Carlos Crivell.- Lo ha vuelto a hacer, como si los otoños le inspiraran más que abril, como si las musas estuvieran esperando la caída de la hoja en este septiembre de luces diferentes, únicas, las de Sevilla en estas tardes largas antes de que nos cambien la hora. Lo ha vuelto hacer, igual que lo hizo hace un año con uno de Juan Pedro, pero lo ha hecho con un toro corriente, sin fuerzas ni casta ni bravura. Morante ha inmortalizado a un toro vulgar de nombre Derribado, que pasa a la historia como aquel de García Jiménez al que el de La Puebla fijó y templó, para poner luego todo su arte único en una faena de retazos sublimes, mucho más emotiva que reunida, pinceladas clamorosas en una nueva demostración de la talla de un torero que es historia y que se pone a la altura de los mejores de todos los tiempos.

Lo ha vuelto a hacer con un toro al que no pudo torear con el capote – algo que si ocurre y lo mata le hubiera permitido a optar a cortar el rabo -, porque de salida hubo desconcierto. Arrolló a Morante sobre las tablas y las cuadrillas miraron al palco para objetar que tenía problemas en la vista. Más adelante se protestó de forma airada porque parecía cojitranco, en definitiva, un toro que no gustaba ni a los toreros ni al público. Empujó con un solo pitón en el caballo y llegó la sorpresa. Morante quitó por chicuelinas suaves, casi de algodón, vistas y no vistas, rematadas con media. El toro ya no parecía ni reparado ni cojo. Morante se fue por la muleta, y la realidad es que la mayor parte del tendido no estaba muy seguro de que el de La Puebla pudiera lucirse.

Junto a las tablas lo pasó a dos manos y remató por abajo. Dos o tres tirones y se lo llevó a la solanera. Era una forma de quitarle al toro todas las posibles querencias que hubiera desarrollado en los primeros tercios. Y allí, en terrenos de tendido 12, cuando el sol bañaba los arcos de la plaza, comenzó la obra de un torero transfigurado. Muy en corto, valiente hasta más no poder, fue desplegando muletazos de trazo perfecto sobre la derecha. Se la echó a la izquierda y el toro volvió a protestar y puso en peligro su anatomía. Metido en su terreno, con el toro achicado, casi acobardado por la presencia de un señor vestido de color verde manzana, que le ponía la muleta en el hocico y dibujaba muletazos de una belleza insólita. Más difícil todavía, una tanda con la derecha fue de una lentitud pasmosa, el ralentí llevado a su máxima expresión. Toda su obra, con un toro que no existía, que no tenía nada dentro, como un mago del toreo eterno. Ya con la plaza en fase de enloquecimiento colectivo se la puso por el pitón malo, el izquierdo, por donde surgieron naturales de uno en uno de una plasticidad imposible de contar, para acabar citando de frente con derechazos de gloria pura.

Fue una faena elaborada y por tanto larga, pero era la que necesitaba el toro para cuajarlo de esa forma. En el tendido se hablaba de rabo, cuando el torero se tiró matar para pinchar dos veces entre la desesperación de todos. A la tercera entró la espada. ¿Qué es una oreja para premiar tanta grandeza?

Todo había comenzado con un toro tan noble como flojo, corniabierto, al que le enjaretó siete verónicas y dos medias de escándalo. Tres tandas con la derecha, una con la izquierda, en una faena sin apreturas sin profundidades.

Ese toro que abrió plaza, noble, flojo y descastado, fue el común denominador de la corrida de García Jiménez, correcta de presencia y vacía de contenido. El tercero tuvo diez arrancadas buenas en la muleta de Tomás Rufo, que le dio aire y distancia. Lo demás, una miseria de animales sin nada potable por dentro.

La faena del torero toledano a ese tercero fue buena en su primera parte, cuando citó de largo y exhibió al toro, al que enganchó bien, templó mucho y se la dejó colocada para ligar los muletazos. Cuando se la puso por la izquierda, el toro se desplomó. Rufo mantuvo la compostura en una faena que acabó con el animal rajado. El sexto fue otro toro sin posibilidades. Ahora anduvo simplemente voluntarioso en una labor con trazos de toreo bueno. Rufo confirmó su proyección, toreó bien de capote, hizo quites en sus turnos y mantuvo su cartel en Sevilla.

Se despidió de los ruedos el banderillero José Antonio Carretero, un torero enorme, que lidió con maestría los dos toros de Rufo. Al final de la corrida, Morante y su hija pequeña le cortaron la coleta en presencia de los toreros de la tarde. Gloria a Carretero, que ha tenido la dicha de torear por última vez en el ruedo de la mejor plaza del mundo.

Juan Ortega tropezó con dos toros de pocas prestaciones. En el lado positivo, algunos lances sublimes al quinto y su porte de buen torero. En el lado negativo, que Juan cuando los toros no ayudan nada se queda perdido en el ruedo. No le dejó el segundo, cara alta y poca entrega, y menos el quinto, que sembró el pánico en las cuadrillas y acabó sin ganas de embestir. Tampoco fue su mejor tarde con la espada.

En septiembre, Sevilla ha rugido de clamor ante la magnificencia de un torero en el otoño dorado de su vida artística. Morante puso a todos de acuerdo, volvió a consagrarse en la Maestranza, que salió pegando muletazos y loca de alegría de la plaza.

Plaza de toros de Sevilla. Primera de San Miguel. Más de tres cuartos de plaza. Cinco toros de Hermanos García Jiménez y uno, sexto, de Olga Jiménez, correctos de presencia, y de pobre juego en general, por falta de fuerzas, casta, clase y bravura. El tercero fue el mejor en mitad de la faena de Rufo.

Morante de la Puebla, de verde manzana y oro. Pinchazo y media estocada (saludos). En el cuarto, dos pinchazos y estocada (una oreja tras aviso).

Juan Ortega, de sangre de toro y oro. Pinchazo hondo y un descabello (silencio). En el quinto, dos pinchazos y estocada corta tendida (silencio9.

 Tomás Rufo, de tabaco y oro. Pinchazo y estocada (saludos). En el sexto, estocada caída y tres descabellos (silencio9.

Saludaron en banderillas Sergio Blasco y Fernando Sánchez. Se retiró de los ruedos el banderillero José Antonio Carretero, al que Morante y una hija le cortaron la coleta al final del festejo. Rufo le brindó a Carretero el sexto.

 

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