Juan Manuel Albendea.- Lo primero que hay que destacar es que el encierro de Jandilla, salvo los toros cuarto y quinto era una ruina. Mal presentados, sin casta, sin pujanza: el tercero se murió sin entrarle a matar. Y eso, que en el reconocimiento habían sido rechazados seis ejemplares, por muy diversos motivos de razones zootécnicas, vulgo falta de trapío…
Sebastián Castella tropezó con un lote infumable, pero no por lo peligroso, sino porque eran dos bueyes de carreta. El primero suyo, a poco de trazarle una serie de redondos templados, sin que el toro transmitiera la menor emoción, decidió acostarse y no volverse a levantar. La bronca del público fue razonablemente sonora. Al sexto lo cuidó como si fuera un niño. Puso al toro en suerte en varas y en banderillas para ver si respondía en la muleta. Pues, aparte de tres estatuarios desde el mismo sitio, algunos redondos, dos trincherazos y algunos recortes, siempre con el toro huyendo para librarse de tal engorro, no pudo apuntarse nada más porque el toro no quería pelea. Una estocada y un ejemplo de pundonor, sin duda espoleado por el triunfo de Morante.
El primer toro de Morante de la Puebla fue recibido con pitos por su escaso trapío. Anotamos algunos ayudados por alto y dos trincherazos. Después tres o cuatro muletazos de calidad con la derecha. Por el lado izquierdo le tiró un par de derrotes y el de La Puebla desistió. Lo mató de una estocada corta. El pellizco vino en el quinto, uno de los dos toros potables de la tarde. De los capotes salió suelto. Tomó un par de puyacitos. En ese tercio, nos quedan para el recuerdo tres chicuelinas y media verónica hermosas. El toro llegó a la muleta como si le hubieran puesto una inyección, con mucha más transmisión. Lo mejor de la tarde fueron los muletazos con la derecha, los de pecho, el cambio de mano, los recortes con repajolera gracia. Por el lado izquierdo el toro se quedaba muy corto. Insistió mucho el diestro y acabó pudiendo con el toro, que no era ni mucho menos un toro bravo, pero que al lado de sus colegas de la tarde parecía alguien. Le cortó una merecida oreja.
Finito de Córdoba, cuyas cualidades toreras no se podían discutir en su día, lleva unos años que viene a aparentar que torea, sin torear. Ayer, en su primero pudo justificarse por las nefastas cualidades del mismo. Aparte de terciado, se acostó, se dolió en banderillas, no tuvo recorrido en la muleta. Pero en el cuarto, quizás el más aprovechable del deplorable encierro, toreó muy despegado, abusando del pico de la muleta, hasta que el público harto de tanto embuste comenzó a protestar. Pellizco, pundonor y trampa fueron las características definitorias de la actuación de cada uno de los tres diestros.