Gastón Ramírez Cuevas.-  Toros: Seis de Real de Saltillo, excelentemente presentados, encastados y muy interesantes; fuertes, con leña.
Varios fueron aplaudidos en el arrastre y el segundo mereció la vuelta al ruedo, aunque el juez –para variar- ni se enteró.
Toreros: Manolo Mejía, en el que abrió plaza, pinchazo, metisaca y entera: silencio. En el cuarto, entera caída: palmas al toro y nuevo silencio.
El Capea, entera baja, palmas al toro y oreja protestada en el segundo. En el quinto, pinchazo, media caída y descabello: aviso, ovación al toro y silencio.
Mario Aguilar, dos pinchazos, tres cuartos de estoque caídos, dos avisos y pitos. En el que cerró plaza, pinchazo, entera caída y dos golpes de verduguillo: aviso y silencio.

Plaza Monumental de México. Domingo 9 de enero de 2011. Décima corida de la temporada.

Hoy hubo toros dignos de ese nombre, para deleite de los seis mil parroquianos que se dieron cita en el embudo de Insurgentes. Animales con fuerza, con poder, con cierta nobleza –toreabilidad, que le llaman ahora- y con recorrido. Así fueron el primero, el segundo, y el quinto. Los otros tenían más guasa, pero mucho que torear. Ya lo dijo un ganadero de prosapia, cuyo nombre me guardaré, pero es de Tlaxcala y tiene el apellido González: “La gente no entendió a los toros y los toreros menos”.
Manolo Mejía estuvo y estuvo digno, pero le sobran veinticinco años y la mala escuela de su tocayo Manolo Martínez. La gente no le reconoció ni la enjundia ni el deseo de justificarse, quizá esperando que echara la pata buena adelante y que se quedara quieto: ¡peras al olmo!. En su primero, un toro complicado, pero para lucirse, dudó y porfió, logrando a veces muletazos por el pitón derecho nada despreciables. Mas todo quedó en simulacros de faena y una muy deficiente ejecución de la suerte suprema.

En su segundo, un bicho incierto que sembró el pánico en las cuadrillas de jubilados y al que le pegaron cinco puyazos entre guasa y guasa, Manolito hizo un trasteo interesante pero anodino, con más altibajos que una montaña rusa. Echamos de menos a aquel torero mandón y de muleta poderosa –perdóneme el oxymorón- que triunfaba hace ya dos décadas. El toreo eléctrico y con ayuda de los subalternos no convence ni a los villamelones de hogaño. Hay que irse antes de que lo echen a uno, decía El Guerra…

El niño de El Capea nos regaló una de sus mejores faenas. Fue en el segundo de la tarde. El de Real de Saltillo tuvo fuerza, recorrido, aguante y nobleza, todo con su punto de bravura seca: un toro para encumbrarse. ¿Qué cómo estuvo Perico? Bueno, bien, bien de verdad, firme y entregado por momentos. Pero, tiene la muñeca más tiesa que un bacalao y duda más que un agnóstico; además se agarra a las costillas del rumiante cuando puede. Así se le fue el toro de la temporada. Cortó la clásica orejita por un bajonazo insuperable, mismo trofeo que le fue protestado mientras daba la vuelta al ruedo.

En el quinto, Pedro lanceó y pegó pases con mérito y ningún lucimiento. La casta del de Real de Saltillo se fue inédita.

Mario Aguilar no está. Digamos en su descargo que pechó con lo más inútil -para el toreo moderno- de todo el encierro. El tercero pesó 612 kilillos, y claro que no los aguantó. Mario le pegó los mejores muletazos de la tarde, dos derechazos largos y templados, cerca y con clase. El toro no permitió más porque se caía de gordo. Mató mal de verdad y la gente que le quiere y le exige, se le echó encima.

En el último de la tarde, otro toro serio, pero débil, Mario anduvo aperreadón. Digamos que le faltaron sapiencia, reposo y variedad. Y el respetable sigue esperando que vuelva a torear con gusto, con sevillanía. Claro, hace falta un toro a modo… ¿Pero, el torear ha sido alguna vez sencillo y dulce?
No puedo finalizar esta crónica sin señalar la falta de sensibilidad del ganadero. ¿Usted bautizaría a sus pupilos con los nombres de toros que antaño mataron a figuras del toreo? No usted no, porque es una persona buena y enterada, pero Carlos Peralta les puso a sus toros nombres de mal fario. Así saltaron al ruedo Poca Pena (sic), Josinero (¡sic!) y Avispado. Desde ese tan cacareado –y envidiable- tablao del Negro Frascuelo que tanto pregona el maestro Serrat, Manolo Granero, Pepete (José Dámaso Rodríguez), y Paquirri deben estar acordándose bastante de la progenitora del ganadero.

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