Älvaro Pastor Torres.- Sin paliativos, sin justificaciones y con muchos culpables. Entre todos se cargaron la tarde y ella solita se murió de tedio y pena mientras las parejas de vencejos se cortejaban con increíbles acrobacias bajo un cielo nublado ora gris amenazador ora todo de algodón como Platero.

Empecemos por el ganado. Después de un petardo –y gordo- como el de Victorino el año pasado, y sabiendo que el de Galapagar es más listo que el hambre, esperábamos –ilusos de nosotros- que este año enviara un encierro parejo, bien presentado y con varios toros de nota para embestir. Pero, o se equivocó el ganadero o bien los veedores de la empresa reseñaron otro ganado. Si fue así, que Santa Lucía les conserve el oído, porque lo que es la vista parece que no tiene arreglo.
El extremeño Ferrera hizo lo que pudo. O sea, lo que sabe: pasar sin pena ni gloria el primer tercio, con un capote más grande que la carpa del Circo Mundial; banderillear muy desigualmente –unas veces en la cara, otras a toro pasado y otras directamente a la altura del costillar- tras una prolongada sesión de ballet taurino-teatrero a los sones de “Ópera Flamenca” y “Dávila Miura” (los mejores pares, los dos últimos al cuarto, entre ellos uno al quiebro), y bajar el nivel con la muleta con un toreo vulgar y pundonoroso.

El Cid fue a la plaza, pero en ningún momento estuvo. No sé si me explico. Dubitativo ante la cara del toro, inseguro, apático, con la mirada perdida cuando esperaba su turno en el callejón, queriendo parar las coladas de los toros con la mano –mala cosa esa- y con mucho pico y poca quietud ante el quinto bis, un sobrero, también de Victorino, inválido y chico -indigno para una plaza como esta- que se lidió entre la rechifla general: cabra, novillo y gato fue lo menos que le dijeron desde los tendidos y gradas. El presidente que lo coló, y después lo mantuvo en el ruedo, promete… darnos muchas tardes “de gloria”.

César Jiménez se llevó el toro más potable de la tarde, el tercero, y lo desaprovechó tras lidiarlo en todos los sitios posibles del redondel imperfecto. Entre pase y pase, iba y venía –daba tiempo para rezar un Credo completo y hasta dos Avemarías-, respiraba el toro, respiraba el torero y mientras tanto mareaba un poco la perdiz. Al sexto no lo quiso ni ver y a punto estuvo la cosa de acabar en sainete.

Tampoco la lluvia se quiso perder el desastre –ya se sabe que en abril aguas mil, pero todas caben en un barril- e hizo acto de presencia durante la lidia del tercero en forma de goterones como las antiguas monedas de cinco duros, lo que ocasionó una desbandada general por parte de aquellos espectadores poco previsores. Si después alguno no regresó a su localidad, eso que ganó.

A %d blogueros les gusta esto: