Tarde de lluvia, toros mansos y aburrimiento en Sevilla. Ponce, a la deriva. El Cid, voluntarioso con el mejor lote y Talavante, sin ningún destello. La corrida de El Puerto, muy mansa.

Cuatro de El Puerto de San Lorenzo (el primero como sobrero), uno de la Ventana del Puerto (5ª) y uno de Toros de la Plata (4ª bis), desiguales de juego, mansos, con nobleza segundo, tercero y quinto.

Enrique Ponce, silencio y silencio tras aviso.
El Cid, silencio y vuelta al ruedo.
Alejandro Talavante, saludos y silencio.
Plaza de la Maestranza, 14 de abonio. Lleno. Lluvia intermitente.

Carlos Crivell.- Sevilla

La suerte ni se compra ni se vende, como el cariño verdadero. Llega del cielo a quien menos se piensa y se distribuye de forma caprichosa. Hay quien tiene suerte y no la aprovecha. Hay quienes sin tenerla lo ponen todo para romper su destino. La suerte cambia una vida para bien o para mal. En la corrida de ayer, Enrique Ponce no tuvo suerte. Además de no tener suerte, demostró que no está para muchos trotes, que Sevilla no es Espartinas y que un toro le puede amargar la vida.

La mala suerte del torero valenciano quedó clara en la corrida. No pudo matar ninguno de los dos toros que el correspondieron. El primero y el cuarto eran dos inválidos. El cuarto nadie sabe cómo pudo saltar al ruedo maestrante de chico que era el animalito. Mató el primer sobrero, toro sin fuerzas ni clase, cuando la plaza andaba más preocupada en taparse del agua.

El sobrero cuarto era alto como un rascacielos. Con el hierro de Toros de la Plata, el animal era muy manso, como fue toda la corrida de El Puerto. El toro no era un «barrabás», no se quería comer a nadie; era muy alto y manso. Ponce vislumbró posibilidades en algunos pases con la derecha con todas las precauciones del mundo.

 El toro de la Plata acortó sus viajes y levantó la gaita. En principio, todo normal: un manso ante un torero con veinte años de alternativa. A la hora de matar llegó la sorpresa. En esta etapa de su vida, el pedazo de torero que es Ponce no está para nada y le ofreció a la Maestranza una penosa lección de falta de recursos para liquidar un toro. No se puede pinchar en sitio más feo; no se puede entrar a matar corriendo tanto para irse de la suerte. De cualquier matador se puede esperar una tarde desafortunada. De Ponce no se podía esperar una incapacidad tan grande. Y si la falta de recursos fue evidente, más penoso fue verlo hacer aspavientos tratando de justificarse. No sé si ha sido la última de Ponce en Sevilla. Debe volver para lavar esta mancha.

El Cid tuvo suerte, pero ni con suerte las cosas salen redondas. Por buena suerte se llevó en el lote las dos mejores reses de las anunciadas. En la faena del segundo, el de Salteras se mostró nervioso y acelerado en tandas de dos pases y el de pecho hasta que el toro dijo basta al rajarse. El problema llegó en el quinto, otro toro noblón, justo de raza y que metía la cara. Era el toro que esperaba Manuel Jesús para recuperar su sitio. La faena fue más entonada que la anterior, aunque de nuevo acelerada. Metió la espada en los bajos y alguna gente, encantadora y muy aburrida, pidió una oreja imposible. La vuelta se admite si le sirve para recuperar el ánimo.

La situación del matador de Salteras sigue al final de su paso por la Feria como antes del comienzo. Es un torero en situación inestable. Sevilla ha pasado y nada bueno ha ocurrido. El futuro sigue siendo de la mayor incertidumbre.

Alejandro Talavante mató dos toros y aburrió a los feriantes. El tercero se rajó de manso. El sexto no tenía fuelle ni para rajarse. Hay toreros a los que gusta verlos con mansos. Talavante y dos mansos componen un número que también es un alegato contra la Fiesta. Nadie sabe dónde estaba ayer el torero joven de buenas formas que engatusa con su enorme muleta a los toros. La culpa no debe ser ni del extremeño, torero moderno, que si lo sacan del natural y derechazo se pierde en la jungla torera.

La Feria taurina está en duermevela, como soñando los hermosos momentos vividos en jornadas pasadas. Se tiene la sensación de que hemos asistido a lo mejor del ciclo y que todo lo que resta por delante ya será menor.

Lo que fue menor, rayando en lo mínimo, fue la corrida de El Puerto, que ni tuvo ni casta ni fuerzas, ni presencia. El toro grande parado se convierte en toro chico. Para colmo, el sexto se llamaba Cubatista. Qué mal gusto.

A %d blogueros les gusta esto: