Manolo Grosso.- Es difícil imaginar lo que pensarían ayer los tres matadores al abandonar la Maestranza. Seguro que ninguno de los tres estaría contento con la tarde, su única tarde en los carteles de Feria. Corrida difícil sobre el papel, porque los del Conde de la Maza no son precisamente los que suelen dar éxitos con facilidad, pero que al final, al menos tres de ellos, pusieron en bandeja a sus matadores un éxito que sistemáticamente les es esquivo. La realidad fue muy distinta y desgraciadamente ni Rafaelillo, ni Luis Vilches, ni Joselillo obtuvieron la recompensa soñada ni tan siquiera la posible.

Rafaelillo apencó con el peor lote, un primero difícil y un segundo que también traía en su sangre lo peor de la casa. El hombre sólo pudo demostrar sus desmedidas ganas y cierta capacidad de lidia a la antigua usanza, poco bagaje para tantos sufrimientos, otra tarde oscura que añadir a un torero que no se da por vencido pero al que la suerte no le acompaña, no obstante nadie puede echarle en cara que no pusiera de su parte todo lo que sabe.

Lo de Joselillo fue más triste y evidente, pues le tocaron dos toros con posibilidades, sobre todo el último que parecía de otra ganadería, por su bondad. Aquí el diestro madrileño se dedicó a darles pases de una vulgaridad preocupante.

En su anterior se dedicó a dar todo un compendio de como colocarse mal delante de un toro. Seguro que se enfadará bastante consigo mismo cuando vuelva a ver la faena en su casa y comprenda que en una tarde como la de ayer esto no debió sucederle jamás.

Mención aparte a Luis Vilches que tuvo en sus manos la oreja del quinto, quizás el mejor toro del encierro, pero que, una vez más perdió por la espada. Lloraba amargamente al recoger las palmas de cariño del público desde el tercio al finalizar la faena. Él, mejor que nadie sabía que la tarde se le había ido en blanco de una manera miserable, tras no cogerle los vuelos a su primero, que desgraciadamente los tenía.

En fin tarde aciaga para tres honrados matadores de toros que necesitaban un triunfo a toda costa y que para colmo no lo obtuvieron, no por culpa de los toros, como parecía previsible, sino por errores personales o imponderables técnicos. Esta es la parte dura de la fiesta, la de los trenes perdidos, la de las oportunidades que no vuelven, pero estas son también las tardes que devuelven la grandeza a la fiesta aunque sean en su lado más oscuro.

Punlicado en El Mundo el 21 de abril de 2009

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