Al poder. Eso mantenían los revolucionarios del 68 (los franceses, que hay que concretar, ya que un siglo antes de que estallara mayo en París hubo en España otra revolución que acabó con la casquivana Isabel II). Pero ya se sabe que esta plaza es poco dada a revoluciones y la imaginación no anida precisamente en los despachos de la calle Adriano. Un año sí y otro también (al menos, el último lustro) se repite el mismo cartel la primera tarde de rejones. Un buen filetón de ternera escogida, con su dedo de grasa y la guarnición ad hoc, es una delicia para un almuerzo -de buenas cenas están las sepulturas llenas-, pero no hay cartera ni colesterol que lo aguante todos los días. Pues eso pasa con este festejo, que está ya muy repetido, agotado diría. Y encima, por lo ocurrido el año pasado, debería haber comparecido el triunfador del ciclo, Leonardo Hernández, pero por “las cosas del toro” y de su gente tendrá que volver a jugar a la ruleta rusa del toro único el domingo de feria.

Las corridas de rejones son un espectáculo muy popular, en todas las acepciones del término, incluso las más peyorativas. Pero en modo alguno constituyen un rito, eso es una cosa bien distinta sólo reservada para la lidia a pie, donde el toro cuenta con más ventajas que frente a jinete y montura. Tampoco hay liturgia, y sus oficiantes se dedican a dar caballazos en el buen sentido (preciosos los équidos y magníficamente domados por lo general), clavar los hierros y meter el rejón de muerte donde sea para que el toro caiga pronto y el respetable enloquecido saque los pañuelos. (Del numerito de los bocados al toro mejor no hablar, también hubiera hecho las delicias en la plazas mayores castellanas durante el XVII. ¿Lo próximo que será: echarle al toro los perros o sacar de los museos las terribles desjarretaderas?)

Las reses de Bohórquez padre, algunas demasiado terciadas, la mayoría blandas de remos y todas demasiado desmochadas. Una cosa es despuntarlas, como estipula el reglamento, y otra pasarse con el serrucho y la escofina.

Diego Ventura sacó a Gines y levantó su actuación en el sexto, ya con media Puerta del Príncipe abierta por un presidente blandito de Castilleja de la Cuesta. Hoy ha debutado en el palco como asesor mi buen amigo, reconocido fotógrafo y mejor persona Jesús Martín Cartaya, que de toros sabe más que muchos que vistieron oro y plata . Esperemos que le diga a su vecino y “jefe” que allí hace falta rigor, que para caridad ya están las obras asistenciales de la Real Maestranza y las Hermanitas de la Cruz.

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