De cuando Dominguín, Bienvenida, El Viti, Camino, Antoñete… o el Yiyo

En una vieja taberna, años ha que cuatro ancianos se reúnen para hablar de toros

Un enorme cartel de toros, de los antiguos, colgaba junto a la puerta del establecimiento. Pero, realmente, lo que me llevó a entrar en aquella vieja taberna no fue el reclamo de esa reliquia, sino la sed. El local parecía como si llevara tiempo cerrado; a esas horas, pocos clientes lo frecuentaban. Salvo un par de mesas, el resto estaban vacías: en una, un anciano solitario leía una ajada revista; en la otra, entre la ventana y la barra, un grupo de cuatro vejetes se entretenían jugando al dominó.
Yo sólo quería un botellín de agua helada, sin vaso, y salir pitando de allí, porque, con todo lo que tenía que hacer, me resultaba un lujo perder un solo minuto. No vi a nadie tras el mostrador, así que le pregunté a uno de los abuelos que quién atendía allí. Entonces, justo el anciano que me daba la espalda, orondo todo él y con un mondadientes yo diría que empotrado en la comisura del labio, se levantó maldiciendo no sé a quién. «No le eche cuenta, señorita, es un cascarrabias. Toda su vida lo ha sido y, a estas alturas, creo que ni un milagro lo cambiaría. Le aguantamos por lo de los toros, porque, si no… Aquí, donde lo ve, con esa pinta, se lo sabe todo. Si hubiera aprendido a escribir, el Cossío, le digo yo que lo hubiera escrito él».
¿Son ustedes aficionados?, dije.
¿Qué?, ¿aficionados? Noooo. A-fi-cio-na-dí-si-mos. Vamos, le diré que tenemos puesto en el carné, en vez de lo de jubilados: ¿Aficionados! No se imagina lo que nos costó convencer al policía que nos los renovó. Fuimos los cuatro juntos; el Melqui, por delante, que todo lo torpe que está para andar se lo gasta en agilidad para vocear. ¿Miedo daba!
Eso, tú quéjate, Prudencio, encima que todos salimos de la Comisaría con carné de aficionado -dijo el que estaba a la izquierda.
Me había quedado de pie, a apenas un metro de la mesa, escuchando. Al echar un vistazo al local, algo me llamó la atención: todo estaba cubierto de una capa de polvo, como si llevara tiempo cerrado. «Mañana empieza San Isidro, ¿irán ustedes?», pregunté.
Por supuesto. Nunca hemos faltado, siempre hemos ido los cinco…
¿Los cinco?, interrumpí.
Sí, los cinco, él -dijo señalando al viejo de la otra mesa- también venía, pero hace ya unos años que no, dice que nos sentamos muy arriba y que él no está todavía para esas alturas.
Supongo que se refiere a las localidades de andanadas.
Por ahí, por ahí.
¿Y desde qué año llevan yendo?
Desde la primera feria, en el 47. Aquel año se dieron cinco festejos y, aunque no hubo un triunfador propiamente, destacó Pepín Martín Vázquez, que toreó dos tardes y sumó dos vueltas al ruedo… Le diré, señorita, que Gallito, el torero que abrió el abono, escuchó en el primer toro los tres avisos.
Y el quinto le dio una corná a Antonio Bienvenida apuntó el Melqui, ya tapado tras el mostrador.
¿Qué vasé, señorita?, me preguntó.
… Pues, verá, quería agua, bien fría, si puede ser y,… si puede ser también, sentarme a la mesa de ustedes, señores, por escucharles un ratito, si es que van a seguir hablando de toros.
¿Aquí no está permitido otra cosa!
Estupendo, adelante, empléense.
¿Qué quiere que le contemos?
Por ejemplo, sobre triunfadores que ha dado en su historia la Feria de San Isidro.
Bueno, le hablaré de los de antaño, de cuando El Viti, Bienvenida, Camino…
Sí, sí, de cuando ustedes quieran.
… Por delante le diré que el primer triunfador de San Isidro fue El Andaluz, quien en la feria del 48 cortó, a un bravo Pablo Romero, la primera oreja que se concedió en el ciclo. Aunque fue Agustín Parra «Parrita» el primero que desorejó por partida doble a un toro, anotándose la primera puerta grande de la feria. Al final, aquella feria resultó prolija en cuanto a salidas a hombros, porque también lo hicieron Paquito Muñoz, Rovira, Luis Miguel y su hermano Pepe, quien, por cierto, lo hizo sin haber dado si quiera una vuelta al ruedo. Y es que Pepe Dominguín fue un portento con las banderillas…
Pruden, no me piques que acabamos malamente hoy también.
¿Cuál es el pique?
Que para Manolín el mejor banderillero que ha dado el toreo fue Pepe Dominguín y, para un servidor, Pepote Bienvenida.
