Ignacio de Cossío.- Levántate Oliva Soto y decidme en el alma, ¿Quién sembró de olivos la Maestranza? Alfonso, eres hijo de un brindis al cielo y una chicuelina ajustada, porque al celeste imperio de Ramón dedicaste y de él caíste hecho otro torero. Nadie lo ha visto pero así empezó todo. La vida a veces tiene esos tragos amargos de reencontrarnos con las sombras del pasado, con el recuerdo de nuestras angustias y temores infantiles vestidos en un tercer par de banderillas de luto frente al negro toro Avioncito del Conde. Tú has sabido levantarte dieciocho años después y mirar a la vida con la sonrisa de un artista nuevo, de un torero soñador de Camas que tan pronto convierte un ademán en toda una aventura bajo el estandarte de la naturalidad, el valor, la sabiduría y el genio si se apresuran a preguntármelo. No exagero simplemente hago justicia a una lección maestra ejecutada en un atardecer de feria y frente a dos toros que vendieron cara su piel. Al primero lo acariciaste por redondos y le robaste en un suspiro cuatro viajes sin ceder un paso, sin perder terreno, sin plegar velas en mitad de la tormenta. Alfonso, con tu elegancia innata has vuelto a nacer sabiendo como crear la belleza de la nada con la misma impronta que un arquitecto egipcio levanta pirámides de arena en el desierto. El toro no estaba hecho solo de arena y de luces de la plaza, sino de sombras ciegas como las del campanario de la Iglesia de Baler atrincherada por los últimos de Filipinas esperando la última orden del general chiclanero. El toro no era fácil ni lo pediste tampoco. El camino se ensancha, los redondos se triplican, la mano acaricia la pierna hecha tronco retorcido en mitad del Baratillo… Despides el breve concierto por naturales para que nadie diga que rehusaste a la muerte prendido en las nevadas cumbres de Greñoso. Llega la suerte, la más suprema de todas y la vistes con tu espada de cristal para resultar más verdadera que fortuita y eso es un imposible. ¡Vergüenza te debería de dar emborronar semejante hazaña hoy reducida a polvo de las eras! ¿Porqué me quitaste la Puerta del Príncipe le preguntó la bestia al acero? Mil olés espléndidos se apagaron como una vela.

Salta el quinto, llega tu mejor representación y en la mesa se sirve el drama o la comedia de la vida que diría Cicerón. El toro también es otro y se llama Limpidado, no deja de embestir al infinito, una y otra vez regresa de Los Arenales de Morón a los arenas del coso en llamas. Verónicas, delantales, redondos interminables, un trincherazo muerto en el aire cae denso, intenso y aromático junto a las tablas de la plaza. El público enmudece por un segundo y salta como un resorte ¿Curro, Curro, eres tú? No, soy Oliva Soto afirmas lentamente en cada viaje en cada envite al atardecer. El romero se convierte en olivo y el olivo en aceite virgen extra reserva familiar de la Vega del Guadalquivir. No recuerdo nada más que el zumo dorado y el vinagre de tu espada separandome irremediablemente de una obra portentosa. El genio no ha salido del todo, solo ha nacido y queda aún muchas tardes por verlo crecer. Alfonso, Dios te guarde muchos años entre nosotros y a partir de ahora solo atiende a la brisa alegre de los olivos que sembraste en cada lance gitano en cada muletazo flamenco, arrastrados, muertos, poblando por sí solos y para siempre mi Maestranza.

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