Carlos Crivell.- Se ha muerto Enrique Lebrija. La noticia era esperada. En una reunión celebrada en Sevilla en octubre, la Asociación Juvenil Gazuza tuvo el acierto de rendirle un homenaje que pasó casi de puntillas por esta Sevilla del toreo. Aquel día pude abrazarle y en su mirada noté el adiós del amigo que sabe que la partida está ya en el horizonte.
Se ha muerto un puntillero. Eso de dar la puntilla en la plaza ya no es lo que era antiguamente. Hubo un tiempo en el que el puntillero de la plaza atronaba todos los toros que se lidiaban en los ruedos. A finales del pasado siglo XX, los banderilleros terceros de las cuadrillas incorporaron entre sus obligaciones ineludibles la de apuntillar a los toros. Y ciertamente hay muy buenos puntilleros en las cuadrillas, aunque muchas veces en plazas como Sevilla el recuerdo de la saga Lebrija era más que obligado al comprobar los reiterados fallos de alguno de los encargados de la suerte. En esos casos, allí en su puesto, terno grana y azabache o azul y plata, sin ninguna ostentación, estaba Enrique Lebrija. Todos le mirábamos pero Lebrija ni se movía.
Allí llegó tras la salida de su hermano José, que ejerció esta función hasta una polémica salida de la Maestranza en 2002. Enrique Lebrija era puntillero por tradición familiar. Lo fue su padre José, el primero de los así apodados, como lo fueron sus hermanos Manuel y José. El primero de ellos, Manuel Muñoz Lebrija, murió a consecuencias de las cornadas que le infirió un novillo de Diego Garrido al que intentaba apuntillar en la plaza de Alcalá de Guadaira el 22 de abril de 1962.
Más intensa fue la trayectoria de José Muñoz Lebrija, hermano mayor de Enrique, que ejerció el cargo durante 37 años, desde 1965 hasta 2002. A este José le cupo el honor de dar la vuelta al ruedo en la Real Maestranza en el año 1966 después de apuntillar un toro de Cuadri devuelto a los corrales. Le había tocado a Paula. Esa vuelta fue ciertamente contestada.
Tras el despido de su hermano, Enrique ocupó el puesto en unos tiempos nada fáciles. Los puntilleros tenían como banco de pruebas los mataderos, lo mismo que muchos toreros, para aprender a descabellar, pero ya no matan los vacunos como antes y no hay una escuela para perfeccionar el oficio. Además, como se ha dicho, en el siglo XXI es raro que el puntillero oficial deba salir a rematar a los toros. Su labor quedaba para esos momentos en los que alguna res no se podía retirar una vez devuelta. En esa faceta fue Enrique un fenómeno. Y ha querido el destino que en la misma temporada en la que ha sido la última de su vida, haya podido apuntillar a un toro devuelto el día 6 de mayo, así como a un novillo de Villamarta el 28 de mayo.
En las novilladas nocturnas de julio se notó su ausencia en el callejón. Enrique Lebrija llegaba puntual a su puesto mientras los toreros cambiaban la seda por el percal. La cornada fatal ya había hecho mella en su cuerpo. No volvió a su querida Maestranza.
Lebrija se sentía torero. Su terno perfecto, su capote siempre incólume, sus andares por la plaza y el callejón, el talante discreto incluso cuando algún tercero se llevaba las orejas con sus marronazos, siempre en su sitio. Tan bueno era que atronaba por delante con certeza, pero también por detrás, una suerte que ignoran muchos. Fue un artista con la puntilla y fue una persona intachable. Lo saben bien en su Hermandad de Los Gitanos. También sus amigos rocieros. Se le echará en falta en el callejón bajo el tendido 5 de la plaza sevillana.