Manuel Grosso.- Ayer tuvo que ser un día inolvidable para Oliva Soto por diferentes razones. La primera de ellas y, seguramente, la más importante porque, de alguna manera, pudo ajustar cuentas con el novillo del Conde de la Maza que le partió en dos el corazón a su tío Ramón Soto Vargas un triste día 13. Ahora, esa misma ganadería puede cambiar el rumbo de una carrera que desgraciadamente estaba en la deriva. El pasado Corpus ya demostró que no sólo era un torero de pellizco, sino que además venía dispuesto a todo, ayer lo ratificó con creces.

A escasos metros de mí, una gitana ya mayor le dijo: «Acuérdate de los Vargas», y vaya si lo hizo. Pero no nos engañemos, no basta con ser gitano para ser un torero de arte, además hay que sentirlo, y ayer Soto Vargas se sintió torero gitano con hambre de ser alguien en esto del toreo. El 12 de abril de 2010 la recordará toda su vida, sobre todo porque a punto estuvo de abrir la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza. Pero la fortuna, a veces, es caprichosa y le negó ese éxito rotundo que tanto necesitaba.

Venía a comerse la plaza, y eso se nota, puso a sus compañeros a hacer quites, espoleados por las ganas que traía. En su primero, un toro de verdad y complicado, aguantó lo indecible, pero además toreó. Tenía al público absolutamente entregado, tanto que, a pesar de fallar una vez con el estoque, la plaza pidió la oreja que el presidente Francisco Teja le otorgó. Vale que fue en parte un regalo, pero en estas cosas también juega eso que se llama «sensibilidad».

Donde sí se le vio en toda su dimensión fue en su segundo, un magnífico ejemplar de nombre Limpidado, que embistió con firmeza y clase, la misma clase que desarrolló Oliva Soto en toda la faena. Desgraciadamente y cuando casi tenía la Puerta del Príncipe abierta, falló impunemente con la espada, quizás por nerviosismo, quizás porque el pasado año sólo había matado una corrida, quizás porque estaba de Dios. No obstante, no hay excusa alguna para manchar tan hermosa faena con ese recital de pinchazos. A un torero no se le puede ir el que puede ser el toro de su vida de manera tan lastimosa. La vuelta al ruedo sobró, por dignidad, debería haberse quedado en el tercio.