Rivera triunfó en un festejo lastrado por otro petardo de Zalduendo y que fue corrida de escaparate, muy bonita por fuera y pobre por dentro. Ponce celebró las 2000 corridas sin pena ni gloria y Castella pasó desapercibido.

Zalduendo / Enrique Ponce, Paquirri y Sebastián Castella

Plaza de toros de Ronda. 4 de septiembre de 2010. LIV Corrida Goyesca. Lleno. Seis toros de Zalduendo, pobres de presencia y de mal juego por mansos y descastados. El de mayo movilidad fue el quinto. Minuto de silencio por el torilero Nicolás Aguilera. Ponce recibió una plaza de manos de Cayetana Rivera en conmemoración de su corrida 2000. Paquirri salió a hombros.

Enrique Ponce, de tabaco y adornos de plata, media baja y descabello (saludos). En el cuarto, media desprendida y dos descabellos (una oreja).
Rivera Ordóñez “Paquirri”, de verde y oro, estocada desprendida (una oreja). En el quinto, estocada desprendida (dos orejas).
Sebastián Castella, de blanco y azabache, media caída y descabello (silencio). En el sexto, estocada caída y cuatro descabellos (saludos).

Carlos Crivell.- Ronda

Mucho lujo en Ronda alrededor de una corrida mítica por la forja del maestro Antonio Ordóñez, que abrió los caminos para que esta fecha del verano que ya tiene vocación otoñal se convierta en el día de la peregrinación hasta el coso de piedra para ver una corrida.

No hay mucho que añadir del envoltorio de la Goyesca. Lujo en las calles y en los tendidos, igual que en los ternos de los espadas, por mucho que con el paso que lleva el festejo se pueda convertir en un desfile de modelos, cuando debe ser siempre una corrida de toros. ¿Toros? No los hubo por obra y gracia de un encierro de Zalduendo que dejó la casta y la bravura en algún lugar, quizás muy lejos en el tiempo. Ni la mayor movilidad del quinto puede salvar un lote hueco.

Mansedumbre en las reses de tal calibre que un público santo como el que se congrega en la plaza llegó al enfado. La amabilidad se tornó educada protesta cuando saltaban al ruedo animales mal presentados, mansos y sin casta.

Enrique Ponce guardará el recuerdo del marco de esta corrida conmemorativa, del lujo del entorno, recordará su traje de Caprile, tan bello como escasamente goyesco, pero poco más, porque a Ponce le gusta torear y triunfar. Paseó una oreja del cuarto por una faena tesonera en la sacó agua de un pozo casi seco.

Había tropezado en primer lugar con un toro de escasa movilidad y poca clase. Los muletazos, sin ajuste ni reposo, surgieron deshilvanados. No hay nada que objetar al torero valenciano.

El cuarto fue algo más noble, aunque si fue mejor se debió a la buena técnica de Enrique Ponce, que lo sobó, lo tapó y le enjaretó pases por ambos pitones de calidad desigual, pero con la solvencia de quien lleva ya dos mil corridas. Entendió los terrenos y acabó con sus clásicos adornos por bajo, el muletazo llamado poncina, que no resultó perfecto ni rematado. No importó que matara muy mal. Como regalo por el día de las dos mil paseó la oreja. Felicidades.

Rivera, Paquirri de estas fechas, se mueve por la Goyesca como una gaviota en el mar. El primero de su lote se fue a los terrenos de sol y allí le plantó cara. Por encima de otros detalles, la faena fue de muchas ganas para satisfacer a un público adicto a su causa torera.

Volvió a las banderillas en el quinto. La genética ha funcionado y la forma de citar y encarar la suerte recuerda a su añorado padre. Tres pares vistosos para contentar a quienes pedían los palos, aunque su lesión aún no está recuperada. Se templó mucho en la faena de muleta con un animal con más movilidad. Fue la labor de un torero con oficio. El toro acabó en sus terrenos naturales de la solanera y Rivera, con la plaza a su favor, enterró de nuevo la espada a la primera y se sintió feliz en la Goyesca de sus ancestros.

Castella debutaba en una corrida Goyesca en Ronda. Tropezó en primer lugar con una especia de dudosa procedencia brava. Toro de media arrancada y de cara alta. Castella, afanoso, se lució con el capote de salida y en las chicuelinas y no pasó de voluntarioso en una labor imposible ante el mulo de Zalduendo.

Al sexto pasó de forma virtual por el tercio de varas. Se supone que buscaba un toro vivo en la muleta. Misión imposible con uno de Zalduendo. Sin embargo, este animal, justo de raza, metió bien la cara por abajo. Castella estuvo firme tirando del animal en tandas de mérito, aunque el de Zalduendo la quería coger siempre por abajo. Castella pasó de la firmeza en el toreo fundamental a su clásico toreo de cercanías. Prescindió de algún adorno para calentar el ambiente, aunque todo lo perdió con un descabello sin puntería.

Rivera se fue a hombros. Zalduendo acabó con el festejo. El envoltorio lujoso superó al contenido. Otra Goyesca, pero en cuestiones toreras ya nada es como antes.
 

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