Huelva abrió las Colombinas con un espectáculo muy moderno, tanto que no puede ser referente de lo que se espera que sea el toreo para atraer a las plazas a nuevas generaciones. La corrida de Jandilla, correcta de presencia, careció de todo y solo tuvo algún grado de nobleza. Perera puso en práctica su tauromaquia, pero no triunfó. Talavante dejó cientos de pases y casi ninguno fue bueno. Solo quedó Morante, genial en el primero y afanoso en el cuarto.

Plaza de toros de Huelva, 2 de agosto de 2013. Tres cuartos de entrada. Seis toros de Jandilla, correctos de presencia y juego desigual, en general con pocas fuerzas, descastados y sosos. Saludaron en banderillas Juan Sierra, Barbero, Joselito Gutiérrez, Lili y Sánchez Araújo.
Morante de la Puebla, grana y oro, estocada trasera y atravesada (una oreja). En el cuarto, estocada y ocho descabellos (saludos tras dos avisos).
Miguel Ángel Perera, verde y oro, estocada muy baja (saludos). En el quinto, dos pinchazos y estocada (saludos).
Alejandro Talavante, tabaco y oro, estocada (una oreja). En el sexto, estocada enhebrada y descabello (saludos).

Carlos Crivell.- Huelva

Todo lo que hizo Morante en su tarde colombina fue de torero, excepto la estocada al que abrió plaza y la ración de descabellos con las que finiquitó al cuarto. Es decir, que salvo por el manejo de la espada, el de La Puebla mostró la imagen de un torero en la mayor extensión de la palabra. Su manejo del capote no tiene ya secretos para nadie. Siempre con la verónica como lance fundamental, fue dibujando capotazos de belleza insuperable. Dibujó varias medias durante la corrida, siempre llevando al toro muy enganchado sobre su cintura para rematar con enorme gallardía. Un quite por chicuelinas volvió a elevar el lance de Chicuelo a la categoría de clásico y universal.

Realizó dos faenas distintas y ambas de mérito. El que abrió plaza fue noble y mansito, por tanto ideal para que José Antonio se sintiera a gusto y relajado en una faena básicamente sobre la derecha en la que se durmió para darle una profundidad eterna a cada pase. El toro duró tres tandas, ya con la izquierda dejó clara su mansedumbre y recortó sus arrancadas. Los adornos finales fueron la guinda preciosa. La estocada cayó muy atravesada. La tarde no fue de un ganado encastado, simplemente fue noble, tuvo algunos detalles de brillo por parte de Perera y Talavante, cierto, pero al final la memoria queda anclada en el toreo de Morante.

El cuarto fue un toro más informal. Embistió por arriba siempre a una muleta sorprendentemente porfiona. Morante fue ahora un torero que buscó el triunfo en una labor muy larga, salpicada de momentos muy hermosos y otros menos logrados. Dejó una buena estocada, al menos así parecía, pero necesitó un sinfín de descabellos que dejaron en la sombra lo que pudo ser una tarde de triunfo grande.

El extremeño Perera fue fiel a su concepto. El primero de su lote fue muy flojo, pero surgió el temple para llevar largo y toreado al animal, que con una muleta tan poderosa acabó entregado y embistiendo largo y humillado. Duró poco el animal, por la izquierda le avisó y de nuevo la derecha puso las cosas en orden. El espadazo fue infame y lo pudo ver todo el mundo.

El quiinto fue mejor toro. Perera lo toreó en el centro del ruedo sin concesiones. Desde los pases por la espalda, fue enjaretando una labor de nuevo muy templada. El toro, como toda la corrida, tenía tanta bondad como pocas fuerzas. El extremeño acabó acortando los terrenos cuando ya el animal se pegó al albero y apenas podía desplazarse. En el aire de su labor, una tarde muy fiel a su concepto y a su momento actual.

Talavante le cortó una oreja al tercero por una labor tesonera en la que hubo fases más templadas y otras en las que desplazó en exceso al de Jandilla. Faena de corte de funcionario obligado, de escasa brillantez en conjunto, aunque muy eficaz de cara al tendido. La oreja se la ganó con una buena estocada.

El sexto fue el más chico del encierro de Jandilla. En el centro del ruedo, ya con la noche echada sobre La Merced, Alejandro toreó con la izquierda de forma desigual, algunos más limpios y largos, mientras otros resultaban enganchados y quedaban deformados por el excesivo retorcimiento de la figura. Animó al público en una sobre la diestra más ligada y elevó el tono de su labor que fue larga pero que gustó al público. El espadazo fue muy malo.

En resumen, una corrida con toros insípidos; Morante con más ganas que nunca; Perera, templado sin espada, y Talavante muy desdibujado,