Morante ha vuelto, la Fiesta recupera a su máximo exponente del tore de arte, en suma del que emociona a todos. Cortó tres orejas en la Goyesca de Ronda, aunque eso es lo de menos ante la magnitud de torería que desparramó el de La Puebla.

Plaza de toros de Ronda. LVII Corrida Goyesca. Lleno. Cinco toros de Juan Pedro Domecq y uno, quinto, de Parladé, correctos de presencia y pobre juego por falta de clase y fuerzas. Ningún toro rompió con calidad en el tercio final. Saludaron en banderillas Alejandro Sobrino y Paco Peña.
Morante de la Puebla, azul y pasamanería negra, estocada (saludos). En el segundo, estocada corta (una oreja). En el tercero, estocada (dos orejas). En el cuarto, estocada caída (silencio). En el quinto, media estocada (saludos tras dos avisos). En el sexto, tres pinchazos y estocada tasera (ovación). Salió a hombros por la Puerta Grande.

Carlos Crivell.- Ronda

Morante volvió a los ruedos en la corrida soñada de Ronda. La torería del diestro sigue en su punto. De su valor no ha perdido ni un gramo. Como si nada hubiera pasado, se puso delante de seis toros para regalar una sucesión de pequeñas obras maestras. La tarde fue satisfactoria para quienes llenaron el coso rondeño. Es posible que el torero fuera el único al que le quedó un sabor agridulce porque la corrida no remató en la apoteosis soñada.

Todo sigue igual en Morante. Tiene mala suerte en los sorteos y también cuando no hay que sortear. De los seis de Juan Pedro no embistió ninguno de verdad. La culpa no es solo de los que meten la mano en los lotes de la mañana. A pesar de que ninguno acometió con clase, Morante pudo explicar su tauromaquia clásica y eterna en una tarde que se hizo corta, que es otro detalle que habla por si mismo y la mejor expresión de que estuvo llena de perfiles maravillosos.

De su exquisita tauromaquia con el capote, solo pudo dejar algunas verónicas a pies juntos al que abrió plaza. Al tercero lo cuajó en los lances del saludo, pero lo mejor fue una media al mejor estilo de Rafael de Paula. Esa media ya queda para siempre en la historia como la media de Ronda. Y en el sexto, ya arrebatado, salió a pararlo con una larga de rodillas con lances a la verónicas sublimes. Las chicuelinas del quite rebozaron gracia por los cuatro costados.

La corrida de Juan Pedro fue insuficiente. Ni le embistió al torero ni permitió tercios de varas brillantes. Así las cosas, las cuadrillas bregaron con oficio. Morante puso banderillas al sexto. Dos pares de poder a poder y uno al quiebro sentado en una silla. La imagen del torero de La Puebla citando sentado con las piernas cruzadas fue la estampa de un torero del siglo XIX.

La tarde de Morante fue un compendio de torería. No se le puede andar a los toros con más gracia y sapiencia. Se colocó siempre en el sitio justo, cogió la muleta por el centro del palillo, cargó la suerte y remató todos los muletazos por abajo cuando se lo permitió el toro.

En estas corridas se pide siempre variedad. Cuando el toreo es muy bueno no hace falta la variedad, más bien se exige más pases buenos, más clacisismo, y más naturales, derechazos, tricherilllas, de la firma o estatuarios. Todo ello fue el arsenal de Morante en esta histórica Goyesca. La variedad del toreo bueno.

De todas sus faenas, la de tercero fue la historia de un hombre que logró sacar tandas inesperadas de un toro reservón. Lo exprimió a bases de muletazos de mano baja con un trazo perfecto. Morante emociona cuando torea. Y en este toro, con la base de un trasteo suave, lento, de caricias toreras, la emoción fue incontenible. Parecía todo ya culminado con una tanda soberbia de derechazos, cuando se puso de frente el de La Puebla para esculpir tres naturales inmensos, limpios, rematados por abajo, como homenaje a Manolo Vázquez.

El quinto era un toro que gustaba a todos. Con el hierro de Parladé, el toro estaba bien hecho. Todo parecía destinado a una algarabía grande, a una borrachera del mejor Morante, cuando una racha de viento le descompuso la figura. Se cambió la muleta a la izquierda y no se entendieron el toro y el torero. Ahí se acabó todo. Le había cortado una oreja al segundo, toro de poco recorrido y mirón , por otra labor de torero valiente. Por si no se ha dicho en todo el texto, Morante fue de nuevo, como siempre, un torero valiente. También fue un matador de toros eficaz en varios toros. Se vio superado por el incómodo animal lidiado como quinto. Ni se cuadró nunca ni Morante lo vio claro. Faltó poco para que se fuera vivo a los corrales.

No le sirvió nada el apagado cuarto ni tampoco se dio coba con el sexto, masacrado en mil capotazos por la cuadrilla. Ese postrero animal se lo brindó a Francisco Rivera Ordóñez. Fue un brindis breve. Fue el único brindis de la corrida. Ya a esas alturas José Antonio era un torero cansado, como bien expresó con un gesto cuando algunas voces le pidieron que lidiara el sobrero. Era el cansancio de una tarde intensa y emocionante, tal vez más mental que físico, pero el matador dejó claro que ya no podía seguir toreando.

No le hacía falta torear más. Torear no es dar muchos pases. Es también todo ese conjunto de detalles que adornan la tauromaquia eterna y moderna de un artista que vuelve a los ruedos para gozo de la afición. Pasó Ronda, se fue a hombros solo con tres orejas, pero ahora más que nunca es un detalle menor. Cuando se torea tan bien, las orejas no tienen ningún valor.