Que ustedes discrepen es normal; en esto del toro, lo raro es que haya consenso. Los propios cronistas tampoco coinciden muchas tardes. Lo importante es que esa pluralidad de opiniones, siempre que sean honestas, las respetemos todos.
Diga usted que sí, señorita.
Gracias, pero ahora me vence la curiosidad. Dígame, por favor, cómo fue que Pepe Dominguín salió a hombros sin cortar ninguna oreja.
Bueno, antes no era preceptivo el corte de apéndices para que un torero pudiera salir por la puerta grande. Lo de las dos orejas se reglamentó en 1962. Y, respondiendo a su pregunta, la salida a hombros de Pepe Dominguín fue por los pares de banderillas que colocó. ¿Enorme, el hombre estuvo enorme! Me acuerdo de que a uno de sus toros lo pareó con su hermano Luis Miguel, quien al año siguiente se autoproclamó número uno. Menuda se lió aquel día en la plaza. Era 1949.
Ya lo dijo Corrochano: «En el toreo es modesto quien no puede ser otra cosa».
Sí, hija, es verdad que lo dijo y, en el caso de Luis Miguel, acertó de lleno. No diría lo mismo de otro diestro que ha sido tan grande como torero como humilde es como persona: El Viti, a quien, atendiendo a sus iniciales S. M., le apodaron su majestad. También le llamaban el enfermero, porque no se le caía un toro.
¿El Viti no era uno que tenía un defecto en el brazo izquierdo?
No, eso no era un defecto, era una secuela que le quedó de por vida debido a una lesión que tuvo en el codo. A día de hoy, y lleva ya muchos años retirado, es el torero que más puertas grande ha sumado en Las Ventas; en San Isidro llegó a salir 12 tardes, que pudieron ser 13, porque en una ocasión renunció a hacerlo. Tomó la alternativa en la feria del 61, de manos de Gregorio Sánchez, que dio dos vueltas al ruedo, y Diego Puerta, que paseó un trofeo. El Viti le cortó una oreja a cada uno de sus toros; tanto a él como a sus dos compañeros, el gentío se los llevó de la plaza a hombros. Al año siguiente, el triunfador fue Ostos, ausente en las ediciones del 59 y del 60 -por intereses propios, que no por desacuerdos con la empresa-. Precisamente, en aquella feria del 62, se habló mucho del veto de Antonio Ordóñez a Victoriano Valencia, aunque, en lo referente a lo artístico, el tema de conversación fue la faena que Aparicio le hizo a un toro de Atanasio la tarde del 23 de mayo; para muchos, la mejor de toda su trayectoria.
¿Es verdad que Aparicio y Litri, de novilleros, pusieron los precios de las novilladas por encima del de las corridas?
Sí, sí, mismamente en la feria del 50. Aquel año, la reventa llegó a vender más caras las entradas de las novilladas que las de las corridas. Los dos compartieron cartel y triunfo con Chaves Flores, «el tercer hombre». En la siguiente feria, la del 51, quien convenció fue Pepe Luis Vázquez.
Lo del Sócrates, Pruden, déjame que se lo cuente yo.
¿El qué?
Fue el día de la confirmación del Litri. Pepe Luis tuvo una tarde redonda; primero, hizo una buena faena a un toro de Bohórquez y después le hizo otra a un sobrero de Castillo de Higares, abanto de salida y manso. Aquel día, Pepe Luis dio una lección de cómo se lidia a un toro de esa condición, una lección ejemplar. Durante sus años en activo, fue el diestro que más veces toreó junto a Manolete: 120 tardes. En Madrid hizo 48 paseíllos, en siete de ellos, para confirmar la alternativa a algún compañero. Si no recuerdo mal, ahijados suyos fueron El Andaluz, El Calesero, Pablo Lalanda, el mexicano Rafael Rodríguez, Litri, su hermano Manolo y Curro Romero.
Un día antes de esa corrida, la de la confirmación de Romero habló por primera vez el más enjuto del grupo , Pepe Luis actuó con Antonio Bienvenida y Julio Aparicio. A aquel cartel los guasones le llamaron el del «salario del miedo». Claro que visto cómo se resolvió la tarde, con los tres toreros a hombros Alcalá abajo, no les quedó más remedio que callarse. Recuerdo que Bienvenida, que aquel día vistió de purísima y oro, hizo una faena magistral a un sobrero de Juan Antonio Álvarez puro Contreras , que le había brindado a Conchita Cintrón. Antonio quiso matar recibiendo, tras pinchar arriba, lo logró al segundo viaje. El ruedo se llenó de sombreros y el público obligó al torero a dar dos vueltas al ruedo con los trofeos en la mano.
¿Ese Bienvenida fue el que mantuvo una guerra contra el afeitado a principios de los 50?
