Manzanares tapó una corrida sin casta ni clase de Parladé. Las tres orejas del alicantino fueron el maquillaje de un lote pésimo. Estuvo inspirado a ratos. El Cid y Perera, sin muchoas opciones con los mulos.

Plaza de toros de El Puerto, 7 de agosto de 2010. Seis toros de Parladé, terciados, flojos, sosos y de escaso juego en general. Noble, el quinto. Saludaron en banderillas Curro Javier, Joselito Gutiérrez y Alcalareño. Media plaza.

El Cid, de carmesí y oro, estocada trasera (saludos). En el cuarto, dos pinchazos, estocada muy trasera y descabello (palmas).
José María Manzanares, de rioja y oro, estocada (una oreja). En el quinto, estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande.
Miguel Ángel Perera, de verde y oro, estocada corta caída (saludos). En el sexto, estocada muy baja (palmas).

Carlos Crivell.- El Puerto

Seguro que Joselito se refería a otras corridas cuando dijo lo de “quien no ha visto una corrida en El Puerto no sabe lo que es una tarde de toros”. No se imaginaba el menor de los Gallos que con el tiempo saldrían al amplio ruedo portuense reses chicas, flojas y sin raza que serían capaces de llenar de desesperación al aficionado.

Los toros eran de Parladé, Juan Pedro Domecq a fin de cuentas, y hay que llamarlos como tal porque tenían cuatro años. No eran toros, eran novillos. Y no tenían casta brava, parecían adormecidos por la picadura de un insecto con efectos somníferos. Esta plaza necesita un toro mejor, porque así lo exige su solera, la categoría de su afición y el mismo coso, amplio, esbelto y grandioso. Es cierto que se cortaron orejas, pero ello no empaña la podredumbre del ganado de Parladé.

Dentro de lo sucedido, con el viento como incómodo protagonista, nuevamente fue José María Manzanares el torero que brilló con más intensidad. Saludó con verónicas excelsas al segundo. La verónica de Manzanares está ganando aplomo y belleza. El toro, manso y justo de raza, fue lidiado en los terrenos de sol huyendo del viento. La tanda por bajo del comienzo y los primeros derechazos fueron sublimes. La cintura de Manzanares se acompasó en muletazos de gran expresividad. El animal se tornó brusco y la faena entró en fase de altibajos. Fue entonces un torero afanoso que dibujó algunos pases de calidad. La estocada fue enorme.

El de Alicante es ahora mismo un torero en vena. Tiene el secreto de la expresión estética, muy atractiva, su valor está probado, pero está en un momento cumbre. Sólo así se puede entender que cuajara al quinto, un toro muy flojo que rodó varias veces por el albero. Fue una faena de menos a más, pero con un final apoteósico por el temple, la elegancia y la cadencia de unos pases a cámara lenta. Entra tanta belleza, algunas trincherillas, pases de las flores y los cambios de mano fueron de nuevo dignos de un cartel de toros. Como mata con una contundencia fuera de lo corriente, las dos orejas llegaron a sus manos. Nunca el ganadero podía soñar que a un toro tan inválido, noble ciertamente, un matador le salvara la tarde con esa actitud y esa torería.

El Cid estuvo voluntarioso en todo momento. Sus toros fueron mansos y flojos. El de Salteras remató alguna verónica de trazo limpio, buscó la manera de meter a sus enemigos en la muleta y lo logró en algunas fases con pases de mando y temple, aunque en algún momento le faltó mayor firmeza para lograr tandas más compactas. Y el viento azotó más cuando Manuel Jesús tenía que torear.

Perera no pudo lucirse con el tercero. El animal fue un bulto sospechoso que se paró a las primeras de cambio. Sólo le quedó el recurso de meterse entre los pitones. El público se lo agradeció.

El sexto se defendió mucho con gañafones al final de los pases, producto de sus escasas fuerzas. Con la diestra no consiguió corregir este problema. Mejoró con la izquierda en algunos naturales de trazo muy limpio y templado. El toro era muy bruto y Perera no acertó ni con el temple ni la distancia.

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