Gastón Ramírez Cuevas.-  Tanto en este complicado asunto de la Fiesta, como en todos los demás aspectos de la vida moderna, uno va encontrando sus pequeñas alegrías en donde puede. De esa manera, cuando este festejo (cuyo cartel me parecía muy poco atractivo) iba transcurriendo con rapidez y sin el corte de ocho rabos por parte de cada uno de los coletas, fui alegrándome paulatinamente. No obstante, el constatar que la plaza de Sevilla estaba poblada por legiones de villamelones y que los toros eran unas raspas indignas de una plaza de trancas, terminó entristeciéndome.

Las cosas ocurrieron así:

Francisco Rivera se despedía de La Maestranza después de 22 añitos de matador de toros. El nieto del maestro don Antonio Ordóñez se fue a porta gayola y ejecutó muy bien la media larga cambiada de rodillas. Luego cubrió el tercio de banderillas y clavó un par al sesgo por dentro de excelente factura. El remedo de toro bravo era muy débil y soso. Rivera lo toreó a muy prudente distancia y ahí realmente no pasó nada. Sin embargo, los papanatas que confunden las várices con la avaricia sacaron al torero al tercio.

El segundo del festejo fue un bicho anovillado y manso. En medio de una faena sin mayor chiste, Juli llegó a pegar una buena tanda de derechazos. La música, que esta temporada ha tocado a destajo, acompañó en todo momento y de manera inexplicable la labor del madrileño.

Salió el primero del lote de Cayetano, quien antes que nada se fue a porta gayola. El animalito dio después una vuelta de campana y ahí se acabó el de Daniel Ruiz. Su invalidez era tal que las protestas no se hicieron esperar, pero el juez de plaza se volvió sordo. La bronca protagonizada por el Tendido 8 fue de proporciones épicas, pero el presidente Luque es mucho más necio que los buenos aficionados.

Cayetano entendió que el público del 8 tenía toda la razón y tuvo el gesto de venir a medio brindar la muerte del toro a dicho sector, intentando quizá expresar que estaba de acuerdo con las airadas muestras de desaprobación. A continuación todo fue un despropósito de vana porfía en el que el torero hacía como que toreaba y el cornúpeta fingía estar vivo. Un bajonazo infame puso fin a este triste capítulo.

Llegó el cuarto, el único bovino que tuvo un punto de alegría y acometividad. Francisco lo toreó con la muleta durante largo tiempo y cada vez más lejos, tan es así que parecían faltarle brazos más largos. Pero ahí la gente quería verle cortar una oreja y ejerció su sacrosanto derecho de admirar cosas sin importancia. El anhelado trofeo fue a parar al esportón del hijo de Paquirri después de un espadazo trasero y caído.

Vino el quinto, un astado que embistió sin clase para que Juli lo toreara con más vulgaridad aun, pero con ganas de aburrir. Es una pena estar en la plaza más guapa del universo y alegrarse de que sólo falta ver un toro, pero el tedio era tal que un vecino mío prefirió ponerse a leer las obras completas de Kant. Cuando los escritos de un filósofo teutón parecen más divertidos que lo que ocurre en el ruedo… ¿Cómo mató Julián López? Pues con la fealdad del truco y la fealdad del miedo. Y ahí ni los más entusiastas fueron capaces de sacarlo al tercio.

En el que cerró plaza, otro torillo débil y rajado, Cayetano se fajó en un vistoso quite por gaoneras. Luego comenzó la faena de muleta con emocionantes y arriesgados derechazos de rodillas y un cambio de manos muy torero. El bisnieto y tocayo del Niño de la Palma logró pases de gran reposo, verdad y temple, rematando las tandas con pases de pecho, trincheras y de la firma. Cuando el toro huyó descaradamente, Cayetano se pegó el arrimón y luego se entregó a la hora de la verdad. La oreja fue merecida.

Total, sendas orejas para los vástagos de Paquirri en un festejo para el olvido. Ya lo dijo don Félix Borrell Vidal, alias F. Bleu: “Donde no hay peligro no hay emoción; y donde no hay emoción no hay corridas de toros posibles.”

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