Gastón Ramírez Cuevas.- Pepe Moral triunfó con los toros de Miura, cortándole un apéndice a cada uno de sus enemigos, pero en realidad los que se alzaron con la victoria fueron los ganaderos, pues sus toros estuvieron muy por encima de los coletas.

Vamos, como debe ser, toro a toro.

El primero fue el lunar del encierro, pues desde el primer tercio cojeaba de las manos. La presidenta Anabel Moreno no devolvió al toro, pese a las protestas. Esa fue la primera pifia del palco. Poco sabía la señora autoridad lo que le deparaba la lidia del quinto de la tarde.

Como era de esperarse, la faena de muleta naufragó. El espectáculo triste de ver a un miura trotar lastimero por aquí y por allá es algo que ningún aficionado debe contemplar. Nazaré alargó el trasteo inútilmente y lo mató de manera vergonzosa. Al de Dos Hermanas le urge tomar un curso básico de cómo descabellar.

El segundo, que correspondió al que a la postre sería el triunfador, Pepe Moral, salió noble y con las fuerzas justas. El torero de Los Palacios anduvo zaragatero, toreando sobre piernas, bailando un zapateado alrededor del astado, pegando muletazos robados y escondiendo la pata buena. Pero, como mató bastante bien y de un miura se trataba, mucha gente pidió la oreja. Mrs. Moreno Muela otorgó la oreja y ese fue su segundo y gravísimo error. Ya se verá por qué.

En el tercero, Esaú Fernández se fue a porta gayola. La media larga cambiada de rodillas fue muy buena, pero el toro se revolvió como un rayo y cogió espectacularmente al espigado diestro de Camas. El muchacho quedó KO y –afortunadamente- de ahí no pasó la cosa; no por falta de ganas del cornúpeta, sino porque el cuerpo de Esaú le quedó oculto entre las cuatro patas y no alcanzó a meterle un pitón.

A ese pupilo de don Eduardo y don Antonio lo hicieron talco en varas, pero aun así cogió a un banderillero y llegó astuto y con algo de empuje a la muleta. Esaú se fajó y aguantó en un trasteo por momentos emocionante, pero ahí el toreo moderno era imposible y Fernández no se ve que esté muy versado en tauromaquias de antaño. Mató bien y salió al tercio.

El cuarto fue un cinqueño de espléndida lámina e inmenso trapío que sembró el pánico entre las infanterías. Con el trapo rojo, Nazaré estuvo muy digno al principio fajándose con el de Zahariche, aguantando, luciendo en los pases y hasta permitiéndose un desplante torero y a tiempo. Luego la cosa perdió color porque Nazaré no se arrimó lo suficiente. Volvió a matar muy mal, pero sus simpatizantes lo sacaron al tercio.

Antes de que el quinto de la tarde saliera por toriles, en el tendido se comentaban muchas cosas: alguien proponía organizar una colecta para adquirir un lazarillo y obsequiárselo a Anabel; otro opinaba que el dinero estaría mejor empleado en mandarla un curso de verano en el que dieran clases de conocimientos taurinos y sentido común, algo a todas luces utópico, y un guasa declaraba que los euros de la colecta debían utilizarse para comprarle tabaco decente a un hombre que parecía estar fumando fiemos de iguana, tal era la pestilencia de sus tagarninas. Pero el comentario que había que tomar en cuenta tenía que ver con la posibilidad de que Pepe Moral le cortara dos orejas al segundo de su lote y se alzara como el triunfador de Sevilla saliendo por la Puerta del Príncipe.

El miura que saltó al ruedo fue el toro de la ilusión por fuerte, bravo y noble. Pepe estuvo realmente bien con el capotillo, pegando dos medias largas de hinojos en tablas, veroniqueando con temple, rematando con dos elegantes medias y llevando al toro al caballo por orticinas.

El último tercio estuvo lleno de altibajos. Cuando el torero se acomodó al natural y se quedó quieto, corrió la mano con singular elegancia, logrando pegar unos pases de mucho empaque y arte. Pero no todo fue así, por el pitón derecho siempre hubo dudas que no asomaron cuando el espada toreaba con la zocata. También señalaremos que las trincheras y las trincherillas fueron dignos remates a las tandas, mas dio la impresión de que algo faltó, de que ese miura merecía mucho más.
La estocada fue bastante defectuosa, por caída y atravesada, pero la gente se volvió loca cuando cayó el toro. Mademoiselle Anabel debe haberse dicho por lo bajini: “¡Trágame tierra!”. Así las cosas, usía sacó un pañuelo pensando que la multitud se aplacaría con la oreja, logrando inmediatamente el efecto contrario: ¡La muchedumbre exigía feroz el segundo apéndice!

La presidenta se apretó los machos y no concedió la segunda oreja. Pepe Moral vio cómo se esfumaba una Puerta del Príncipe que a todas luces no merecía, pero que le hubiera venido de perlas. La cosa se saldó con dos vueltas al ruedo y una bronca sólo comparable a la que aguantó el presidente Luque el día de la despedida de Francisco Rivera, cuando no quiso devolver a los corrales al tercero de la tarde.

El sexto fue también un miura muy manejable, que se dejaba hacer fiestas por su manera de embestir. Esaú hizo lo que pudo, o sea, casi nada. Salvo algunos derechazos bien ejecutados, el resto de sus pases no tuvieron un atisbo de calidad, ¡una lástima!

En resumen, tres miuras para irse sin una sola oreja; un torero andaluz que estuvo a punto de hacer la hazaña de su vida; una presidenta errática y con cara de pocos amigos, pero que hace las delicias de la gente que gusta de vociferar, y –me imagino- muchos toreros viendo el festejo por la tele y pensando: ¡Qué desperdicio de toros! Me hubieran tocado a mí…