Gastón Ramírez Cuevas

Sábado 8 de agosto del 2009
Tercera novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo
Los novillos de Iturbe, desperdiciados por la cuarteta

Novillos: Cuatro de Gonzalo Iturbe. De aceptable lámina y buen juego. Todos fueron aplaudidos en el arrastre.
Novilleros: Cristian Hernández, mató al que abrió plaza de tres pinchazos, media atravesada y cuatro golpes de descabello. Salió al tercio.
José Miguel Parra, pinchazo, casi media estocada y acertó con el verduguillo al primer intento. Dio vuelta al ruedo.
Carlos Rodríguez anda perdido con los aceros. Le tocaron dos avisos remolones mientras pinchaba e intentaba descabellar en innumerables ocasiones; tibia salida al tercio.
Adrián Padilla, se quitó de enfrente al que cerró plaza de un pinchazo en lo alto y buena estocada entera. Silencio.

Ya es costumbre que en esta plaza los toritos traigan las orejas prendidas con alfileres y que sus matadores (¿?) los hagan picadillo y se vayan de vacío. Fieles testigos de esta deplorable tradición, los aficionados tuvieron el efímero consuelo de aplaudir a los pupilos de Gonzalo Iturbe cuando el tiro de percherones los sacaba de la plaza. En suma, otra tarde en Arroyo para preguntarse si alguien les ha explicado a los jóvenes coletas que hay que matar con acierto y limpieza para justificar sus bonitos ternos y el título de novillero.
Cristian Hernández que repetía justificadamente después de su gallarda actuación de hace ocho días, tuvo que vérselas con un novillo de dulce aunque débil, que le regaló las embestidas más nobles que pueda usted imaginarse. Esta vez sí se lució con el capotillo, primero a la verónica y después quitando por caleserinas. Inició el trasteo con un estupendo pase cambiado por la espalda y al intentar repetir la suerte, el de Iturbe se lo encontró y le levantó los pies de la arena.
El bicho era tan bueno que lejos de aprender y presentar dificultades, pareció arrepentirse por la maroma propinada al muchacho queretano y embistió primorosamente, sobre todo por el lado derecho. La gente ya había amartillado sus pañuelos, pero después de contemplar dos pinchazos casi en la paletilla derecha, tuvo que guardarlos.

El segundo fue un novillo que transmitía emoción por su codicia y bravura, ambas no exentas de mucha nobleza. Vamos, era el torito perfecto para armarle un taco memorable. Desgraciadamente, José Miguel Parra, el novillero venezolano, no pasó el examen. Si bien hubo por ahí un cambiado por la espalda en el que tragó en serio; naturales de buena factura rematados con el de pecho; una maroma al intentar un cambio de manos por delante, y hasta ajustadas joselillinas, algo faltó.
Probablemente lo que faltó fue poder en la muleta, el suficiente para acompañar y despedir las embestidas. De nueva cuenta, la parroquia estaba presta a hacer fuego con una nutrida salva de pañuelos, pero… aquí estamos en el país del trapo rojo muerto, nadie vacía con el quiebro de muleta. No obstante, el torero de Maracay dio una vuelta al ruedo en reconocimiento a su voluntad y su actitud.

El tercero de la tarde fue un animal precioso, totalmente en Saltillo, bragado, salpicado y caribello. Aquí, Carlos Rodríguez, logró pegar naturales extraordinarios, enormes, fabulosos. El novillero potosino cargó la suerte y los muletazos con la zurda fueron de aquí hasta allá, al igual que los ¡Olés! que les acompañaron.
¿Qué si Carlos toreó con la derecha? Sí, y por ese lado no tiene ni idea. Pero es lo de menos, eso puede remediarse. El respetable, volviendo a desenfundar los ajados pañuelos, se dijo ¡Esta vez sí! Y estaban dispuestos a festejar cualquier sartenazo efectivo, pero el potosino Rodríguez se dedicó a recordarnos que la única crueldad de la Fiesta es cuando no se mata bien al toro.

Salió el último del festejo, un toro bonito y bravo, para Adrián Padilla. La tauromaquia del novillero de León, Guanajuato, es definitivamente un enigma. No puede negarse que se queda quieto y que posee un cierto grado de oficio, pero su muy personal interpretación de las suertes es más sorprendente que estética.
Por ejemplo, nunca había visto a alguien quitar por chicuelinas modernas levantando tanto la mano de salida. Tampoco había presenciado tandas de muletazos terminados en el segundo tiempo del pase con la muleta arriba.

En fin, quizá con el tiempo este muchacho de la tierra de Gaona encuentre el estilo personalísimo que parece estar buscando. Como era de esperarse, el único que mató decentemente fue él, Padilla.

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