Rafael Roca - AlternartivaLuis Carlos Peris.- Festividad de la Ascensión y en ese jueves, uno de los tres del año que relucen más que el sol, se anunciaba una corrida a beneficio de la Cruz Roja para dos figuras del toreo ya de vuelta y un joven del Arenal que había cosechado enorme cartel desde su debut de novillero en la Maestranza. Ese joven torero de la calle Pavía encandiló a la afición sevillana en su debut, que fue dos años antes con una novillada de la ganadería portuguesa de García Fialho, justamente una semana después del lío de Curro Romero con los seis toros de Urquijo.

Un triunfo que puso en órbita a Rafael, refrendándolo a la temporada siguiente con corte de oreja cuantas veces hizo el paseo en la del dorado albero. Y así llegaba a la alternativa, que iba a recibir de manos de Manolo Vázquez en presencia de Jaime Ostos. Dos figurones del toreo aun cuando en ese momento, 23 de mayo de 1968, ambos andaban planeando la retirada. De hecho, meses después, en la Feria de San Miguel, decía adiós Manolo Vázquez con una corrida de Concha y Sierra en compañía del mexicano Alfredo Leal y de Curro Romero.

Pero estamos en el día de la alternativa de Rafael Roca, que hizo el paseo vestido de blanco y oro. Manolo Vázquez lucía un verde y oro, mientras que Jaime Ostos iba de azul pavo y oro. Para los tres había encerrada una corrida de la divisa onubense de Viuda de Diego Garrido y en el palco presidencial para poner orden, el policía y acérrimo currista Tomás León. Era éste un gran aficionado, pero al que muchos acusaban de excederse a la hora de premiar lo que Romero lograba en sus tardes de inspiración.

El toro de la alternativa se llamaba Dominico, negro salpicado y bragado, con 480 kilos de peso. Largo parlamento del padrino al neófito como preámbulo de una faena que tuvo vértices muy acusados, sobre todo cuando se echó la muleta a la mano izquierda. Tenía Roca un gran corte de torero y al natural sobresalía por su empaque y naturalidad. La faena estuvo muy por encima del toro y cuando mató de media y descabello dio una muy aclamada vuelta al ruedo.

El sexto se lo brindó al público tras un lucido quite a la verónica y de que el gran Luis González se luciese en banderillas. De aparatosos pitones, el toro no ayudó al éxito del diestro del Arenal, que hubo de esperar al día del Pilar para desorejar a un toro de Pérez Valderrama. Por cierto que ese triunfo no fue suficiente para que Canorea lo contratase en Feria y eso le supuso un golpe en su moral que precipitaría su retirada.

El padrino, Manolo Vázquez, navegó toda la tarde entre detalles de primor. Chicuelinas preciosas, lances a pies juntos, una serie de naturales, unos redondos citando de frente que pusieron la plaza en pie y vuelta al ruedo apoteósica cuando le dio muerte a su primero de media estocada. Al cuarto se lo quitó de encima tras insistirle sin éxito, matándolo de estocada habilidosa en ese rincón donde tanta muerte se encuentra.

Y vamos con el héroe de la tarde, con ese Jaime Ostos que seguía moviéndose con enjundia por el escalafón a pesar de que se cumplía ya un lustro de que se diese de cara con la muerte en Tarazona. La tarde fue suya desde que se abrió con el capote para recibir al tercero de la tarde hasta que despenó al quinto de la misma manera, entrando derecho como un huso para llegar con la mano al pelo.

Viene a cuento rememorar aquella tarde del ecijano, más que nada para rehabilitar su figura, desvirtuada en los programas televisivos del corazón. Jaime se las ha valido para darle carnaza a esos depredadores y no está de más que los que no lo vieron en los ruedos conozcan qué clase de tío era cuando se vestía de luces para pelearse a sangre y fuego con los toros. Y en esta tarde sevillana de la Ascensión iba a encargarse de recuperar y multiplicar el crédito que siempre tuvo en la Maestranza.

Redondeó dos faenas muy parecidas ante su lote, un par de mansos similares. Dos toros que huyeron del castigo en el caballo, pero a los que Ostos fue sometiendo para terminar haciéndose con ellos hasta parecer mejores de lo que en realidad eran. Derechazos, naturales, giraldillas, molinetes, todo el repertorio habitual del que fuese apodado Jaime Corazón de León por aquel inolvidable crítico del barrio de San Lorenzo que fue Gonzalo Carvajal.

Después de casi tres lustros y de haber triunfado en innumerables ocasiones en la Maestranza, Jaime posiblemente cuajase esa tarde su mejor actuación en ella. Le cortó las orejas a sus dos toros y salió clamorosamente a hombros por la Puerta del Príncipe.

Y así se le ponía el colofón a la corrida en que Rafael Míguez Roca, Rafael Roca en los carteles, tomó la alternativa. Rafael abandonó pronto la profesión, pero siguió ligado a ella como apoderado y como empresario. Y siendo empresario de la plaza almeriense de Vera, un novillo del hierro de Rivera Ordóñez que estaba encajonando le quitó la vida. Cayó al corral y fue corneado con saña y sin defensa posible. Era el 20 de septiembre de 2000 y esa novillada estaba destinada a su primogénito Rafael, otra fatalidad para un incomprendido.

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