Manolo Grosso.- Nunca había pisado una plaza de toros, ni tan siquiera había visto una corrida por televisión, pero ayer le bastaron tres toros para hacerse una idea bastante aproximada de lo que consiste el arte del rejoneo. En primer lugar se impresiono por la doma de los caballos, así como de su belleza. Luego empezó a interesarse por el comportamiento de los astados y finalmente entendió a la perfección en lo importante que es la impronta personal de cada uno de los rejoneadores. Intuyó que lo esencial no era lo meramente espectacular, sino que había que darle una lidia diferente a cada toro, eso y no otra cosa es el arte del toreo, a pie o a caballo; crear arte según las condiciones de cada oponente y según los sentimientos del matador en cuestión.

Seguro que ustedes han acompañado más de una vez a una persona por vez primera a los toros, y en mi caso he de decir que siempre aprendo de ellos, porque carecen de los vicios que poseemos los que somos aficionados a esto. Generalmente y tras una primera impresión se sorprenden de lo complejo de la fiesta y desde luego, a pesar de sus momentos violentos descubren un “algo” que nada tiene que ver con la imagen pre-fabricada de la corrida de toros como un espacio para la tortura animal, que es sometido por la inteligencia de sus oponentes y no por la violencia de sus acciones.

Sé que una corrida de rejones es más vistosa pero no es fácil de distinguir el polvo de la paja. Ayer mi acompañante se quedó con la “presencia” de Pablo Hermoso de Mendoza en su primero, que nosotros llamaríamos torería, su elegancia, no exenta de espectacularidad, y esa tranquilidad que sabe trasmitir a todo lo que hace. Ayer no fue su día pero una vez mas demostró que hay un antes y un después de él en la historia del rejoneo, el torea a caballo, antes de él, rejoneaban. Fermín Bohórquez tiene el sabor de la elegancia pasada, de lo medido y nos trae mas recuerdos que anhelos presentes, en su toreo hay verdad, pero no la brillantez que hoy el publico pide.

Diego Ventura, al parecer es el futuro, pero tiene que tener cuidado con su obsesión por lo espectacular, por encima de cualquier razonamiento taurino. Se lleva a la gente de calle, más por la prodigiosa doma que realiza, que por el verdadero sentido de sus faenas. Bettina destacaba su afán de triunfo, pero no acababa de entender determinados gestos a la galería, que para ella eran frívolos e innecesarios. A mi personalmente me molesta especialmente el numerito de su caballo Morante mordiendo al toro. Es más, me parece una falta de respeto hacia un animal que está luchando por su vida, una crueldad vacía de contenido. Ayer, una vez mas triunfó y a punto estuvo de salir por la Puerta del Príncipe, pero al necesitar de descabello le hizo un favor al presidente y al prestigio de la plaza. No hubiera tenido sentido el máximo galardón del mundo del toreo después de algunos detalles en su última faena. No obstante, indiscutible triunfo de un rejoneador que sale siempre a por todas, aunque a veces sus ansias de agradar al público acerquen en demasía la lidia, al puro espectáculo con el que nada tiene que ver. 

Publicado en El Mundo el 20 de abril de 2009
 

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