Salvador Santoro.- Muchos factores condicionan una buena estocada, como los terrenos, su ejecución, la colocación, la penetración y su inclinación.
Dice un aforismo taurino que las orejas se ganan con la muleta pero se cortan con la espada. Que le pregunten, por ejemplo, a Manuel Jesús “El Cid” – un torerazo – los trofeos perdidos en faenas importantes por matar mal.
De siempre, para el aficionado entendido, una buena estocada ha valido de por sí una oreja. En la hora de la verdad, es cuando el torero, en el momento de la reunión, pierde por un instante la cara al toro. Se afirma que la mano izquierda (que sostiene el engaño y con la que se da el toque) es la que mata, aunque sea la derecha la que empuñe el acero. Pero es la sincronización de las dos lo que propicia un espadazo bello de ejecución y letal. Descabellar, en cambio, es más cuestión de habilidad y tino.
Básicamente y dependiendo de los terrenos, se puede entrar a matar de dos formas: en la suerte natural – dándole la salida al animal hacia los medios – o en la contraria, para los que mansean, a favor de querencia a tablas.
Grandes estoqueadores
Aunque, lógicamente, cada matador tiene su técnica, como norma general, una vez igualado el astado y tomándolo en corto, se montará la espada para ejecutar la suerte, de manera casi generalizada a volapié. Se han de marcar los tiempos (Santiago Martín “El Viti”, lo enfatizaba) y apuntar arriba. Después, citar con la voz y echar la muleta al hocico del toro, entrando derecho y pasando el fielato de los pitones para volcarse en el morrillo. De no pinchar, se intentará enterrar el acero por el hoyo de las agujas. A la correcta ejecución debe unirse la buena colocación del estoque. Hoy en día, se practica menos la suerte de matar recibiendo aunque, verbigracia, José María Manzanares es un consumado maestro en esta emocionante modalidad.
A lo largo de la historia, muchos diestros han sido magníficos estoqueadores. Baste reflejar algunos nombres de figuras legendarias como Pedro Romero, Joaquín Rodríguez “Costillares” (inventor del volapié, para dar muerte a los toros aplomados); Rafael Molina “Lagartijo”, primer califa cordobés (su media lagartijera era mortal de necesidad) y Luis Mazzantini.
De épocas posteriores, también destacaron con la tizona el vasco Martín Agüero, Manuel Rodríguez “Manolete”, Rafael Ortega (todo un referente y buen torero), Paco Camino y los linarenses José Fuentes, empeñado en hacerlo siempre por arriba, y Palomo Linares, un cañón matando, como ahora lo es Julián López “El Juli” o David Fandila “El Fandi”. A mi ver, de los contemporáneos, los matadores que con más pureza y contundencia hacen la suerte suprema son José Miguel Arroyo “Joselito” e Ignacio Uceda Leal.
Diversidad
Seguidamente y a mayor abundamiento del vocabulario taurino, se citan distintas denominaciones que reciben las estocadas por su ejecución y colocación.
Se dice matar a volapié o vuelapiés, cuando el torero va en busca del astado, que es lo más común. En la suerte de recibir, el diestro aguanta a pie parado la acometida del burel y en la estocada al encuentro (que suelen ser defectuosas), ambos arrancan a la vez. Resulta a capón si el matador alarga el brazo y, como dando un puñetazo, hiere al animal que no hace por él. Dícese en la suerte de banderillas, si el toro está aculado en tablas y ortogonal a ellas.
Son estocadas de recurso, las llamadas a la carrera y al relance, aprovechando la huida del morlaco, y a paso de banderillas, cuando el diestro se perfila lejos – y a la defensiva – cuarteando, para dejar el estoque donde buenamente pueda.
En una clasificación simple, por su situación, la estocada puede estar en todo lo alto (en las agujas), diciéndose también: en los rubios, en la yema y en las péndolas. Igualmente, la estocada, puede quedar delantera, ser pescuecera o un golletazo (degollado) y, sensu contario, pasada o trasera. También, dependiendo de la situación de la espada, la estocada puede ser desprendida, caída o en el chaleco, si es un bajonazo infame. Se llama sartenazo al espadazo, normalmente bajo, contundente y de efecto rápido y, por su dirección: atravesada, tendenciosa o sablazo si se atraviesa al animal con asomo, haciéndole guardia o el municipal.
Atendiendo a la penetración del estoque: pinchazo sin soltar; metisaca (se sobrentiende), enhebrada, pellejera o envainada (si son superficiales); pinchazo hondo, estocada corta, media, casi entera y, si entra todo el acero, hasta la bola, las cintas, los gavilanes, la guarnición o la mano. La inclinación de la espada, determina que se considere tendida o perpendicular, dependiendo del ángulo que forme con la columna vertebral del toro.
Como apostilla y final, una faena excepcional hay que rubricarla – lo contrario sería imperdonable – con una gran estocada, entregándose el matador en el embroque y, de resultas, rodando el toro sin puntilla. Es la culminación de la lidia y, sin duda, la apoteosis de la Tauromaquia.
Colaboración publicada en la AGENDA TAURINA – 2016.