Gastón Ramírez Cuevas.- La corrida de Jandilla muy escogida, muy Domecq tuvo un ejemplar toreable, bien presentado y menos bobo y débil que los otros, fue el primero del lote de Julio Aparicio. Quedará para siempre la incógnita de si el segundo de la tarde, primero de Morante, se hubiera dejado hacer fiestas, pero como le estrellaron en el burladero de matadores y le partieron un pitón, eso no lo sabremos jamás. También fue devuelto a los corrales el quinto de la tarde, esta vez porque el bicho se había estropeado una de las manos. Lo que evitó que presenciáramos la enésima repetición de la tragedia del toreo actual: el toro inválido, medio manso y sin peligro al que el torero extrae un ramillete de pases empalagosos.

Salió el segundo sobrero, un animal feo, manso y con peligro. Nada nos hacía abrigar espernaza, pues ese toro corraleado era además muy taimado y presentaba la viva imagen de la derrota después del primer puyazo. Pero no, tenía su genio, su guasa y apretó en banderillas queriendo coger a los rehileteros.

A Morante le destrozó la muletilla en un pase de tanteo y ahí el público se percató de que no era un cornúpeta para torearlo a la moderna, con quietud y tandas largas de naturales y derechazos. No, había que tener mucho oficio, gran decisión y aguantar horrores para robarle uno o dos pases que nos darían más emoción que todo el resto de la tarde. José Antonio Morante Camacho, le echó mucho poder y mucho temple al asunto, se jugó la vida como lo que siempre ha sido: el equilibrio perfecto entre el valor y arte.

Los derechazos mandones, los trincherazos de cartel, un par de naturales que parecían imposibles y la manera como preparó y tiró el golpe de descabello después de un pinchazo hondo en todo lo alto, eran -para mí- labor más que suficiente para que Morante cortara una oreja. Pero una parte del público, la que faltó para que la petición fuera unánime, esa que no sabe ver toros y que tampoco sabe que desde que el mundo es mundo se han cortado orejas serias por menos que lo hecho por el de La Puebla del Río. Visiblemente contrariado, Morante agradeció la fortísima ovación en el tercio, pero no quiso dar la vuelta al ruedo.

Me parece recordar que, en "Los Bestiarios", Henry de Montherlant dice que el torero de verdad está destinado a adorar siempre esa mezcla de sabiduría y locura que es el toreo. Considero que eso podría, en parte, alcanzar a definir la personalidad y la tauromaquia de Morante.

Aparicio estuvo voluntarioso y a veces logró muletazos y lances de artista. Cayetano mató espectacularmente a su primero y salió al tercio. A su segundo lo mató de igual manera y se fue a los medios para oir fuertes palmas. Con el percal estuvo elegante y torero, sobre todo en un quite a capote vuelto, por talaveranas.

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