Antonio LorcaAntonio Lorca.- Visto lo visto, la solución al problema es harto difícil. Entre las desertoras figuras, cuya ausencia se nota en la taquilla —y vaya que si se nota…—, los toros nobilísimos, pero faltos de motor en sus entrañas, y toreros mecánicos, fríos y vulgares, incapaces de interesar al respetable, da la sensación de que esta fiesta ha entrado en una espiral ruinosa de la que no será sencillo salir.

Una tarde más no se picó ningún toro, lo que, a estas alturas, ha dejado de ser noticia y pone de relieve la profunda degeneración de la cabaña brava. Pero a los seis, en mayor o menor medida, les rebosó la nobleza, y algunos, incluso, estuvieron adobados con migajas de casta, y todos de buena condición y calidad contrastada. Y lo curioso es que no pasó nada; bueno, pasaron dos horas y media de un aburrimiento insoportable, que no vislumbra nada bueno para esta fiesta.

¿Y los toreros? Pues, un misterio indescifrable; Feria de Sevilla, tarde de lujo, toros a su gusto y manera, y van los tres y salen de la plaza con media estocada en las agujas. Tan incomprensible como cierto.

No resulta fácil acertar con las verdaderas causas del desastre. No se sabe si es que el toreo ya solo es patrimonio de artistas excelsos; o que no todo el mundo puede hacer una gran obra el día y a la hora que marca el cartel, o, sencillamente, es que Castella, Escribano y Fandiño dieron ayer todo lo que llevan dentro y se ha visto y comprobado que su bagaje es ligero y de escaso recuerdo.

No se entiende nada la labor de Castella, torero valiente, técnico y experimentado en mil batallas. Sin ánimo de exagerar pudieron llegar a cien entre capotazos y muletazos que dio a su primero, noble y repetidor, y solo acertó a aburrir a las ovejas. No es que el animal fuera de bandera, pero el torero estuvo rematadamente mal. Su faena fue interminable, reiterativa y destemplada y construida toda ella desde la mediocridad, aunque lo mató muy bien de una soberbia estocada. Más animoso se le vio ante el cuarto, otro bombón, y tras un pase cambiado por la espada cayó de nuevo en el toreo acelerado y con escaso gusto.

Una gran parte del público criticó la decisión presidencial de no conceder la oreja del segundo a Escribano. Algo habría hecho el muchacho; pues sí, que mandó a la otra vida a su oponente de un feísimo bajonazo; y aun así pedía la gente la oreja (dónde hemos llegado…). Recibió a sus toros de rodillas en los medios, los banderilleó con mucha voluntad, pero ya está, y los muleteó, esa es la verdad, con mucho gusto, con suavidad, gracia y templanza. Mejor a su primero, que se movía más, y aprovechó sus animosos andares para trazar un toreo salpicado de hondura por ambas manos. Pronto se apagó el quinto y su labor se redujo a un manojo de buenos naturales a cámara lenta. A los dos los mató mal y volaron las orejas. Pero en los dos destacó a la verónica, que conste.

Había interés por ver a Iván Fandiño (Iván Jiménez lo renombraron en el programa oficial, osú, osú…) y decepcionó, para qué vamos a poner paños calientes. Brindó su primero al público y se vio desarbolado por un toro que le enganchó prácticamente todos los muletazos que esbozó. Mejoró ante el noble sexto, pero dijo poco, casi nada, y no emocionó.

Que no se olviden los nombres de Javier Ambel, José Chacón, Vicente Herrera, Pedro Lara, Miguel Martín y Jesús Arruga. Todos ellos brindaron momentos de buen toreo con el capote y los garapullos.

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