Manuel Grosso.- No hubo sorpresas y ocurrió justo lo que debía ocurrir. Toros bien presentados, salvo quizás el tercero, mansurrones, y algún que otro ejemplar que se dejó querer. Toreros con ganas, pero sin rematar la tarde, con la falta que les hacía haber cortado alguna orejita. Poco público en los tendidos, algo menos que el abono habitual y eso que era la primera corrida de toros del ciclo ferial. En Sevilla, ya se sabe, con carteles más propios de las Ventas que de la Maestranza el personal pasa bastante.

Lo que sí me llamó la atención fue la contaminación acústica que se mantuvo toda la tarde. Al principio, era la música proveniente de los barcos turísticos que navegan por el Guadalquivir, un auténtico martirio que nos trasladaba al sonido imperante en algunas plazas de pueblo que están cercanas a sus ferias respectivas.
Si lo vemos con cierta perspectiva antropológica, aquello podía tener su encanto, pero en realidad resultó algo molesto. Más que molesto, sorprendente, fueron los ecos de una banda de cornetas y tambores que se oía con absoluta claridad durante la lidia del tercer y cuarto toro, que nos hacía pensar que la Semana Santa aún no había acabado. En cualquier caso, todo esto no indicaba otra cosa que la tarde no estaba funcionando como todos deseábamos.

Salvador Vega se tapó un poco con el capote, pero sigue anclado en la vulgaridad más absoluta, una pena porque hubo un tiempo no muy lejano que este torero tenía algo, o al menos prometía algo. Ayer me aburrió a pesar de sus esfuerzos y su tenacidad. Miguel Tendero tuvo en sus manos una oreja en su primero, el menos toro de todo el encierro y que, sin embargo, fue el que más claramente embistió. Estuvo bien, pero alguien debería advertirle que deje para las plazas de segunda esos gestos grandilocuentes después de cada tanda y, sobre todo, que en Sevilla no se puede perder la oreja por el estoque.

Miguel Ángel Delgado ha pegado un estirón y apenas me resultó reconocible físicamente el astigitano que vi de novillero, pero tiene algo, se queda en el sitio y posee una rara habilidad para ligar las tandas, aunque aún no ha madurado lo suficiente; hay que darle tiempo al tiempo.

Resultó cogido y tuvo la torería de aguantar hasta el final del cuarto de la tarde para ir por sus pies a la enfermería. Tarde sin historia llena de sonidos extrataurinos y con un sabor a decepción más que evidente para los toreros. Sus sueños se les fugaron casi sin darse cuenta, con unos toros que, sin ser fáciles, tampoco se comían a nadie. Una tarde de toros más.

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