Carlos Crivell.- De la infame corrida de Juan Pedro se extraen varias conclusiones. Los toros lidiados pasaron el fielato de los veterinarios de milagro. Se habían rechazado toros que llegaron sin el peso mínimo de una plaza de primera. Lo que se lidió fue una corrida lavada de cara y terciada, que parece la norma de este año en Sevilla. Los toros de Juan Pedro no estaban bien preparados. Puede que las lluvias recientes les hayan afectado, pero ni estaban rematados ni tuvieran casta brava. Con este trapío, me imagino que el ganadero no podrá poner la excusa fácil de que le han destrozado la corrida.

La siguiente conclusión es que estos toros no sirven para una plaza con un mínimo de exigencia -la verdad es que muy poca -, de forma que es posible que en otras provincias admitan los muletazos de tres toreros empeñados en sacar agua de un pozo seco, pero en Sevilla eso ya no cuela.

No nos engañemos. Es un toro inservible para el triunfo, pero deja estar muy tranquilos en su cara a los lidiadores, de ahí que la sigan exigiendo, sobre todo quien mandaba en el cartel, Morante, que va a matar toda la camada, porque ese toro y ese toreo insulso se admite en otras plazas.

El desastre de Juan Pedro se acrecienta con las dos que se jugaron en los días pasados. El contraste es tremendo. De la movilidad encastada, la bravura, la acometividad y la nobleza con pujanza de Santiago Domecq y El Parralejo, hemos pasado a la bobaliconería de los borregos de Juan Pedro. Pero eso sí, la mataron sin sobresaltos porque ningún toro puso en aprietos a la terna.

Volvía Juan Pedro después del castigo del año pasado y, si hubiera justicia, debería volver a descansar. Ya se ha dicho que los toros no tuvieron el mínimo de presentación que requiere Sevilla, tal vez el sexto se salva, pero no hubo ni bravura ni casta ni fuerzas ni fuelle. No hubo nada.

Sin embargo, este festejo nos deja algunas notas positivas. Morante tiene ganas y torería de nuevo. Parece recuperado de sus presumibles males, si es que los ha tenido. La faena al primero es lo que se ha dado en llamar una labor inventada, porque ante unas embestidas sin alma, el torero de La Puebla logró tandas preciosas de toreo del bueno, mitad por un prodigio técnico, mitad por una decisión incuestionable. La apertura fue genial con dos trincherazos sublimes. Para esa buena faena se llegó a pedir sin mucha fuerza la oreja. La espada había aterrizado en los bajos con demasiada evidencia. El cuarto fue un toro sin vida. No tenía la más mínima gota de sangre brava. Echó la cara arriba y el matador cigarrero no se dio mucha coba y le ganó diez minutos a la corrida.

La otra noticia del festejo es que Pablo Aguado torea de forma maravillosa con el capote. Lo hizo siempre que tuvo ocasión, unas veces en el saludo de sus toros a la verónica, otras en chicuelinas primorosas en los quites. Alguna verónica paró el reloj de la plaza. Tropezó con un tercero muy soso, al que le robó muletazos sueltos de calidad. No podía haber ni ligazón ni profundidad. El sexto se rajó de manso a las primeras de cambio.

Para Manzanares la tarde no fue mejor que para sus compañeros. También lanceó con gusto al segundo, lo mismo que lució en las chicuelinas de mano baja. A ese toro le arrancó pases sueltos cuando el animal quiso prolongar sus viajes, pero todos sin unidad ni firmeza. El quinto no fue mejor, una especia descastada y sosa, al que tampoco le pudo enjaretar más que algunos pases insulsos sin continuidad.

En el pecado llevan la penitencia. Tres figuras han matado una corrida sin despeinarse, pero se han estrellado porque los toros estaban huecos. Morante es Morante; Manzanares tiene su historia escrita, pero para Aguado ha sido un festejo en el que se ha estrellado con estos animes desfondados, cuando era el que de verdad necesitaba un buen triunfo en Sevilla

Plaza de toros de Sevilla, 11 de abril de 2024. Quinta de abono. No hay billetes. Seis toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados excepto el sexto, de muy mal juego por su falta de casta y bravura. El sexto, manso integral.

Morante de la Puebla, de rosa y azabache. Estocada baja (saludos tras leve petición). En el cuarto, media que asoma y media estocada (silencio).

José María Manzanares, de rioja y oro. Estocada trasera y caída y un descabello (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (silencio).

Pablo Aguado, de sangre de toro y oro. Pinchazo, metisaca y estocada (silencio). En el sexto, media estocada (palmas).

Saludaron en banderillas Curro Javier y Alberto Zayas. La corrida duró dos horas y cinco minutos. Los toros lucieron divisa negra en memoria de Ramón Ybarra. 

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