Carlos Crivell.- Después de los malos ratos pasados en la Feria de Sevilla, más que nada por la falta de público y la falta de brillantez de muchos festejos, este aficionado se pone por las tardes a ver las corridas de San Isidro por televisión. Lo primero que aprecia es que también ha bajado la asistencia de público en Madrid. En la corrida de ayer día 14, con un cartel medio alto, también había mucho ladrillo a la vista. Es decir, que el problema también tiene una base de tipo económico; o resulta que hay menos afición a los toros. Hace pocos años, con carteles de menos fuerza, la plaza de Las Ventas se llenaba siempre.
De lo que he podido presenciar hay algunas cosas que merece la pena comentar. Es conocida la heterogeneidad del público madrileño. No son más de tres mil los que acuden diariamente a la plaza. Hay mucho asistente ocasional. Con este dato no es fácil dotar a coso de uniformidad en las reacciones. Este detalle tiene relación con las orejas que se conceden, las protestas por toros inválidos o por la propia valoración de lo que hacen los lidiadores. Además, se turnan cinco presidentes en el palco, con lo cual la diversidad de criterios convierte a la plaza en una torre de Babel.
Me gustaría referirme a los hechos que me parecen los más relevantes hasta el momento. La corrida de Parladé ha sido un bofetón violento a los que de antemano condenan a las llamadas ganaderías comerciales. Se ha dicho hasta la saciedad. Si esa corrida hubiera llevado algún hierro que todos sabemos, en estos momentos habría campanas de alabanza para cantarla. Pero era de Parladé, y eso ha supuesto un golpe duro para los que pensaban que esa ganadería era una basura comercial. Me gustaría que saltara una más variada, encastada y brava, pero no me parece que vaya a resultar fácil.
Con esa corrida estuvo entregado, valiente, heroico y algo alocado Iván Fandiño. No tuvo nada que ver con el torero prudente de Sevilla, donde es cierto que no tuvo toros claros, pero donde no dio el paso adelante para arriesgar y buscar logros mayores. Ese torero sí que es admirable. Fue un compendio de firmeza, buena técnica y de calidad a ratos. Su decisión de matar a pecho descubierto al segundo de su lote ha sido muy cuestionada. Pienso que fue una decisión puntual porque necesitaba dar un paso adelante para abrir la Puerta Grande. Como detalle aislado me parece algo maravilloso. Pero debe quedar claro que la suerte de matar debe hacerse con la muleta, porque es como se puede valorar mejor la técnica del diestro en el momento de la verdad. Tampoco me agradaría que se pusiera ahora de moda eso de entrar a matar sin muleta. Ya se sabe que en el toreo las modas prenden pronto. Basta ver lo que pasa con las espantosas tafalleras o las manoletinas. Así pues, en mi opinión, la decisión de Fandiño me pareció arriesgada y válida para ese momento.
Ayer fue una de esas corridas de Madrid que ya nos parece que hemos visto mil veces. Toros flojos y de hechuras muy poco armónicas de La Palmosilla, con varios toros al corral, un festejo de duración inadmisible; en fin, un suplicio.
Y en la corrida, un sobrero viejo de Torrealta con mejor condición y una faena de Joselito Adame con muchas virtudes. No es fácil hacer una valoración completa en la televisión sobre la petición de oreja, tampoco se puede uno dejar llevar por los comentarios desaforados de Manuel Caballero, que debería entender que la objetividad debe presidir a un analista taurino en estas retransmisiones, pero si la petición fue mayoritaria no se comprende por qué el presidente no la concedió. Otra cosa es si la faena que pude ver tenía méritos para ser premiada con una oreja en Madrid. Todo este asunto del toreo ha cambiado mucho. La subjetividad de Madrid es tremenda. Hace unos años esta faena no hubiera sido proclamada como merecedora de trofeo. Sin embargo, si había mayoría en la petición, la obligación del palco era haberla concedido.
En definitiva, Madrid sigue caprichosa, mucho más cuando se confirma lo que decíamos al principio. Es una plaza en la que hay un grupo minoritario fijo y miles de espectadores circunstanciales. Todo ello con cinco presidentes, cada uno hijo de su madre y de su padre. Esto sigue hoy con Ponce en la plaza. Esperemos que sea respetado por los intransigentes habituales de este coso. Les iré dando mi opinión en días sucesivos de lo que vea en la televisión.