no sabe matar. Si no hubiera cortado una oreja del primero. A este animal (que llevaba el patético nombre de ¿Puedo Opinar?) lo toreó con el capote por gaoneras. A continuación le pegó dos enormes pases cambiados por la espalda en los meros medios. Toreó al natural con la mano muy baja y casi sin enmendar, entusiasmando a todos los parroquianos. La faena se prolongó más de la cuenta y a la hora buena Octavio pinchó y pinchó. Ni modo, todo quedó en una salida al tercio para este buen torero.

Cerró plaza un animal rabicano y muy incierto. Un crucigrama que sólo estaba a la altura de coletudos más experimentados, y aun así quién sabe, pues el torillo no tenía un pelo de tonto y tampoco tenía casta buena. Lo mejor fue el quite por alicantinas extremadamente sentidas y muy emocionantes. El Payo inició la faena muleteril con derechazos de rodillas y ahí se acabó todo. Volvió a estar mal con la toledana y sólo quedaron en el coso los cabales que aplaudieron a José Tomás en su vuelta al ruedo a hombros. Termino la crónica recordando lo que decían el otro día sobre Jan Van Eyck, el figurón de la pintura holandesa del siglo quince, hablaban de “Lo brillante de su técnica y lo brilante de su mente.” Eso y más es José Tomás, y cuando torea nos regala un arte que supera -como debe ser- a la realidad.

A %d blogueros les gusta esto: