Gastón Ramírez Cuevas.- El aficionado sevillano está cada vez más perplejo. Tarde a tarde (salvo el día de los victorinos) se dice que es imposible que la empresa consiga toros aun más despreciables y faltos de bravura, y al final de cada festejo comprueba que sí, que el abismo del engaño es insondable.

Hoy los entendidos más perspicaces constataron que, según el programa de mano, cuatro de los bóvidos estaban a punto de celebrar su cuarto cumpleaños o lo habían festejado hacía apenas un par de días. Vamos, que el señor Ramón Valencia usa el dinero de los abonados y el público en general para comprar animales que además de ser un asco en cuanto a bravura y fuerzas se refiere, están en la flor de la adolescencia. Es evidente que hogaño muchos empresarios y ganaderos han superado con creces la angustia que en la gente de bien produce el no actuar con sinceridad u honradez.

En fin, vayamos toro a toro.

El primero de Morante fue tan débil y tan falto de raza que ni siquiera alcanzó la mediocridad. Ahí el de La Puebla del Río pegó alguna buena verónica y quitó por tafalleras en un palmo. Luego no pasó absolutamente nada en la faena de muleta. Eso sí, la estocada fue de libro.

El segundo rumiante quería huir en todo momento y con férrea voluntad. Perera le pegó un par de buenas verónicas y en el último tercio se fajó con esa antítesis de toro bravo casi en la puerta de toriles, pero con ese toro no se podía lucir nadie, ni Fuentes.

El tercero fue un cornúpeto débil y soso que rebrincaba porque casi no podía sostenerse en pie. Javier Jiménez lo intentó todo con clase, oficio y elegancia, llegando inclusive a inventarse una faena de gran mérito. Hubo naturales largos y templados que emocionaron a toda la plaza. Desgraciadamente, el toro se le pasó de faena y lo pinchó una vez antes de cobrar una muy buena estocada. Señalaremos aquí que el director de la banda de música es un esquizoide, pues si ayer tocó sin cesar para los toreros de la revista “¡HOLA!”, hoy se esperó a que los coletas estuvieran a punto de ir por la espada de verdad para atacar el pasodoble.

En el cuarto Morante tuvo sus clásicos momentos de torería profunda y mágica. Hubo enormes derechazos, excelsos naturales, pases de pecho, doblones rodilla en tierra y toda una enciclopedia del toreo amanoletado. Luego, Morante cuadró al toro con su genial estilo y sin pegarle el muletazo. Mas hay un pero, todo eso se lo hizo Morante a un morlaco débil, sin raza alguna y al que había que torear con gran precaución para que no se desplomara. Es decir, que ese filme lo hemos visto ya en más de una ocasión.
Lo cual en nada demerita la gran ovación que en el tercio se llevó José Antonio Morante Camacho.

Perera tuvo en el quinto toro a un buen colaborador. El toreo de capa del diestro de Badajoz fue colosal. Ahí quedaron las verónicas, la media, las tafalleras y las gaoneras ejecutadas con arte y exposición. Parecía que aquel toro iba a salvar del naufragio a la corrida, pero no. Perera ni templó, ni completó los pases ni le echó sabor al asunto. En resumen, el espigado coletudo aburrió al respetable hasta con su consabido arrimón y su toreo por las posaderas.

El que cerró plaza no dio opción alguna al torero de Espartinas. Javier Jiménez porfió ante un toro quedado, reservón, tardo, débil y muy incierto que no regalaba dos embestidas seguidas. Sí, la corrida empezó muy mal y terminó peor.

El público cabal de La Maestranza, aquel que ayer armó la bronca padre, hoy ya no se amostazó ni tampoco se enfullinó. Parece que el desencanto le ha ganado la batalla a la indignación.

Parece que la afición del coso del Arenal ha visto ya aquellos bíblicos dedos fantasma escribir en el dorso de sus entradas las fatídicas palabras “Mane, thecel, phares”, lo cual quiere decir que todo está ya contado, pesado y dividido, y que el fin fatal y desastroso de la Fiesta está muy próximo.

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