Antonio LorcaAntonio Lorca.– Por segundo año consecutivo, algunas de las figuras más sobresalientes del escalafón han decidido dar la espalda a Sevilla. El último ha sido Morante de la Puebla, que se ha dejado querer y ha roto la cuerda cuando más daño hacía; el primero fue Miguel Ángel Perera, el de gesto más adusto, quizá; quien más explicaciones dio en su día sobre el supuesto maltrato sufrido por la empresa sevillana, y que ha venido a decir que continua dolido, y que, tras la exitosa campaña anterior, no le hacía falta volver a la Maestranza. Le siguió El Juli, un lince agazapado tras la mata, con ese punto de altivez de quien se siente en la cumbre, que utiliza con sapiencia las medias verdades, con la comisura de los labios entreabierta y el silencio como norma. Y el tercero fue Talavante, que volvió a hablar de maltrato sin más explicaciones. En fin, que de los cinco toreros que vetaron en 2014 a la empresa sevillana, solo José María Manzanares ha rectificado.

El asunto es muy serio. Nadie es imprescindible, pero la huída de cuatro grandes del toreo moderno se volverá a notar en las taquillas y repercutirá sobremanera en el ánimo de los aficionados.

¿Qué ha pasado? No se sabe. El negocio taurino es una cueva trasnochada y tenebrosa en la que todo está oculto, recóndito y secreto. Nadie explica nada. Ni los empresarios ni los toreros -el comunicado de Morante es un insulto a la inteligencia-. Eduardo Canorea y Ramón Valencia, los gestores sevillanos, pidieron perdón públicamente allá por el mes de diciembre, y se supone que se les habrán bajado los humos a la hora de negociar. Pero, por lo visto, no han sido razones suficientes. ¿Será por número de corridas? ¿Por dinero, tal vez? ¿Por un enfrentamiento personal irresoluble? No se sabe.

La rumorología apunta más arriba: Alberto Bailleres, el potentado mexicano que apodera a Morante y Talavante, quiere hacerse con las riendas de la Maestranza y ha puesto en marcha una estrategia para hundir a la empresa Pagés y ofrecerse como salvador a la Real Maestranza, propietaria de la plaza. Pero se trata solo de un rumor que de ser cierto diría muy poco de la catadura moral de su protagonista.

Por cierto, ¿quién tiene la culpa de la situación creada?

Y qué más da quien la tenga. Lo único cierto es que unos y otros son incapaces de encontrar una solución y entre todos están torpedeando las entrañas mismas de la fiesta de los toros. Unos y otros han perdido su dignidad profesional en la defensa egoísta de sus intereses personales.

Posiblemente, a tenor de lo sucedido, Eduardo Canorea y Ramón Valencia nunca debieron ser empresarios de Sevilla. Ambos alcanzaron esa responsabilidad por la fuerza de la herencia, que será muy legal, pero se ha demostrado claramente injusta para la fiesta. Un empresario de la categoría que exige la Maestranza nunca hubiera permitido la situación creada. Y si las circunstancias la crean, un empresario de verdad encuentra una solución.

Posiblemente, a tenor de lo sucedido, ni Morante, ni El Juli, ni Talavante, ni Perera debieron ser nunca considerados figuras del toreo; porque ninguno de ellos es un revolucionario ni tiene la fuerza para echarse la fiesta sobre los hombros y liderarla hacia el futuro; pero entre los cuatro pueden hundirla irremediablemente.

Posiblemente, a tenor de lo sucedido, la Real Maestranza no es digna propietaria de la plaza, porque su papel de casera no le exime de responsabilidad en la búsqueda de soluciones. El sepulcral silencio mantenido hasta ahora por esta respetable institución dice muy poco de su compromiso con la fiesta.

En fin, que Sevilla está dominada por la podredumbre; que los taurinos -la empresa Pagés, cuatro figuras modernas y la Real Maestranza- están luchando a brazo partido para acabar con la fiesta; y que los aficionados asisten sorprendidos y alucinados a una malévola estrategia antitaurina de consecuencias tan predecibles como incalculables.

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