Álvaro Pastor Torres.- Ayer me di un paseo por la plaza de abastos de Triana, que se levanta sobre las ruinas del tétrico castillo –ahora reconvertido en museo- que sirvió durante siglos como sede de la Inquisición sevillana. En un mercado es donde mejor se pulsa la vida de una ciudad. De sus modernas cuarteladas me llamó la atención una carnicería que anunciaba “toro de lidia”, y de su vitrina me enamoré de unas “hamburguesas de novillo”, rojas como el tinto de Toro y grandes como un single de vinilo. Al preguntar por qué eran de novillo –de eral para ser más exactos- y no de toro, el carnicero me contestó con otra interrogación no apta para feministas: “¿usted que prefiere una chica de 20 años en su punto o una pellejona de 55?”.

Excuso decirles cómo estaban; las hamburguesas. Ignoro si las reses de Alcurrucén jugadas ayer acabarán en carne picada, espero que no, porque la corrida, aunque mansota, fue dura (ni uno abrió la boca hasta que les dieron la puntilla), se dejó pegar en el caballo (bien por el varilarguero Agustín Moreno) y tuvo bastante más opciones de las que les vieron los matadores.

La crisis agudiza el ingenio y da de lado los carteles de la serie B. Hace mucho tiempo que un jueves de feriasevilla no se veía tanto cemento vacío. Ya no llenan los farolillos sino las figuras. Porque ayer acudieron al coso aquellos a los que no les salió un plan mejor en la feria o los que no pudieron endosar su localidad al gorrón de turno y es que los gorrones no quieren una tarde cualquiera

Lástima que ayer no nos acompañara en la grada Pepe “el de los espárragos”, uno de los muchos tipos peculiares que tienen su escaño en este rincón. El apodo se lo debe a su afición por mandar a coger espárragos a todo aquel que en el ruedo no da la talla mínima para actuar con el decoro que se pide en esta plaza. Se ha aburrido este año y ha decidido sacarse entradas sueltas; el miércoles dio de mano ya en la Maestranza. Seguro que ayer Pepe habría mandado por espárragos a más de uno.
Curro Díaz, siempre tan falto de corazón como sobrado de torería en lo que apunta pero no remata, vino a tirar las tres cartitas y se dejó ir un toro como el primero con muchas opciones y para colmo ahogó la embestida del cuarto. De Tejela no recuerdo ahora nada destacable por más que rebusco en la memoria; tendré que tomar más fósforo.

Rubén Pinar a punto estuvo de cortar una orejita al buen y repetidor tercero, pero lo echó todo a perder con el descabello. Al que cerraba plaza, con todo el pescado vendido y las luces encendidas -las de la plaza y las de emergencia de la fiesta- le recetó un muestrario de mantazos a media altura que era justamente lo que no necesitaba un animal que si pecaba de algo era de levantar la cabeza. Don Miguel, maestro jubilado de la especialidad de Sociales pero ayer metido a matemático contó 74 pases, ni uno más ni uno menos. ¡Viva el toreo moderno!

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