La tercera de San Miguel en Sevilla fue un fiasco por culpa de los toros de Juan Pedro Domecq y Parladé. Solo brilló el capote de Morante y algo de Talavante con el tercero. El de La Puebla hizo un quite al sexto con media verónica. El Juli no pudo dar dos pases seguidos. Todo con el no hay billetes en las taquillas.
Plaza de toros de Sevilla, 3ª d San Miguel. No hay billetes. Cuatro toros de Juan Pedro Domecq, el tercero lidiado como sobrero, y dos, 5º y 6º de Parladé. El mejor el tercero, el sobrero. Todos muy descastados. La trena saludó tras el paseíllo.
Morante de la Puebla, lirio y oro, silencio y silencio.
El Juli, berenjena y oro, silencio y silencio.
Alejandro Talavante, turquesa y oro, saludos y silencio.
Carlos Crivell.- Sevilla
El sobrero fue el menos malo de una corrida infame de Juan Pedro y Parladé. Se quedó en los corrales porque era basto y alto, pero fue el único que quiso coger los engaños por abajo y repitió varias embestidas seguidas. Del resto de la corrida, solo con mencionar que El Juli no pudo darle ni un muletazo completo a los de su lote está dicho todo. Al ver cómo Morante se limitaba al macheteo con el primero y el cuarto, muchos pensaron que era cosa del torero, que si el matador hubiera sido El Juli se habría presenciado una faena de triunfo. Ni El Juli pudo estar bien con la corrida de Juan Pedro.
Al comienzo hubo dos buenas noticias. Morante toreó muy bien a la verónica al que abrió plaza. Un ramillete de lances con el sello del torero cigarrero. A ese toro lo dejó el de La Puebla muy lejos en el caballo. No parecía la mejor fórmula, pero la plaza se lo agradeció. Otra cosa es que el toro tardara una eternidad en arrancarse. El resto del encierro se colocó más cerca de la segunda raya. La corrida se picó con normalidad, por supuesto muy lejos de lo sucedido en la del sábado. Estas dos buenas noticias del comienzo no tuvieron continuidad. Hubo que llegar al tercero, el sobrero, para poder presenciar una faena con música, generosa la banda, pero al menos una labor de cierta entidad. La decepción se apoderó pronto de un tendido anhelante de ver buen toreo. Era tanta la expectación y la ilusión acumulada con esta corrida que, tras el paseíllo, la terna fue obligada a saludar desde el tercio. No cabía mejor disposición del respetable para una tarde de toros.
Un espectador lanzó un grito en el quinto desde el tendido: “Ni un quite en una corrida de figuras”. Era la realidad. Los espadas, por aquello de no molestar mucho a los toros de los compañeros, no entraron en quites. Ni en sus toros ni en los de otros. Hubo un quite en el sexto. Morante lo sacó al tercio, compuso la figura, la plaza recordó lo del quite del perdón de Pepe Luis, y el genio del capote dibujó media verónica. Media verónica y nada más. Después le dejó el toro a la cuadrilla de Talavante. Fue el único quite de la tarde.
Morante estuvo delante del primero el tiempo necesario para explicarle a la plaza que aquello era un toro de hormigón armado. Casi menos tiempo estuvo delante del cuarto. A las primeras de cambio el de Juan Pedro echó la cara arriba y recortó su viaje. El bagaje de Morante en la tarde fueron las verónicas del saludo al primero y la media del quite al sexto. Y también un oportuno quite de peligro a Santi Acevedo en el quinto.
El Juli mata pocas corridas de Juan Pedro, según dicen las estadísticas. A partir de ahora es posible que aún se enfrente a menos reses de este hierro. El Juli es un torero de dominio y poder. Su fuerte es la muleta por abajo y con mando. Al verlo delante de unos animales tan flojos, sin fuelle, destemplados cuando se les ocurría embestir, la sensación era de verdadero asombro. Todo el poder de El Juli se estrelló contra la nada.
Con el cambio de ganadería, de Juan Pedro a Parladé se esperaba un nuevo rumbo en la tarde. Tengo la impresión de que Parladé tiene más movilidad. Ilusión vana. Ayer todo era igual. El quinto se movió a oleadas antes de frenarse para siempre. El Juli, con cara de pocos amigos, lo mató.
La tarde, espesa por el clima, expectante por el cartel, se vivió entre protestas al ganado. El palco devolvió al tercero a los corrales. El gesto de Talavante fue de contrariedad, algo que no se acaba de entender bien, ya que ese tipo de animales no son válidos para el triunfo en una plaza de primera. Están acostumbrados a que en otras plazas se mantengan y que al personal no le importen las caídas. No son conscientes estos toreros de que están en Sevilla.
El sobrero fue bueno, o menos malo que el resto. Talavante lanceó con ese estilo tan peculiar que tiene, los hombros elevados y los brazos rígidos para realizar un giro extraño con el cuerpo. En el sexto lo adornó, además, con chicuelinas de salida. Cuando una corrida es tan hueca se llega a admitir este tipo de toreo tan poco ortodoxo.
El sobrero embistió bien en la muleta, sobre todo por el lado derecho. Talavante toreó de forma correcta con el detalle de que sus tandas eran de dos o tres muletazos y el de pecho. Así es imposible que una faena sea contundente. Sonó la alegre música sevillana, alegre porque toca con excesiva facilidad, mató de una estocada trasera y desprendida y se sorprendió el extremeño de que la petición de oreja fuera tan escasa. Lo dicho, están acostumbrados a otras plazas y a otros públicos.
El sexto era el último cartucho de una tarde en blanco. Se cuidó al animal en el caballo, llegó la media de Morante y la faena de Talavante fue simplemente correcta de formas, pero de tandas de muy pocos pases. El toro se apagó, llegó algún enganchón y así murió la tarde más esperada y más decepcionante del año.