Gastón Ramírez Cuevas
Toros: Seis de Julio Delgado, impresentables, débiles y desrazados. Ni siquiera podríamos calificarla de moruchada, porque a veces, los moruchos se equivocan y sacan algo de casta. Mejía regaló un séptimo de Los Ébanos, más manso y más triste que los otros, pero que se dejó.
Toreros: Manolo Mejía, en su primero mató de estocada pescuecera y perpendicular, le sonaron un aviso benévolo. Al segundo de su lote lo despachó de estocada caída, pero efectiva: silencio filosófico, como en el segundo de la tarde. Tuvo la peregrina idea de regalar un séptimo y ahí se le armó la bronca. Entre olés de chunga y cojinazos, lo pasaportó de pinchazo perdiendo el engaño y pulmonazo artero. Sobran los comentarios.
José Mari Manzanares, mató de estoconazo en las péndolas al tercero de la aciaga tarde, después de irse en banda al primer envite: oreja. A su segundo lo estoqueó de gran volapié, el biombo sacó presuroso un pañuelo para concederle al alicantino otra orejita.
Ernesto Javier Tapia “Calita”, recibió la alternativa. Al del doctorado lo mató muy, muy mal. Fueron tres pinchazos, diez golpes de descabello y dos avisos muy generosos. Si le gustan las efemérides, el del doctorado se llamó “Canastero” y dicen que pesó 453 kilotes. Al que cerró plaza se lo quitó de enfrente con un pinchazo y una entera en buen sitio: salió al tercio.
Domingo 22 de noviembre del 2009
Tercera corrida de la temporada de la Plaza de toros México
Alternativas adelantadas, toreros viejos y un español de polendas, suficiente cartel para que entraran al coso más grande del mundo unos cinco mil espectadores. O sea, había casi cuarenta mil lugares vacíos. No es para extrañarse, muchos aficionados de verdad reservaron su bolsa y su garganta para ver el domingo entrante a José Tomás y a Arturo Macías: la crisis, que así le dicen.
No sé si pueda explicarle a usted, amigo lector, las ganas de echar una siesta durante el festejo, en medio del tedium vitae que se apoderó de la plaza. Lo único que nos sacó del sopor de los -aparentemente- becerros engordados y el robo en despoblado del ganadero y la empresa, fueron algunos pasajes de Manzanares a su primero.
Pero, como es costumbre, vayamos por partes.
“El Calita” tomó la alternativa, y la tomó sin pegar un lance parando los pies. Creo que su maestro en la escuela de Sevilla, Francisco Moreno Vega, el descendiente de aquel Francisco Vega de los Reyes, “Curro Puya”, debe estar un tanto decepcionado del alumno. Ya con la pañosa en su primero, el muchacho se dedicó a estar elegante frente a un mueble soso y colaborador. ¡Vamos! que si usted se baja y se queda quieto, también hubiera escuchado palmas del respetable. Mucho temple, pero nada de emoción, pues el torito (stricto sensu) se estaba muriendo desde que salió por toriles.
En su segundo “enemigo”, ya siendo matador de toros, Calita pegó un natural largo y pare usted de contar. Los gritos del espada a la pobre res, la muñeca más tiesa que un gitano en quiebra, y la patita pa’ atrás, no nos hacen albergar muchas esperanzas.
Pero ahí estaba Mejía, una gloria de tiempos ya muy empolvados y remotos. Si le digo que no confiarse nunca y torear aliviado continuamente, fueron los pilares de sus tres trasteos, me quedaría corto. Lo dijo “Guerrita”: ‘Lo que no puede ser, no puede ser. Y además, es imposible.’ ¡Qué tiempos aquellos! los de hace veintitantos años, cuando este torero se fajaba, lucía elegante, y hasta mataba recibiendo. Pero, los años y las malas compañías no perdonan.
Manzanares demostró lo que no tiene que demostrar, pues todo entendido lo sabe, que es un torerazo que acompaña y transmite como pocos. En su primero, un burel soso, tardo y noble, el hijo del gran Dolls Abellán bordó el toreo en una clase de ritmo, muleta bien cogida y señorío. Lástima que nos quedamos en el preciosismo y no hubo el fondo de emoción y peligro que debe existir en las plazas de toros. Sin embargo, y ya en un plan optimista, señalaremos que los cambios de mano por delante y los de la firma no tuvieron parangón por el gusto seco y el sabor profundo. Ni modo, aquí no se consuela el que no quiere…
En el quinto, un cornúpeto sin casi cuernos, lo único medio memorable fue la estocada; pero antes en esta plaza, eso no bastaba ni siquiera para agradecer la ovación desde atrás del burladero de matadores. Le dieron una oreja que pesa menos que el gas helio de los zeppelines de aquel viejo alemán.
En España se quejan mucho del juego que dan los toros; aquí también. Pero, lo que no he visto yo en la Península es a toritos de corcho con patitas de palillo, con los pitones más chicos que las orejas y con menos casta que una ostra. Así vamos, en una espiral de mansedumbre y de pillerías. Y luego no falta el que se pregunta ¿por qué ya no se llena la plaza grande?
Creo que en la Madre Patria hay un título nobiliario que ostenta una familia de gente muy bien y legendaria: Conde del Asalto. ¡Hombre! que aquí los que podrían reclamar el honor, son legión.
Fotos: Genaro Berumen