Tercera de abono con toros de Dolores Aguirre que han sido muy malos y han complicado la labor de los toreros y de las cuadrillas. La corrida en algún momento parecía una capea, aunque la terna se ha jugado el físico.

Plaza de la Real Maestranza. 3ª de abono. Más de media plaza. Seis toros, el sexto lidiado como sobrero, de Dolores Aguirre, bien presnetados aunque feos de hechuras.

Antonio Barrera, de barquillo y oro con  remates negros, silencio y saludos tras aviso. Salvador Cortés, de blanco y oro, silencio y silencio. Alberto Aguilar, de nazareno y oro, silencio y silencio tras aviso.

Carlos Crivell.- Sevilla

Como la señora Dolores Aguirre es una ganadera escrupulosa, seguro que a estas horas ya ha eliminado las vacas y sementales de los que procedían las reses lidiadas en la tercera de abono.

Se podría escribir un tratado sobre el toro de lidia de estos tiempos. Nos quejamos, muchas veces con razón, del toro noble, de forma peyorativa llamado comercial, y muchos exigen toros duros. En todas las ferias que se precien hay corridas para el aficionado que disfruta con el toro duro de pezuña. A Sevilla ha vuelto Dolores Aguirre con una moruchada indigna de una plaza y una feria de esta importancia. Tiene trabajo la señora.

También tienen trabajo los veedores y los veterinarios de la plaza, que acuden al campo y permiten la lidia de astados como el tercero, sin cuello, más bien un búfalo. En general, una corrida alta de agujas, bajísima de raza y con muy pocas fuerzas. El colmo fue el quinto, probablemente enfermo, que se tumbó en el albero en señal de abandono de la pelea.

El toro puede ser bravo o manso, tener más o menos casta, pero hay algo que a estas alturas es inexcusable, como es la posibilidad de ser toreado. Pueden ser duros, pero deben obedecer a la lidia. A la corrida de Dolores Aguirre, además de los defectos apuntados, le ha faltado calidad, o le han sobrado malas ideas. Fue un conjunto de reses sin capacidad para humillar, mirones, sin recorrido y buscando a los toreros por abajo. Una moruchada en toda regla.

Todo lo cual es un atenuante para el desastre vivido en este festejo. Toros muy malos, cierto, pero también cuadrillas incapaces de afrontar los problemas de la lidia, de tal forma que en algunos momentos la corrida se convirtió en una capea, naturalmente de pago.

Los picadores naufragaron de forma clamorosa, unos porque abusaron de los puyazos traseros, otros porque marraron de forma reiterada. Se picó de mala manera, no se movió el caballo ni se tiró la puya como mandan los cánones eternos de la tauromaquia. Los hombres de plata se esforzaron a capotazo va y viene sin sentido. Lo dicho, una capea en una corrida muy mala.

Entre tantos despropósitos, el palco no podía quedarse atrás. El buen señor obsequió a la plaza con la lidia del segundo, un toro inútil desde que salió de los chiqueros. Y es que lo que no puede ser, no puede ser. Ese detalle puede ser una equivocación. El problema es que demostró que es mal aficionado al mandarle un aviso a Antonio Barrera cuando el cuarto estaba ya a punto de echarse.

Lo mejor que les pasó a los matadores de la terna fue irse al hotel por su pie. Se olía a cloroformo en la Maestranza. No pasó nada. Barrera se la jugó en ambos, sobre todo en el cuarto, al que le echó casta para robarle pases y matarlo bien. Dignidad de un torero.

Salvador Cortés tropezó con un inválido y un enfermo. Mala suerte. Se anuncia en una corrida dura y mata dos miserias. El palco le obligó a tragar con el tullido segundo. El quinto se murió en la plaza, quizás por su falta de casta, o porque puede que estuviera enfermo. La imagen del toro tumbado fue deprimente. Le ocurre al desparecido Juan Pedro y le atizamos fuerte.

Debutaba el joven Alberto Aguilar, que nunca olvidará la tarde de su primer paseíllo en la Maestranza. El tercero no podía embestir bien con semejantes hechuras. Aguilar hizo un esfuerzo tremendo para robar algunos pases.

El sexto fue un sobrero. Es fácil echar al último de la tarde. Tenía que haber devuelto al segundo. En la lidia del sobrero, un tío de ideas perversas, el olor a enfermería se hizo penetrante, más cuando el de Dolores le hizo un par de radiografías al torero. A punto estuvo la prenda de cazarlo. El que lo cazó fue el torero, por suerte para todos.

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