Gastón Ramírez Cuevas.- Uno de los grandes griegos filósofos, Platón, fue el discípulo más famoso del malhadado Sócrates. Platón quiere decir ancho de hombros, dado que el pensador era buen practicante de la lucha. Este admirado personaje, que de seguro hubiese sido un taurófilo recalcitrante, dejó incrustado el adjetivo "platónico" en toda la cultura occidental. Platónico quiere decir: Modelo original y primario en un arte o cualquiera otra cosa.

Juli, que ha sido un aprendiz de brujo y es un torero a carta cabal, nos ha dado dos faenas arquetípicas el día de hoy en La Maestranza. Sobran los tópicos, las descripciones hueras: toreó como los ángeles, estuvo enorme, es un maestro, etc. Todo sobra para el que le vio -en medio de diluvios bíblicos- torear con geometría euclidiana, con el conocimiento del poder, con temple luminoso, con elegancia, y perfecto y reposado manejo de las distancias. No hay más, sólo José Tomás o Morante hubieran podido pelearle las palmas en esta novena de abono.

Caigo en el lugar común, ni modo, pero no puedo dejar de decirle que los lances fueron perfectos, así como el quite engarzando chicuelinas modernas y lances a capote vuelto en el que abrió plaza; las tandas de muletazos con la zurda en ambos; los cinco derechazos hechos uno a su primero; las largas series de pases con la diestra como una pintura de Casero; las estocadas de verdad en cada turno, en fin, todo un universo ideal de tauromaquia.

Quien mejor ha descrito lo que los afortunadísimos y mojadísimos parroquianos vivimos hoy en la catedral del toreo, es José María de la Rosa Sánchez-Castillo, pintor, aficionado práctico y contertulio cabal. Dijo: "Esa primera faena me hizo llorar de verdad, y corrí a ver salir a Juli por la Puerta del Príncipe." Un arquetipo más, el del entendido que cae rendido ante una obra de arte que llega al corazón.

Si el presidente Teja es un señor ávido de protagonismo y con una oligofrenia galopante, mismas razones que lo llevan a dar una oreja para una labor anormal -stricto sensu- en vez de dos exigidos apéndices, eso no empaña el triunfo apoteótico de Julián López, el Maestro (con mayúscula inicial) de Velilla de San Antonio.

El lote de Juli fue noble y con bastante raza, cosa que hay que agradecer. Lo que hay que lamentar es que a Castella le tocó en suerte un quinto de la tarde que era mejor que los dos del Juli juntos, pues tenía más fuerza y era encastado en bravo. Y el francés no pudo o no quiso torear jamás. ¿Entonces para qué se viste de luces y hace el paseíllo en esta plaza única y mítica? Son enigmas más insondables que la logística del oráculo de Delfos.

Perera no acierta a sortear un bicho que le convenga. Pero uno se pregunta si con los toros primero, cuarto y quinto, hubiera podido hacer el milagro de parar la lluvia y hacer sonreír y llorar a muchos sevillanos de pro.

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