La corrida inaugural de la temporada tuvo de todo. Mucho ambiente, no hay billetes, lluvia, triunfos y decepciones. Las dos orejas fueron para El Juli, la segunda muy generosa. Los toros de Daniel Ruiz, desiguales y justos de raza.

Seis toros de Daniel Ruiz, correctos de presencia, el tercero lidiado como sobrero por uno devuelto por inválido.

Morante de la Puebla, de fuscia y azabache, silencio y silencio. El Juli, de negro y oro, silencio y dos orejas. José María Manzanares, de pizarra y oro, saludos y silencio tras aviso. Saludaron en banderillas Juan José Trujillo, Luis Blázquez y Curro Javier. No hay billetes.Minuto de silencio por Pepín Martín Vázquez y Juan Pedro Domecq. Los toros lucieron divisa negra.

Carlos Crivell.- Sevilla 

La felicidad del buen tiempo matutino se rompió en cuanto salió el primero de la tarde. La lluvia, que no ha dejado salir este año al Gran Poder, se asomó a la plaza para ver a Morante. La desbandada del público era un mentís a todos los tópicos del Domingo de Resurrección, los que hablan de la belleza de la plaza, del sol y otros expresiones ya gastadas. La lluvia dejó medio vacíos los tendidos. La gente que se había marchado volvió de nuevo al comienzo del tercero. No se perdieron nada.
La nueva aventura de los toros de Daniel Ruiz resultó fallida. Van dos años seguidos. El respetable aplaudió al quinto porque El Juli le había cortado las dos orejas, también porque el animal rompió en casta y celo tras una muleta prodigiosa de un torero en plenitud. A ese toro quinto, al principio incierto y de embestidas descompuestas, sólo lo puede torear un torero como El Juli. Nadie sabe lo que hubiera sucedido en otras manos, aunque es previsible.

La faena parecía una más, justo hasta que el madrileño bajó la mano hasta los sótanos de la Maestranza para someter al astado, que en adelante apareció transformado. Fue el milagro del temple y el poderío. El toro se desengañó, comenzó a galopar y El Juli pudo completar una faena por momentos vibrantes, de pasajes muy hermosos por la forma de rematar con los de pecho sin mover un solo músculo, por la suficiencia del torero. Esa faena tuvo un remate imperfecto de una estocada trasera y caída, motivo por el que no se entiende que el palco accediera a conceder dos orejas con tanta presteza. Mal empezamos en cuestiones de trofeos. El listón se ha colocado muy bajo.

Del resto de la corrida, apenas la maravilla de la cuadrilla de Manzanares, cada día mejor en la plaza, la voluntad del propio alicantino que no quería dejar pasar en blanco la ocasión y dos verónicas y media de Morante al tercero en un quite portentoso.

A Morante lo quieren en Sevilla como algo propio. Se pudo comprobar cuando bordó la verónica y la plaza estalló jubilosa, como también cuando decidió quitarse de encima al cuarto y esa misma gente, eso sí de forma tímida, expresó su descontento. Para Morante fue una corrida en blanco.

Manzanares fue un prodigio de voluntad. Es lo de siempre, un torero dotado de un arte tan exquisito pierde su principal cualidad cuando sólo puede hacer un enorme esfuerzo para enjaretar pases sueltos, algunos muy bellos, pero sin la necesaria unidad.

No pudo brillar con el tercero, apenas algunos pases sueltos, y aún fue más deprimente lo del sexto, porque parecía que el de Daniel Ruiz quería embestir, lo malo es que pronto declaró su punto de mansedumbre y fue ganando terreno a las tablas hasta pararse.

El público llenó la plaza, estaba anhelante de triunfos, lo único malo fue que la corrida de Daniel Ruiz no dio muchas opciones y el tiempo jugó una mala pasada al respetable.

La cuadrilla de Manzanares brilló a un nivel muy alto, como acostumbra. Los tercios de banderillas de Juan José Trujillo y Curro Javier fueron inmensos, sobre todo el segundo par de este último al sexto. La música, tan fácil en otras ocasiones, debió tronar ante un par tan sensacional.

Todo había comenzado con un paseíllo de lujo y un minuto de silencio. Se preguntaban algunos que por quién se guardaba el respeto. «Es por Pepín y por Juan Pedro». La cara del supuesto aficionado dejaba entrever con seguridad que no sabía de quienes se trataba. Pepín, a quien Morante rindió homenaje en el comienzo de la faena al cuarto en unos pases por altos majestuosos, un torero de Sevilla como la copa de un pino, del que más de media plaza no sabía nada. Y de Juan Pedro, lo mismo. Son esas cosas que pasan en los toros y no pasan en otras actividades. ¿Se imaginan algo parecido en el fútbol?

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