Juan Manuel Albendea.- Ayer se lidiaron dos hierros: cuatro toros de Daniel Ruiz, que era la ganadería anunciada y dos de Gavira, por rechazo en el reconocimiento. Pues, pese a esa duplicidad, podemos afirmar sin exagerar que fueron seis bueyes. No sé si servirían para el Rocío o había que enviarlos directamente al matadero. Dos señoras madrileñas cercanas a mi localidad, no cesaban de mostrar su extrañeza por la abulia del público sevillano. Decían: en Las Ventas con la salida de estos toros ya hubieran quemado la plaza. Pues ni lo de allí ni lo de aquí. Pero que ayer con la basura que salió por los chiqueros no hubiera ni una sola bronca, es inconcebible.

Cuando los que no asistieron lean las reseñas y adviertan que José Marí Manzanares cortó dos orejas, exclamarán: pues el toro sexto al menos no sería tan malo. Pues sí lo era. Hay que recordar que oyó sonar los clarines para la salida de los picadores y ya se asustó. En la suerte de varas, en un puyazo y un picotazo que recibió, salió suelto. Todos los muletazos que instrumentó Manzanares, especialmente con la derecha tuvieron muy corto trazado, pues el toro no aguantaba más. Curiosamente, ya casi al final de la faena, pareció venirse arriba, y la última tanda de cuatro naturales fue lo más enjundioso de su labor. Sin duda alguna todo el partido que Manzanares le sacó al toro fue absolutamente mérito suyo, pero como su antagonista no daba más de sí, la concesión de dos orejas, por petición masiva de un público harto ya de coles, devino en un gesto de benevolencia de la señora presidenta.

Los dos ejemplares de Gavira lidiados en primer y tercer lugar tampoco sirvieron. No derribó el toro al caballo en el primero. Se cayó el caballo solo. En la muleta fueron voluntariosos los muletazos de Rivera, pero como el toro no transmitía nada, pues tampoco podía hacer milagros. Toda la galbana que había mostrado el toro a lo largo de la lidia se trocó en coraje al alcanzar a Francisco en su segunda entrada a matar, siendo violentamente zarandeado, afortunadamente sin más consecuencias que el destrozo del traje de luces. El cuarto atendía por “Mamarracho” y el nombre y su comportamiento estaban absolutamente acordes.

El Juli ha estado toda la tarde buscando el triunfo, pero si el pozo no tiene agua no se puede sacar. En su primero, que brindó al público, estuvo entonado, pero el toro se fue apagando poco a poco y acabó con él con una estocada trasera.

En el quinto, no había toro. Perdió las manos varias veces y transmitía menos que una radio de galena. Lo mató de dos pinchazos y estocada. Y la cosa terminó con las dos orejas para Manzanares, sin duda ante el estupor de mis vecinas madrileñas de localidad. En Sevilla, somos así señoras.

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