Carlos Crivell.- La corrida de Victorino volvió a sus principios con toros que reunieron las cualidades que dieron fama a la ganadería. El lote lidiado en Sevilla fue esencialmente encastado, es decir que no fue una corrida cómoda para los espadas y que, con matices variados de comportamiento, mantuvo la atención de la plaza ante el juego de los toros cárdenos. El viejo Victorino, cuando era requerido para que contara qué corrida llevaría a una plaza, decía siempre lo mismo: Una corrida de toros. Seguro que ha disfrutado con la corrida de toros, toros de verdad, que ayer saltaron al ruedo sevillano.

La exigencia de las reses fue máxima. La terna puso de manifiesto su capacidad para superar los problemas que planteaban los astados, lo que no quiere decir que los lidiadores sacaran todo el partido de un conjunto que fue una dura prueba. No fueron toros fáciles, ni los en apariencia más obedientes, y aunque en ocasiones flotó la sensación de la victoria del toro sobre el torero, el veredicto debe considerar que todos los animales vendieron cara su vida y que los espadas, y sus cuadrillas, se ganaron el respeto y la admiración del aficionado porque se pusieron delante del toro exigente que debe salir para todos. Al menos, de vez en cuando.

El que abrió la corrida fue recibido con aplausos. El tercio de varas de Antonio Prieto fue espectacular con un toro bravo en el caballo. Tras saludar Valdeoro y Fernando Sánchez, Antonio Ferrera se enfrentó a un animal codicioso, en momentos muy complicado por sus embestidas pegajosas haciendo hilo, otras porque se revolvía fiero ante de finalizar el muletazo. Fue una faena de alta tensión, finalizada con muletazos sin la ayuda, en las que el torero pudo sentirse dominador, aunque el llamado Paquetillo, boca cerrada y mirada de pocos amigos, dejó constancia siempre de que no había ni vencedores ni vencidos. Murió de bravo el animal y saludó Ferrera.

El torero extremeño nacido en Ibiza se llevó el lote más encastado. La forma de enlotar la corrida pareció algo caprichosa. El cuarto fue un toro enorme de presencia y de esencia. Se llamó Petrolero y reunió armonía en la cara y en la cornamenta, la altura justa dentro del encaste, una joya de la zootecnia, que como no podía ser de otra forma fue un prodigio de casta brava. Se le picó con dureza en dos varas de castigo y la pelea entre Ferrera y Petrolero fue un monumento al toreo. No llegó a aquella otra que mantuvo este torero con Platino, pero se acercó porque el diestro se mantuvo muy firme y el animal exigió seguridad, temple y una muleta dominadora. De ese encuentro surgió la emoción sin más, por encima de cómo fueron los muletazos con la derecha o la izquierda, algunos de trazo limpio y templados, otros más forzados por la incontinencia de las acometidas del burel, que a veces no humilló, pero que se mantuvo fiero de principio a fin. La oreja premió al torero y la ovación al arrastre de Petrolero sonó en la dehesa y llegó hasta el cielo.

Para Manuel Escribano la suerte fue esquiva. Ya decíamos que la corrida se enlotó de aquella forma. El segundo se quedó crudo en varas y resultó un proyecto de alimaña en la muleta. Escribano fue un tratado de honradez torera. Se fue a portagayola en sus dos toros, puso banderillas, mejor en el segundo y desafortunado en quinto. Brindó la muerte del segundo a Curro Romero. Sufrió las malas intenciones del animal que llegó a tirarle un derrote al muslo del que se salvó de milagro.

El quinto fue el único que dobló las manos en la lidia. Se lo brindó a la Infanta doña Elena, lo mismo que hicieron sus compañeros en el tercero y el cuarto, y la faena no acabó de romper. Fue templado en sus primeras arrancadas pero luego llegaron los problemas. El toro le partió el palillo, a veces dobló las manos, y al final echó la cara arriba en señal de defensa. La estocada al quinto fue de lo mejor de su tarde.

Se esperaba a Emilio de Justo y bien que respondió a la cita el cacereño. La capacidad del torero quedó de manifiesto en los primeros compases de la faena al tercero, cuando se paró el toro y aguantó impávido como no pasara nada. Con la muleta como pantalla para engancharlo, el toro fue alargando su viaje como nuevo milagro del temple. Ni el viento le descompuso. El toro humilló ante el mando poderosa del toreo. Emilio de Justo dibujó naturales a pies juntos como colofón de su emotiva faena, que no tuvo la firma de la espada.

El sexto fue un toro alto y descompensado. Otra vez los lotes como enigma. Se había sorteado con el menos aparatoso tercero. La gente aplaudió la salida de la mole. El saludo con el capote de Emilio de Justo fue dominador y remató con dos medias monumentales. Bien picado por Germán González, llegó al final enterado y reservado. El diestro lo consistió y fue sacando agua de un pozo medio seco. Eso es estar por encime de un toro. De Justo llegó con expectación y se marchó con la admiración del aficionado y las ganas de volver a verlo sobre el ruedo.

Nadie pestañeó en la plaza en las dos horas y tres cuartos de función. Cuando sale el toro serio y encastado no hay aburrimiento posible. Y ese toro debería ser piedra de toque para todos los que se visten de luces.

Plaza de toros de Sevilla, 4 de mayo de 2019. 6ª de abono. Seis toros de Victorino Martín, correctos de presencia, encastados, bravos y de juego variado. 1º, 3º y 4º encastados y emocionantes; complicado, el 2º; flojo y templado sin gas, el 5º; reservón, el 6º. Saludaron en banderillas Javier Valdeoro y Fernando Sánchez. Buenos puyazos de Antonio Prieto y Germán González.
Antonio Ferrera, de coral y oro. Pinchazo y estocada trasera (saludos). En el cuarto, estocada desprendida (una oreja).
Manuel Escribano, de gris plomo y oro. Pinchazo, estocada trasera y dos descabellos (silencio tras aviso). En el quinto, estocada (división de opiniones).
Emilio de Justo, de negro y oro. Dos pinchazos y estovada (saludos tras aviso). En el sexto, estocada trasera (saludos tras aviso).

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