Sí, señorita. Hay quien dijo que aquello fue una estrategia para ser contratado, pero la verdad es que, lo fuera o no, de lo que no hay duda es que Bienvenida ha sido uno de los toreros con mayor dignidad y profesionalidad que ha parido el toreo. Aunque circunstancialmente nació en Caracas y se crió en Sevilla, fue «torero de Madrid»; tal vez, el más querido.
¿Y Camino?
Otro grandioso torero. Dentro de San Isidro es el diestro que más orejas ha cortado: 40. Sus lances a la verónica, sus medias y sus chicuelinas han sido un prodigio de temple; su mano izquierda le convirtió en el mejor orfebre del natural. Nunca olvidaré los que le enjaretó, en la Feria del 75, al toro Despacioso, del Jaral de la Mira; seguramente, los trazados con mayor belleza y lentitud en la historia de Las Ventas. Y con la espada, después de Manolete y Rafael Ortega, fue el mejor intérprete del volapié. Encima, para más inri, era de los que se ofrecía para cubrir sustituciones; como en la Feria del 69, en la que llegó a hacer cinco veces el paseíllo. Igual que ahora, que las figuras de turno, con suerte, vienen a una sola tarde…
Señor Prudencio, ¿Camino y Romero se anunciaron muchas tardes juntos?
Unas cuantas, hija. Por decirte una, me acuerdo ahora de la tarde del 26 de mayo de la feria del 67. Torearon con Diego Puerta, los tres salieron a hombros; cómo se daría la cosa que ya antes de pisar plaza el cuarto tuvieron que dar la vuelta al ruedo con el mayoral de Benítez Cubero. La víspera, Romero se había negado a matar a su primer toro, de Cortijoliva, alegando que estaba toreado y, claro, se lo llevaron a pasar la noche en Comisaría.
¿Curro y Bienvenida, no protagonizaron también un mano a mano histórico?
Sí, en la Feria del 66, se cayó del cartel Ordóñez y la empresa decidió dejar la corrida en un mano a mano. Curro le cortó las dos orejas al cuarto y Bienvenida, que llevaba dos años sin actuar en Las Ventas, aunque haciendo campaña capitalina en Carabanchel, las dos al quinto. Es en esa feria cuando a El Viti se le pide el rabo de Indiano, de Garzón, y cuando Antoñete inmortaliza al célebre toro ensabanado de Osborne, Atrevido…
¿Al decir Antoñete se refiere usted al torero del mechón blanco?, ¿el que le dio la alternativa al colombianito Rincón?
Sí, a ése. Y menudo ahijado que le salió. La feria del 91 fue la feria de César Rincón, vino contratado a una sola tarde, triunfó; al día siguiente le dieron una sustitución, volvió a triunfar; se anunció en Beneficencia, tercera puerta grande; y, en Otoño, la cuarta. Hazaña que nadie a vuelto a repetir.
Unos años antes, en el 83, el Yiyo entró en la Feria sustituyendo una tarde a Roberto Domínguez, que había tenido un accidente de moto, y otra a Espartaco, convaleciente de un percance. Creo que le llamaban el príncipe del toreo. Si Burlero no se hubiera cruzado en su camino, la fatídica tarde del 30 de agosto del 1985, ¿dónde hubiera llegado?
Eso no se sabrá jamás. Tenía todas las condiciones: valor, técnica, arte… era buen lidiador y un buen estoqueador. Mañana, seguro que lo vemos, porque el Yiyo, desde la feria del año 86, que viene a sentarse con nosotros.
¿Cómo?
¿Melquíades, si te callas, revientas!
A qué se refiere, no le entiendo.
Hija, esta taberna lleva cerrada desde el 79, año en el que el Melqui «se reunió» con nosotros. Desde entonces, sólo viene él -dijo señalando al viejo de la otra mesa-. El hombre está ya muy torpe, hoy se ha dejado la puerta mal cerrada, por eso pudo entrar usted. Por cierto, ¿no tenía usted prisa?
¿Es verdad!, me había olvidado… Por favor, discúlpenme por la intromisión. Ya me marcho y lo hago con la sensación de haber vivido una experiencia que no volveré a vivir el resto de mis días. Les agradezco lo que me han contado y les aseguro que me hubiera gustado haberles conocido antes. Creo que ya es un poco tarde.

Antes de abandonar la taberna, miré a mi alrededor. Fue entonces cuando me percaté de que el local llevaba muchos años cerrado. En la calle, caminé durante largo rato preguntándome repetidamente si aquello lo había soñado.

Al día siguiente, en la primera de feria, después de sentarme en mi localidad, eché un vistazo por las andanadas, no reconocí a nadie. Al mirar hacia el cielo, por comprobar si la amenaza de lluvia pronosticada por el hombre del tiempo podía materializarse, vi que una nube me hacía un guiño. No tuve dudas, era el señor Prudencio, que ya estaba acomodado con los demás.

Laura Tenorio

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