Carlos Crivell.- La corrida tuvo dos argumentos principales. La enorme faena de Emilio de Justo al tercero y las cosas de Morante. Y otras notas, como la nobleza sin fuerzas de la corrida de Matilla, salvada de forma gloriosa por el toro de Olga Jiménez que se lidió en tercer lugar, alegre, noble, pronto, repetidor, humillador y con fijeza. Es decir, un toro casi completo si hubiera tenido mejor comportamiento en varas, donde atacó de lado primero y se dejó sin excesos en la segunda entrada. Pero el toro de nombre Filósofo sirve para honrar a una ganadería. Y también el toreo algo indolente de Talavante toda la tarde, con pasajes muy buenos, pero con apariencia de escaso convencimiento personal en su toreo. Lo delató con la espada donde dio un curso sobre cómo no se matan los toros.

El momento intenso de mayor emoción fue la faena de Emilio de Justo al buen tercero, toro fino de cabos, bien armado, algo estrecho, pero un toro en toda regla. A la salida de un quite por chicuelinas lo prendió por el lado derecho, por donde el de Olga Jiménez ya lo había avisado antes. Le destrozó la taleguilla, parecía herido, pero todo quedó en un susto. Emilio volvió, ya muleta en mano, con un aparatoso vendaje en la pierna derecha.

Comenzó con ayudados por bajo y remate de pecho soberano. Siguió con dos tandas con la izquierda en la que lució temple, ligazón y embroque perfecto. Esa forma de reunirse con el toro fue la nota cumbre de la faena. Se la puso por el lado derecho y lo toreó de forma exquisita, siempre con ligazón, para culminar con un cambio de manos y uno de pecho que rompieron con clamor en los tendidos. Todavía quedaban unos doblones y algún natural suelto. Una faena completa, la que se merecía el gran toro de Matilla. Y una estocada contundente que dio paso a dos orejas unánimes y una vuelta para la historia. La cabeza de Filósofo irá a casa de Emilio de Justo, así se lo encargó al carnicero, y no es para menos. Cuando se cuaja un toro así, merece mucho la pena conservar su cabeza para recordar aquella tarde de gloria en la que un torero hecho y derecho le cortó las dos orejas a un toro en Sevilla.

La corrida había comenzado mal. El primero era un inválido y se fue a los corrales. Salió un toro muy alto que fue muy castigado en varas. Nadie daba nada por el de Olga Jiménez, salvo Morante, que salió con el estoque simulado en señal inequívoca de que la había visto algo. Debió ser el único que tuvo confianza en el toro, que en su muleta comenzó a desarrollar bondad con pocas fuerzas. Pero la fe mueve montañas y movió al de la familia Matilla que embistió alegre, a veces rebrincado, con algunas intermitencias, la misma que tuvo la faena de Morante. Fue una labor de estudio, de pasajes buenos y otros menos brillantes, de muchas vueltas para encontrar lo mejor del toro. Lo encontró en derechazos hondos, pases por abajo preciosos, naturales prodigiosos, a pesar de la embestida más reservada del animal, alguno de pecho con solera pepeluisista, es decir, que cuando nadie había apostado por el animal, el de La Puebla se lo había inventado. Faena, por tanto, de matices nada fáciles de captar por el gran público. No le dieron la oreja, y no creo que la culpa la tuviera el palco, sino que la plaza la pidió con timidez. O porque la espada cayó en zona imperfecta. Dicen que en el callejón le dijo al presidente que no tenía vergüenza. Eso no se dice. Luego lo arregló y dijo que era amigote, pero que debería jubilarse. Tampoco es así.

Eso lo dijo después de pasear la oreja del cuarto, recibido con algunas verónicas con el sello de la casa. El toro hizo sonar los estribos en el caballo y Morante se enfrentó con la muleta en la mano y la montera calada, como los toreros del diecinueve. El comienzo junto a las tablas por alto fue sublime. La faena en sí mismo fue la propia de un genio, no tanto por la rotundidad o la maravilla de los muletazos, sino por las formas, la concepción de las tandas, la clara elección de los terrenos, los adornos y florituras maravillosas, por todo un conjunto arrebatado, bien expresado y bien contado. Fue una faena de genialidades llena de encanto. La estocada dio paso a la oreja, que dejó sobre la barrera. Y después llegó la petición de jubilación para el presidente. Menos mal que son amigotes.

Cuando se barruntaba una nueva Puerta del Príncipe, el sexto se encargó de arruinar las esperanzas de Emilio de Justo. Fue un toro feo, alto pitorrito, que ni tuvo fuerzas ni vida. Se estrelló el cacereño y no hubo labor lucida. Como detalle de honradez profesional lo mató de otra estocada hasta la bola.

Talavante toreó a gusto por la izquierda al segundo, otro pitorrito. Lo había saludado con lances a pies juntos. Se puso de rodillas ante el noble toro salmantino y cuajó una buena tanda por la derecha. Lo mejor llegó con la zurda con muletazos largos y templados, si se quiere algo acelerados, pero muy celebrados. Todo lo bueno de la faena se diluyó con un montón de pinchazos. Y con el quinto, que se dio una vuelta de campana, volvió a estar torero, aunque algo indolente, como si no le importara ni Sevilla ni el Guadalquivir. Muchos pases, algunos avisos del animal, que fue un soso colaborador. La firma fue un bajonazo infame. Sin estar mal, Talavante ha dejado la impresión de que algo no acaba de funcionar en esta etapa de su trayectoria torera.

Plaza de toros de Sevilla, 24 de abril de 2023. No hay billetes. Cuatro toros de Hermanos García Jiménez y dos – 1º bis y 3º – de Olga Jiménez. En general nobles, pero con pocas fuerzas. El 1º devuelto por inválido. Muy bueno por noble, pronto y alegre el 3º, Filósofo, nº 13, de 520 kilos, premiado con la vuelta al ruedo. Muy deslucido el sexto.

Morante de la Puebla, de mandarina e hilo blanco. Estocada trasera y tendida (saludos tras petición). En el cuarto, estocada (una oreja).

Alejandro Talavante, de blanco y oro. Seis pinchazos (silencio tras aviso). En el quinto, bajonazo y un descabello (silencio).

Emilio de Justo, de nazareno y oro. Estocada (dos orejas). En el sexto, estocada desprendida (silencio).

Saludó en banderillas Miguel Murillo.

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