Ponce cortó tres orejas, pero la sensación de la corrida fue la inmensa faena al sexto de Perera, sólo premiada con una oreja por culpa de la espada. Galloso violvión forma ni sitio. 

Cinco toros de Santiago Domecq y uno, cuarto, de Ana María Bohórquez, discretos de presentación, flojos y de juego variado. Todos muy pobres de pitones. Noble y repetidor, el segundo. Flojo, el primero. Complicados, tercero, cuarto y sexto. Descastado, el quinto.

José Luis Galloso: metisaca y pinchazo (palmas) y cuatro pinchazos y descabello (leve división.
Enrique Ponce: estocada caída (dos orejas) y bajonazo (una oreja).
Miguel Ángel Perera: estocada trasera (una oreja) y dos pinchazos y estocada trasera (una oreja).

El Puerto, 9 de agosto de 2009. Dos tercios de plaza. Galloso fue homenajeado al principio por los alumnos de su Escuela. Saludaron en banderillas José María Tejero y Joselito Gutiérrez. Ponce se marchó tras matar el quinto. Perera salió a hombros.

Carlos Crivell.- El Puerto

Fue una corrida con el aliciente de ver la vuelta de José Luis Galloso a los ruedos. Por desgracia, su tarde fue desafortunada. A su lado, dos matadores en plenitud como Ponce y Perera que solventaron la tarde con suficiencia. La corrida de Santiago Domecq fue muy justa de todo. Justa de pitones, de raza y de fuerzas. Al final, a pesar del derroche de orejas, quedó al inmensidad del valor de Miguel Ángel Perera, que de alguna forma clarificó el festejo.

Habría que volver a preguntarse por qué vuelven los toreros. En el caso de Galloso no parece que sea por motivos económicos. Es preferible pensar que ha soñado muchas noches con faenas maravillosas que creía que aún podía realizar vestido de luces.

La vuelta de Galloso se resume en pocas palabras. Lo mejor fueron los lances y chicuelinas del saludo al primero, muy en la línea de su eterno toreo con el capote. No hay nada más que contar. El primero fue muy flojo y descastado. Con algunas precauciones dejó algún pase suelto de buen aroma. Muy poco.

El cuarto, con el hierro de Ana María Bohórquez, no quería nada por el lado derecho. Planteó la faena por la izquierda con precauciones y no se asentó en una faena sin contenido. Muy apurado con la espada, Galloso volvió a los ruedos. Se imponen la reflexión y los consejos de los buenos amigos.

Enrique Ponce cortó dos orejas al segundo, toro noble, al que le hizo una faena marca de la casa. Fue la labor larga, porque Ponce suele pasarse siempre de faena, muy técnica por la seguridad para muletear a un animal flojo, al que instrumentó pases ligados con buen gusto, aunque siempre con muy poco ajuste. Ponce obligó al toro a seguir su muleta y remató con los forzados de pecho. Recetó una estocada caída y se pidieron y concedieron dos orejas. Era la misma presidenta que se las negó a Morante por una faena infinitamente mejor. Son cosas que pasan, pero que no tienen explicación.

El quinto valía poco. Ponce sacó su oficio de tantos años para torear a un morlaco deslucido con pases rematados por alto, siempre a gran distancia del animal, pero en una labor muy entregada y con el sello de un diestro poderoso y curtido en mil batallas. En comparación con la faena anterior, ésta del quinto fue más meritoria por las dificultades del toro de Santiago Domecq, que en manos de Ponce parecía que tenía menos problemas. Mató de un bajonazo y aún así le dieron una oreja que pone en entredicho a esta prestigiosa plaza.

Miguel Ángel Perera tropezó en primer lugar con un toro complicado porque su viaje era muy corto. Perera fue domando al animal con su poderosa muleta y acabó por ligar las tandas con enorme mérito. Fue una labor sorda, aunque al rematar de una estocada trasera la plaza reaccionó y cortó la oreja.

Brindó el sexto a Paco Ojeda e hizo honor al brindis. Algo brusco al comienzo, la muleta de Perera fue obrando el milagro de conducir sus arrancadas muchas veces con peligro de su integridad. Fue una labor de sobresaltos para todos, excepto para la firmaza del extremeño. También parecía asustado el toro, que tenía allí delante a un hombre de grana y oro a pocos centímetros. Aguantó Perera parones, miradas escalofriantes y casi se monta encima de la anatomía del animal. Los pitones tropezaron en el vestido varias veces y todos acabaron con taquicardia; todos, menos Perera.

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