Luis Carlos Peris.- Entramos en la recta final de San Isidro, esa feria kilométrica que hace bueno el viejo adagio de que si lo malo es largo, dos veces malo. Todo un mes de toros grandes, enormes, sacados de tipo para un público lleno de prejuicios que disfruta reventando el espectáculo es algo insufrible lo diga quien lo diga. Las cámaras de Plus, o como se llame ahora, se encargan de multiplicar la cosa y sus comentaristas te machacan una y otra vez todos los días que Madrid es Madrid y que ahí está la primera plaza del mundo. Así una tarde tras otra mientras salen a la arena monstruos con cara de toro que se paran tras el correteo de salida para solaz de ese tendido inquisidor que mira con lupa los pitones y la colocación del torero. Y no es que hagan mal con tamaña rigurosidad, pero como el tipo del toro no vuelva a su ser, la corrida va al caos sin necesidad de antitaurinos.