Novillada de triunfadores en la Maestranza sin que ninguno de la terna tocara pelo, en parte porque las reses de Los Azores fueron difíciles, en parte porque no supieron entender a unos astados que no eran de carril
Plaza de toros de Sevilla, 18 de septiembre de 2011. Más de media plaza (6000 espectadores). Seis novillos de Los Azores, excelentes de presentación y de juego variado, aunque malos en general. Bueno el segundo; muy complicados, tercero, cuarto y quinto. Gran puyazo al cuarto de Romualdo Almodóvar.
Sergio Flores, celeste y oro, casi entera caída (palmas tras aviso). En el cuarto, estocada caída (silencio). Pasó a la enfermería para ser atendido de una cornada en el muslo izquierdo de 4 centímetros de pronóstico leve.
Fernando Adrián, caña y oro, cuatro pinchazos y estocada trasera (saludos tras aviso). En el quinto, estocada caída y descabello (saludos con palmas tras aviso).
Rafael Cerro, marfil y oro, estocada baja (silencio). En el sexto, estocada atravesada y dos descabellos (silencio tras aviso).
Carlos Crivell.- Sevilla
Los triunfadores de abril, mayo y junio pasaron reválida en la Maestranza y en el aire quedaron algunas dudas sobre el futuro de esta terna. Para la ocasión se preparó una preciosa novillada de Los Azores, de tan buen recuerdo en la temporada pasada, pero que ahora fue un mosaico variado de comportamientos. A la buena clase del segundo se contrapuso la brusquedad del cuarto, el mal estilo del tercero y la falta de clase del quinto. Un conjunto de sobresaliente nota en presentación y que, a la postre, no llegó al aprobado en su juego. Los novillos no dieron juego, pero a la terna se le apreciaron algunas carencias notables en su tauromaquia. No revalidaron su triunfo anterior y las dudas siguen en el aire.
El mexicano Sergio Flores confirmó que tiene valor, una premisa fundamental para ser torero. No tuvo mucha suerte con su lote. El que abrió la corrida fue soso y flojo; el cuarto fue un regalito de pésimo juego. Con el que abrió plaza hizo una faena demasiado larga sin alcanzar el lucimiento. Los pases surgieron sin ligazón y sólo cabe destacar la buena voluntad del azteca.
No pudo levantar su tarde con el cuarto. Se fue a la puerta de chiqueros y cuando remató una larga el novillo lo prendió por la corva. Se vio que le había herido. No le importó y siguió en la plaza hasta que mató a un novillo de muy mal juego, experto de cabezazos y en buscar al diestro a la salida de cada muletazo. De nuevo mostró su tremenda voluntad. En el lado menos positivo, unas chicuelinas con el cuerpo encogido, muy feas, y que no debería prodigar mucho.
La faena de Fernando Adrián al segundo tuvo pasajes de toreo bueno y caro. Por eso mismo, no es de recibo que el mismo novillero capaz de regalar a la plaza con pases de bellísima factura, luego se dedique a dar espaldinas, circulares y lances de medio pelo. Adrián se templó en el toreo por ambos pitones, le tomó bien la distancia y el ritmo al de Azores, dibujó una trincherilla, otro de la firma y un ayudado por bajo de calidad suprema, pero se atascó con la espada en cuatro pinchazos y perdió un trofeo con toda seguridad.
Seguro que soñó lograr el triunfo en el quinto, pero ese novillo fue de los malos de la tarde, siempre con viajes cortos y alargando la gaita al final de los mismos. Adrián le buscó las vueltas en distintos terrenos sin poder templar una embestida tan desagradable.
El extremeño Rafael Cerro, el torero que apodera Ortega Cano, tropezó en primer lugar con otro novillo amigo del cabezazo. Cerro estuvo afanoso, pero no acertó a templarlo más que en una tanda por la izquierda. Se rajó el animalito y Cerro acabó con su vida mal y pronto.
A las nueve de la noche salió el sexto, un colorao que tampoco despertó ilusiones en la plaza. Cerro se puso a torear como todos, por la derecha, aunque en la plaza se sabía que por ese lado el de Azores se acostaba con peligro. Es la rutina de nuestros toreros, aunque bien es cierto que tampoco los públicos están preparados para una lidia distinta. Cerro, torero del siglo XXI, dio muchos derechazos con toda la voluntad posible, pero no hubo ningún lucimiento.
Foto: Fernando Adrián en un ayudado por alto (Álvaro Pastor Torres)