Tarde con cinco orejas, cuatro para Manzanares, en la 8ª de Feria de Sevilla. Toros nobles y flojos de Victoriano del Río y Manzanares inspirado. Talavente, correcto y con poca suerte Padila

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Octava de Feria. Lleno de "no hay billetes" en tarde gris de agradable temperatura. Toros de Victoriano del Río, 4º y 6º con el hierro de Toros de Cortés, correctos de presencia, nobles y manejables. Saludaron Curro Javier, por la lidia, Juan JoséTrujillo y Luis Blázquez en el quinto

Juan José Padilla (de berenjena y oro): saludos y saludos

José María Manzanares (de azul marino y oro): dos orejas y dos orejas

Alejandro Talavante (de caña y oro): oreja y saludos

Carlos Crivell.- Sevilla

El cronista sale de la plaza enfervorizado, lleno de alegría porque es aficionado, satisfecho de que la tauromaquia que adora haya vivido una tarde tan redonda, no sabiendo muy bien por donde comenzar a contar sus sensaciones. Hay una lucha entre el corazón y el cerebro. Por la Puerta del Príncipe está saliendo un torero que es vitoreado como un héroe después de haber cuajado dos toros en la Real Maestranza. Puede el corazón emocionado.

La plaza ha gozado como nunca ante la tauromaquia de un elegido de los dioses. José María Manzanares se ha roto sobre el albero en dos faenas distintas, ambas maravillosas y rematadas de dos estocadas en la suerte de recibir. Toda la lidia del quinto fue modélica, digna de ser revisada por los alumnos de las escuelas taurinas y por quienes aún ponen en duda la grandeza de este arte.

Manzanares toreó a la verónica con cadencia y empaque. Derribó el toro en la primera vara a Barroso. Luego vino el momento mágico de la tarde. La cuadrilla del alicantino dictó una lección magistral. Curro Javier lo colocó con cinco o seis capotazos. La plaza se levantó con júbilo ante cada lance del torero de Sanlúcar la Mayor. Juan José Trujillo se asomó al balcón en dos pares cumbres, igual que el de Luis Blázquez. Saludaron los tres montera en mano y la música, ahora sí Tristán, atronó los aires con el pasodoble. Aún quedaba la manera de llevarse el toro a una mano por parte de Curro Javier. ¿Es posible que haya algún matador que no sea partidario de tanto lucimiento por parte de una cuadrilla? Si estos toreros son capaces de explayarse en la lidia es porque su jefe de filas lo permite. Y es que un toro lidiado de forma tan excepcional siempre mejora sus condiciones.

El toro estaba muy apagado. El mérito de la faena del torero de Alicante fue darle el tiempo preciso para que no se rajara. Pase a pase, fue esculpiendo muletazos a cámara lenta interminables. Faena de veinte pases; faena de inteligencia; faena de maestro; faena para Sevilla. Los cambios de manos fueron monumentales; las trincherillas, de cartel; los de pecho, de pitón a rabo; el porte del torero, la apoteosis de la tauromaquia eterna. Todo lo remató de una estocada en las péndolas en la suerte de recibir. Dos orejas, el delirio y la Fiesta por las nubes como expresión de lo que es, un arte excelso. Los aficionados se felicitaban exhaustos porque habían tenido el privilegio de estar presentes en la plaza en una jornada para el recuerdo. El saludo final de Manzanares con su cuadrilla en el centro del ruedo fue lo nunca visto.

El corazón late con taquicardia pero es necesario dejarle paso al cerebro. Fue una tarde de emociones. La plaza ovacionó a Padilla después del paseíllo. Era el reconocimiento a un héroe moderno. No tuvo ninguna suerte y se llevó dos toros poco gratos. El primero, con medio recorrido. El cuarto, tan noble como soso. Toreó bien con el capote al cuarto y banderilleó muy bien en sus dos toros.

El cerebro también debe admitir que la faena al segundo de Manzanares fue buena, pero no rotunda. Las tandas fueron cortas, algunos muletazos de corte espléndido, los adornos de una elegancia suprema, pero quizás faltó algo de más continuidad. Ocurre que el de Alicante los mata con dinamita. ¿Dos orejas? Con una hubiera bastado en ese primer toro.

Talavante mató dos toros después de Manzanares, que además de su calidad suprema ya tiene todos los beneplácitos de la plaza sevillana. No es fácil torear después del alicantino. El tercero fue muy buen toro. Talavante lo toreó con temple y frescura de ideas. En algunos pasajes floreció el torero de fantasía de este diestro reconvertido. Mató bien y le dieron la oreja. Con el sexto no llegó el temple deseado y acortó mucho las distancias ante una res apagada.

La mente no puede dejar de un lado que la corrida de Victoriano del Río, con los remiendos de Cortés, fue noble, justa de raza y con dos toros mejores, segundo y tercero. Tampoco se puede dejar en el tintero que la corrida no era pareja y que tres toros, segundo, tercero y cuarto, no tenían el trapío, ni pitones, para ser lidiados en la Feria de Abril de Sevilla. El lote de Padilla y el sexto carecieron de raza. Y el quinto se fue sin las orejas porque recibió una lidia excepcional. El toro era mansito, apenas tenía fuerzas y si metió la cara veinte veces fue porque se enfrentó a un torero vestido de azul marino que le trató con mimo e inteligencia para exprimir sus arrancadas.
Ese hombre del traje azul marino salió por la Puerta del Príncipe en volandas entre el clamor de una afición, una ciudad se podría decir, que ya lo tiene entre sus elegidos. Es José María Manzanares, torero por la gracia de Dios.

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